Nota de la autora: El presente capítulo trata temas delicados que podrían dañar la sensibilidad del lector. Se recomienda discreción.
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Prólogo
Uno
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Aceché por la ventanilla de ese extraño carromato volador que nos llevaba directamente a lo que Aquilla llamó nuestro nuevo hogar, el Palacio de los Emperadores Guerreros. El paisaje de la ciudad de Cronia me recordaba mucho a aquellas ilustraciones que veía del Londres victoriano, con sus calles en polvorosa, sus edificios de colores variopintos de distintos tamaños y proporciones. De vez en cuando veía fuentes de agua y parques llenos de flores exóticas.
Sus habitantes tenían atavíos curiosos. Los hombres vestían túnicas largas que cubrían hasta sus pies y llevaban graciosos sombreros chatos. Las mujeres llevaban vestidos que me parecían una mezcla de los vestidos de finales del siglo XVIII con unos toques de las últimas décadas de la era victoriana; en sus cabezas llevaban mantillas con pequeños sombreros circulares.
Pronto llegamos a la entrada trasera de un edificio. La puerta del carromato volador se abrió, revelando a un grupo de hombres que inmediatamente reverenciaban a Aquilla como si fuera alguien de alto rango. Al descender del vehículo, levanté la mirada; no tenía suficientes palabras para describir cuan deslumbrada me encontraba al ver el palacio imperial. Era un impresionante edificio que evocaba mucho a esos edificios renacentistas de Venecia, con alguno que otro toque de las grandes mezquitas de Estambul. Un edificio recubierto de oro, plata y bronce, con cúpulas redondas en cuyos picos podían apreciarse el sol y la luna unidos como un eclipse.
La puerta por la que accedimos a este impresionante testimonio de opulencia era pequeña, con sus pasadizos tenuemente iluminados por antorchas cuya luz parecía fuego. Sus paredes estaban tapizadas de motivos estelares, entre soles, lunas, figurines de Saturno, y otros planetas que, según descubrí más tarde, formaban parte del imperio.
Me llegué a preguntar qué fue de la chica de cabellera morada y piel cobriza; ruego a Dios que a ella le haya tocado un destino mejor que éste, o que al menos se las haya ingeniado escapar y encontrar el modo de escapar de este planeta. Nunca supe su nombre, pero quiera Dios que no le haya pasado nada malo.
De repente escuché unas risitas. Mujeres de ropajes elegantes y joyas cubriendo sus cabezas, cuellos y muñecas nos observaban con una mezcla de morbo y curiosidad desde los balcones. Quizás eran concubinas del harén satisfaciendo la curiosidad por ver a las recién llegadas.
En el área de saneamiento, los médicos del palacio nos examinaron una por una. Fue una examinación muy invasiva; algunas terminaban llorando por el dolor que sentía al sentir la frialdad de los instrumentos apretándole los pechos o siendo insertados en su zona más íntima. Cuando llegó mi turno, estaba tan asustada que sentí que me iba a morir ahí mismo; no obstante, a diferencia de mis compañeras, no insertó su instrumento médico por completo. Ignoro si fue porque me vio demasiado asustada que podría gritar o porque no lo creía necesario.
Volviéndose hacia Aquilla, dijo: “Sus ojos son corregibles y su salud puede implementarse. Sin embargo, he descubierto que esta mujer no ha tenido experiencia con varón; su membrana está intacta”.
La mirada de Aquilla se tornó sombría, como si ese último detalle sonara a una muy mala noticia. Volviéndose hacia mí, la mujer me preguntó: “¿Qué edad tienes, niña?”
“Ve-veintinueve años, señora Aquilla”, le respondí con timidez.
“¿Veintinueve años y sin probar varón? ¿En tu planeta natal fuiste monja?”
“No, señora Aquilla. Es solo que yo… Yo no me sentía preparada para esa fase aún”.
Las demás mujeres me observaban, curiosas. Aquilla añadió: “¿Fuiste criada por una familia religiosa? ¿Te enseñaron a que solo tu marido puede tocarte?”
“No. Mis padres siempre pensaron que lo que hiciera con mi cuerpo en el campo de… De la sexualidad es un asunto privado. Aunque mi padre sí me dio consejos sobre cómo identificar a un hombre que solo juega con los sentimientos de las mujeres de uno que quizás sea sincero conmigo…”.
“¿O sea que no has tenido urgencia de masturbarte?”
Suspiré con incomodidad. ¿A qué venían tantas preguntas?, y encima con todo el mundo mirándome. Sonrojada, murmuré: “Un par de veces, pero tenía miedo de lastimarme. Tuve… Fantasías, si usted puede llamarlo así”.
Por favor, ya dejen de preguntarme más cosas, pensé mientras Aquilla me tomaba de la barbilla y me dijo: “Es normal que sientas pena cuando no has probado varón; no tengas vergüenza de decir que le tenías miedo a tu padre”.
“No tenía miedo a mi padre, señora Aquilla. Es solo que no me sentía preparada para aquella experiencia. De hecho, me resigné a que quizás jamás conoceré hombre alguno”.
Aquilla me miró con seriedad y me dijo: “Quizás tu padre ha sabido preservarte bien de un hombre que podría hacerte daño. Pero aquí en Saturno, no todos tendrán paciencia para enseñar a una virgen, y podrían lastimarte en la primera noche. Por lo tanto, te recomiendo que empieces a adquirir experiencia; te ahorrarás una noche traumática si el emperador decide casarte con uno de sus generales o te regala a uno de sus numerosos hijos. Créeme, niña, que no desearía que ninguna mujer virgen fuera violada en su primera noche de bodas, en especial por el más brutal de los generales imperiales o por uno de los hijos del emperador”.
Aquellas palabras enviaron un escalofrío a mis espaldas. La incredulidad y la angustia invadieron mi ser de forma tan insondable que necesitaba sostenerme de algo. Mi mirada se tornó pálida; la angustia y el horror se acrecentaron en cada minuto que pasaba. Una compañera ayudó a sostenerme mientras que, dirigiéndole una mirada de odio hacia Aquilla, dijo: “¡Ustedes son unos monstruos! Ella ya dijo que no se siente preparada. ¿Por qué forzarla a hacer algo que no quiere?”
Aquilla se acercó a mi compañera con una mirada fría, desprovista de emociones. “Algún día ella agradecerá mi consejo; de hecho, le salvará la vida por un tiempo”, dijo con honestidad.
“¿Es acaso la virginidad un pecado?”, cuestioné, mirándola a ella con una mezcla de desafío y horror.
“No, pero es preferible prepararte mentalmente para lo que sea que es tu destino. La última vez que una mujer virgen fue casada por la fuerza con un leal servidor del emperador, quedó traumatizada. La familia decidió matarla por compasión y porque dudaron de que cumpliera con su función de esposa esclava”.
Mis compañeras y yo miramos a Aquilla con una mezcla de horror y odio. Suena a que estar en el harén o ser la esposa esclava de esa gente era peor destino que la misma muerte, mucho más cuando la víctima no tenía ni voz ni voto en la situación, ni siquiera una oportunidad de defenderse.
“En este caso, he de defenderme entonces. Si he de arrastrar a un bastardo al mismísimo inferno en el proceso, que así sea”, declaré sin pensar.
Aquilla me miró por un momento antes de emitir estas últimas palabras: “No puedo culparte de pensar así, niña, y tampoco te culparé si algún día logras hacerlo; solo te aconsejo que pienses con la cabeza fría, seas astuta… Sean astutas para sobrevivir a esto, porque no todo lo que brilla es oro y no todo es lo que aparenta”.
Greetings!
The protagonist's arrival at the Saturnian palace and subsequent examination are exciting moments.
The wise advisor who offers words of caution about navigating the complex social dynamics within the palace was my favorite moment.
Regards
#freecompliments
Hi, @oadissin ! Thank you so much for your kind words! I'm glad the story is liking you. Soon I will update the story in these days, since there are more thing we'll know about the life in the imperial harem. Greetings and blessings from Mexico!