Había una vez un pueblo llamado Suposición, donde todos los habitantes tenían la costumbre de suponer cosas sin investigar primero.
Un día, Ana, una niña curiosa de 10 años, encontró una caja vieja y polvorienta en el ático de su casa. Supuso que la caja contenía los tesoros de sus abuelos. Sin esperar, lo comentó a todo el pueblo. La noticia se esparció rápidamente y todos comenzaron a suponer la naturaleza de los tesoros.
Algunos decían que eran joyas preciosas, otros que contenía objetos mágicos. Algunos incluso pensaban que había un mapa secreto a una isla escondida. Pronto, la plaza del pueblo se llenó de charlas y discusiones sobre el contenido de la caja.
Cuando Ana finalmente abrió la caja, encontró viejas fotos familiares, cartas y recuerdos de sus abuelos. Aunque valiosos para ella, no eran los grandiosos tesoros que todos habían imaginado. Al ver las caras decepcionadas de sus vecinos, Ana comprendió que suponer sin pruebas podía llevar a malentendidos y falsas expectativas.
Desde entonces, los habitantes de Suposición aprendieron a investigar antes de sacar conclusiones. Y Ana, ahora más sabia, siempre preguntaba y verificaba antes de suponer cualquier cosa.
Moraleja: Supongamos menos y preguntemos más, porque la verdad, aunque sencilla, siempre es mejor que la fantasía descontrolada.
Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.