¿Cuánto puede hacernos cambiar la mirada de alguien. ¿Tiene la mirada ese poder? Si le hiciera esta pregunta al maestro Álvaro Márquez-Fernández estoy seguro de que me diría que sí, es más, creo que me diría que nuestros cuerpos son poseedores de varios sentidos y éstos los empleamos para percibir la realidad que nos va transformando mientras desde esa misma transformación remodificamos la realidad. El mundo en tanto ser vivo que vive responde al ser que lo habita en la misma medida en que ese ser lo estimula a través de sus sentidos. Entonces, sí, claro que sí, una mirada puede transformar. Ahora comprendo por qué no soy el mismo antes y después de someterme a la mirada, a tu mirada, la tuya.
¿Qué transforma en mí tu mirada? La respuesta podría recordarme a algo que resalta Onfray en la risa de Demócrito. Para el francés la risa del griego es una poderosa muestra de resistencia. Ahora bien, seguramente podemos saber hoy a qué se pudo resistir Demócrito, pero a qué cosa me resisto yo y que, a su vez, es la transformación a la cual induce tu mirada. De entrada me resisto al espíritu heracliteano, es decir, aquel que no muestra una risa sino, más bien, el llanto. Un llanto que me deja sin posibilidades puesto que significa que las cosas son como son y que no hay manera de torcerlas. Por el contrario, la impotencia de no poder hacer nada termina por torcernos a nosotros y ponernos de rodillas. Claro, la risa de Demócrito se asoma en la misma sintonía de Heráclito, pero, aunque su visión también resulta pesimista, asoma la risa como mecanismo para resistir a esa imposibilidad de cambiar lo que es. ¿Risa cínica? Mirada cínica y cuya esencia me vuelve cínico. Tu mirada me vuelve cínico, me invita a razonar el hedonismo desde otra órbita, una órbita que me lance a preferir la calma que ofrece el goce y que niegue todo tipo de renunciamiento. Tu mirada me devuelve a Onfray cuando me dice que obedecer al deseo es la mejor manera de olvidarlo. Por esta razón, cuando Diógenes sentía un deseo corría de inmediato a satisfacerlo a fin de no dejarse esclavizar por él y así conservar el espíritu libre.
Sin embargo, la resistencia de la cual me habla tu mirada no se trata de mostrarme la risa como método trágico para contrarrestar lo inamovible de la realidad. La resistencia de la que me habla tu mirada es aquella que me plantea todo lo contrario. Tu mirada cuando me mira me interroga, me increpa, me pregunta si sé por qué estoy aquí. Me pregunta acerca de las grandes cuestiones y me dice que pese a que es difícil enfrentarlas, siempre hay posibilidades, puesto que soy y ser implica, se quiera o no, posibilidades. Tu mirada, tu mirada tuya, tu mirada tuya que me mira me habla del ardoroso esfuerzo que significa vivir. Por ello, cuando me miras, cuando me miras mirándome, entonces me siento quiebre, ruptura, me hago pedazos y dejo de ser uno para ser posibilidades. Tu mirada es la certeza de que no hay exilio posible puesto que no puedo escapar de lo que soy pese a que siempre voy siendo otra cosa aunque en el fondo siga siendo la misma cosa que soy. Soy sin serlo aún aunque vaya siendo. Por eso soy posibilidad distinta y de eso me habla tu mirada cuando me mira siendo todo lo que puedo ser aunque termine siendo la misma cosa: indomable flujo terrestre.
A través de tu mirada veo a Pessoa frente a un abismo tomando dictados de la nada que luego vuelve poemas que le recuerdan que tan sólo es un rey que voluntariamente abandona su trono de ensueños y cansancios. Tu mirada, tu sabrosa mirada que es carne que fulmina, niega a Rimbaud cuando éste afirma que el hombre ya ha representado todos sus papeles. Tu mirada que respira, que tiene muslos que se mueven, que me llevan, que me traen, me habla del deseo que es deseo que desea deseando. El deseo que me interroga acerca de lo que es el deseo. ¿Qué deseas cuando deseas? Te deseo a ti y todo lo que hay y no hay en ti. Deseo los sitios en donde eres, donde respiras, donde dejas de ser, ya que tú también vas siendo siempre otra cosa que vuelve a ser la misma aunque no lo sea. Te deseo puesto que deseo lo que te toca y no te toca. Te deseo puesto que deseo aquello que no es mientras estás. Te deseo puesto que deseo aquello que es cuando te marchas. Ese deseo que desata tu mirada es lo que me va transformando mientras me desvanezco para aparecer, como decía Pizarnik, en el mar donde un gran barco siempre espera con las luces encendidas.