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Imagen tomada de: http://www.falsaria.com/2016/01/poder-arrancarme-la-piel/
La piel que repasa –escribiste– que rebasa la otra piel, esa capa del mundo que la mira no puede traspasar. Querías descuerparte. Sentías que la piel que cubría tu cuerpo te ofendía. Algo parecido escribió hace muchos años Mariela Álvarez. Escribía algo como: “Porque en un espejo no soy otra cosa más que un cuerpo. Por eso necesito desnudarme, quedarme muy quieta hasta que todo se llene con mi reflejo” La piel nunca ofende. Descuerparte no es necesario. La historia que se repite en tu cuerpo no es la historia de tu cuerpo. Tu cuerpo tiene una historia distinta, tiene otra historia y esa historia está repartida en otros cuerpos, en otras pieles, en todas las pieles que buscan transcribirse desde tu cuerpo. El contacto con otro cuerpo significa el descubrimiento de la diferencia, e incluso, tu propio descubrimiento. Creo que es Lévinas quien afirma que cuanto mayor es la intimidad con el otro cuerpo, más lo descubro como otro, irreductible a mí mismo. Por otro lado, Michel Onfray señala que en el contacto de dos epidermis se revelan las energías positivas o negativas acumuladas en la prehistoria de la identidad sexuada, sea cual sea el momento, la circunstancia o la ocasión. De tal manera que tu cuerpo no se queda en tu cuerpo. Tu cuerpo se proyecta y sus confines reposan en una lengua como puerta infinita al otro lado.
Tu cuerpo ya no responde a tu llamado, pero no por lo que tienes de voz. No responde debido a que lo haces, quizás, desde una realidad que ya no es la realidad de tu cuerpo. ¿Cuál es la realidad de tu cuerpo? La realidad de tu cuerpo es aquella que sirve de anclaje al mundo cósmico, al mito fundacional. La realidad de tu cuerpo es la realidad antes de la realidad. Realidad que no es más que la perplejidad ante la realidad del otro cuerpo que ansía, como dice María Calcaño: “deseos anchos, hechos miel en la boca” La realidad de tu cuerpo vagabundea en las manos que aprenden en sí mismas a hacer del alma sólo tan sólo carne. ¿Por qué tu cuerpo no responde a tu llamado? Simplemente porque vive en un lugar que ya no es el tuyo y que no eres tú misma. Si, exactamente, como afirma Wallace Stevens. Liscano en alguna oportunidad confesó en un poema que se puede perder el recuerdo del cuerpo. ¿Cómo se pierde algo así? Él mismo lo responde: Se pierde por el asesinato del alma con cuchillos de principios y de fórmulas. Se pierde debido a que a la mujer le han llenado el tierno vientre elástico con coronas de lirio que lloran angelitos muertos antes de nacer.
Comparto contigo la idea de descuerparte, de vaciarte de la historia que quiso darle sentido a tu cuerpo. Sin embargo, no es buscando otra historia en los términos con los cuales definimos tal cosa. La otra historia de tu cuerpo está en otro cuerpo, en todos los cuerpos, en los otros cuerpos y se enciende sólo a través del deseo que ignora los códigos sociales, que encuentra las fórmulas de su solaz donde quiere, donde puede, lejos de toda moral moralizadora y en el puro gozo de un ejercicio imposible de prorrogar. Esto me recuerda a la cínica Hiparquia quien no vacilaba en hacer gala de su sexualidad como si se tratara de un espectáculo público. Sexto Empírico dice sobre ella: “Los hombres se retiran al ámbito privado para tener comercio carnal con su mujer, mientras que Crates lo hace en público con Hiparquia”. Se cuenta que Diógenes hacía lo mismo. El cínico de la risa entendía que los apetitos sexuales debían calmarse con la misma espontaneidad con que se calmaba el hambre.
Descuerparse es abrirse. Es ofrecerse a la posibilidad de bautizar con los fluidos y los sudores al nuevo cuerpo: el cuerpo libertino. El cuerpo abierto a lo que Sade reconocía como los 150 extravíos. Perderse es encontrarse y encontrarse es reconocerse en los vagabundeos del cuerpo expuesto a los caprichos de otro cuerpo. Extraviarse 150 veces junto a tu mano sola, emancipada, independiente sobre tu cuerpo ya no tan solitario. Escribir la otra historia, como diría Saki, una historia sin moraleja que si señala algún mal, en ningún caso repararlo. Escribir otra historia mientras vas desvistiendo al cuerpo de tu cuerpo. Sintiendo lo liviano que es pese a tantas palabras con que abarrotaron sus poros. Descubriendo en el cuerpo bajo tu cuerpo la revelación de un silencio, de un secreto a voces. El despertar del cuerpo subversivo. Cuerpo concentrado en sí mismo como Yo absoluto que provoque la expansión de las sensaciones apagando y negando las grandes virtudes sociales que se han advertido como verdades universales y que han manchado tus manos, oscuras y desprevenidas. Descuérpate, descuérate, quítate todo, déjalo donde quieras y entrégate al destino que impone la Naturaleza. El destino de mis manos que inventan otro cuerpo a tu cuerpo. Cuerpo sometido a otro cuerpo y que en el festejo de la desnudez niegan toda ley humana, toda ley divina. Carnes llenas del significado que el goce pleno revela.
Descuérpate desde tus manos. Una mujer, decía Colette, disfruta con la certeza de acariciar un cuerpo cuyos secretos conoce y cuyas preferencias son sugeridas por el suyo propio. Disfrútate y lleva mi mano junto a la tuya. Revoloteo agrio. Descúbrete desde mis manos como turbulencia de aires profundos. Carne brava ardiendo en las antípodas del apocalipsis. Descuérpate y bebe desde mi piel orgullosa la mácula producida por la primera mujer. Seamos en el festín deseos deseantes. La saliva espesa seculariza la carne, desacraliza el cuerpo, define el alma como una de las mil singularidades de la materia. Descuérpate y descubre los caminos más oscuros donde las bestias se enorgullecen de la piel que los cubre.