El cuerpo en Virgilio Piñera

in #spanish7 years ago

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En un ensayo sobre la obra de Franz Kafka, Virgilio Piñera asegura que el mundo se divide en dos grandes mitades si se contempla desde el ángulo de la personalidad: el de los que tienen fe y el de los «que dan fe». Estos que dan fe reciben el nombre de artistas en cuanto a que el artista no necesariamente tiene fe, y tampoco importa si la tiene, ya que lo relevante es que él sirve para dar fe de la marcha del mundo. El artista, para el escritor cubano, debe hacer que su arte gire en torno a una expresión nueva y esta expresión nueva debe partir de la «sorpresa literaria» que es un imponderable que espera todo lector. Sorpresa que sólo será desatada por la propia invención literaria, no importa si esta viene acompañada de metáforas filosóficas, teológicas o de cualquier otra índole. Nietzsche entendió al artista en un sentido muy próximo al de Virgilio Piñera, es decir, como un hombre verdadero, como aquellos que son capaces de elevar al rebaño, como los hombres y mujeres capaces de lograr separarse del reino animal. El artista es aquella figura compleja que nos permite descansar del filósofo cuando éste último se transforma en una burda burla de sí mismo. “La filosofía, afirma Michel Onfray, huele a polvo y a menudo surge del arte de acomodar los restos o los viejos relieves dejados por religiones siniestras”. El artista, lo dice una y otra vez Nietzsche, es aquel cuyo signo distintivo es la capacidad de inventar nuevas formas de existencia. Virgilio Piñera fue un artista en el sentido en que vio la llama arder por dentro y se volvió incendiario. Pluma llameante que celebró y ofició la incandescencia. Incandescencia que giró su íntegro calor fáustico al borde del suicidio, pero que la propia vida adherida a su vida le impidió colgarse. Piñera fue de los pocos que confesó una vida cotidiana en el jardín de los martirios, en medio de flores venenosas y de revoluciones destructoras y tóxicas y no lograron sucumbir.

Virgilio Piñera fue un escritor que compuso música, pintó cuadros y esculpió un mundo a partir del caos que definió la racionalidad racional. El desorden de la modernidad fue su materia y su proyecto. Escribió desde la sangre que no deja de correr y su instrumento fue la voluntad que cobró forma como materia de la vida cotidiana. Escribió desde la densidad de la sangre que le circulaba por el cuerpo y desde allí generó la energía que luego contempló, desde allí captó la plenitud de su voluntad para domarla y alimentarse de ella. Escribió desde la sangre en un estado de antro inquietante. Un artista de la consistencia de Virgilio Piñera logró comprender que cada momento de una existencia por más banal que aparente ser termina cargándose de una densidad artística precisamente debido a que parte de la existencia; es decir, del ser y estar arrojado en el mundo, y es así por cuanto logra comprometer carne y alma en un proyecto más que cultural, existencial. Carne y alma inconmoviblemente ligadas, ya que el conocimiento de una lo lleva a cabo la otra. Así como lo figuró Artaud cuando deseó involucrar la carne y los nervios como ruta expedita para terminar con la rendición de la inteligencia al lenguaje. “La magia y los ritos, dice Onfray, convocan a la sensibilidad, que es más fina, más profunda y más segura. Hay que liberar los sueños, las obsesiones eróticas, transfigurar las fascinaciones por el crimen, dejar vía libre a las quimeras, querer la utopía y someter la vida a ese ideal de un lugar a otro situado entre la imaginación y los acontecimientos”. Allí es donde cobra magnificencia el cuerpo como punto de partida para la construcción de una obra literaria, de una filosofía, de una escultura de sí mismo.

Virgilio Piñera está convencido de que no es el universo metafórico lo que le dará forma a esa sorpresa literaria dentro de una obra, más bien lo será siempre la capacidad inventiva. Gregorio Samsa no intimida por cuanto pueda significar, intimida en tanto posibilidad real de transformación en bicho. Esto será siempre intemporal. La sorpresa literaria será justamente lo que mantiene vigente en todo tiempo a una obra literaria. Y si esta sorpresa está fraguada desde el cuerpo, que es el caso de La Transformación de Kafka, pues mayor será esa vigencia. El cuerpo es la única vía que tenemos para entrar en contacto con la naturaleza. Los sentidos esparcidos en y por la piel son los vasos comunicantes con él y lo otro. Ahora bien, cuando hablamos de naturaleza hay que tener claro que no nos referimos a la naturaleza en sí, nos referimos a sus efectos en nosotros, ya lo señalaba Derridá cuando afirma que “no hay ninguna naturaleza, sólo existen los efectos de la naturaleza: la desnaturalización o la naturalización” Allí, justo allí radicará entonces la sorpresa literaria en Piñera: la desnaturalización o la naturalización; es decir, el cuerpo.

Una característica general en la obra narrativa de Virgilio Piñera es la poderosa relación que existe entre su palabra y su cuerpo: cuerpo poético, poética del cuerpo. Escritor cubano maltrecho que tejió una intensa obra literaria desde la transparente fragilidad de su cuerpo. Cuerpo sedentario. Cuerpo nómada. Cuerpo que se mueve dentro de una línea hacia sí mismo, hacia el otro que es siempre uno mismo. Éxtasis de la inercia como bajo una misteriosa llovizna tropical. Me recuerda a los grandes filósofos que utilizaron su propio cuerpo como instrumento maravilloso para filosofar. Epicuro, Montaigne y Nietzsche, por ejemplo. Literatura dura, violenta, tierna. Palabra filosa, nerviosa, palabra huesuda. Palabra desnuda. Palabra que piensa desde la carne que siente desde el cuerpo que reflexiona. Ontología inefable de la carne que es demonio, propuesta apocalíptica intemporal. Gramática de la carne en función de una antropología filosófica que se pregunta constantemente por el ser del hombre. La carne en Piñera es más que tránsito de una identidad, es espacio donde confluyen el ser, el estar y el tener en un gerundio que gira girando desde dentro y fuera del propio autor. Piñera es un signo arbitrario de una filiación inimaginable intuida desde la carne. El cuerpo, la carne de Piñera abierta y desnuda en su literatura termina siendo un puente que se tiende entre el dolor y el placer. Dos pulsiones que lo van arrastrando, lo van llevando hacia otras instancias supremas en las cuales las posibilidades se constituyen entonces en otra tensión, pero que va desde el saber del desconocimiento propio de la extrañeza. Pero no una extrañeza en el sentido clásico filosófico –el asombro de los griegos–, nos referimos a una extrañeza, a un asombro que tiene su fuente en el miedo. En el temor como lo han advertido Bataille y Blanchot, para quienes el asombro que genera el miedo es el gran motivador que nos permite salir de nosotros mismos y, lanzados fuera, experimentamos las distintas especies de lo pavoroso, lo que está, diría Blanchot, enteramente fuera de nosotros y es distinto a nosotros: lo Externo en sí. Miedo filosófico que proporciona una especie de relación con lo desconocido, deparándonos así un conocimiento de lo que escapa al conocimiento.

El cuerpo en Piñera es un puente a través del cual el individuo construye y fundamenta su «ser-estar» en el mundo. El cuerpo encarna la mundanidad vista desde los ojos de Heidegger, es decir, desde una carne curtida de mundo vivido desde la sensibilidad viva y supurante de vida. Piñera nos habla desde su cuerpo maltrecho del cuerpo como surgimiento del mundo, cuerpo existencial: la gran razón nietzscheana. Cuerpo como metáfora dentro de la cual se agitan los juegos especulares del deseo, sus posibilidades e imposibilidades. Cuerpo como escenario donde se expande como sombra de otra sombra la alteridad que también nombra desde otro cuerpo: otredad simbólica del cuerpo que también es la escritura. El cuerpo de Piñera se vuelve herejía teológica, ya que la única realidad es aquella que siente la carne: espiritualidad carnal. Lucrecio desbordado. La carne se transforma en la narración misma, en narración que pregunta desde el ardor acerca de todo sabiendo que en ella misma están todas las respuestas puesto que de la carne venimos y hacia la carne vamos.

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El cuerpo al cual escribe Piñera es su propio cuerpo, cuerpo sin sentido, cuerpo en transparente disonancia, cuerpo desarmonizado para poderlo tener en cuenta, ya que, sólo en esta disonancia con la tradición platónica y judeocristiana que hace de la carne un recipiente lleno de fantasmas gobernados por otros fantasmas, de gritos sin voz, de ondas espesas de dolorosas alucinaciones. El cuerpo se hace depósito del sentir que siente desde una sensibilidad que suena a los olores de vida vivida en medio del más absoluto sentir. El cuerpo de Piñera es un cuerpo barroco, es decir, un cuerpo cruento, retorcido, un cuerpo oscuro. Un cuerpo edificado como una manifestación de la negatividad, pero, al mismo tiempo, es un cuerpo que se afirma sobre un vacío ausente, es un cuerpo dorado en tanto siente humanamente, siente, ya lo hemos dicho, mundanamente. Un cuerpo acariciado por el sentido de la vida que escucha, habla y es capaz, también lo hemos dicho, de sentir la mismidad del instante grabado en la caricia cortante de la mano que se posa sobre el territorio carnal que está permanentemente abriéndose a sí misma y al otro. El cuerpo de Piñera es un vasto caos sintiendo en medio del teatro de la hipocresía que teje el mundo para destejerse en racionalidades absurdas, francamente frías, aposento de volátiles villanías y desvaríos. El cuerpo de Piñera es el cuerpo que nace de las lagunas de la infelicidad; es decir, aquel cuerpo que está en tránsito hacia la felicidad. El cuerpo vivo que ha pagado el precio por su felicidad en cuanto a que procede de la infelicidad de estar sujeto a un pedazo de tierra bordeado de agua. El cuerpo de Piñera es aquel que vence el «no-ser» a través del contacto, a través de las palabras que todo lo dicen debido a que lo dicen desde el cuerpo que ahora es una conciencia arrojada al mundo. Cuerpo como esponja que absorbe la intencionalidad del mundo, cuerpo-conciencia que va moldeándose a las circunstancias del ser en sí y del ser para sí. Cuerpo transparente, cuerpo dialéctico que ahoga en su goce de ser en la vida la esquizofrenia del platonismo. Cuerpo que se desnuda para señalar junto a la voz de Deleuze al sacerdote que ha lanzado su triple maldición.

Sin embargo, parece entender muy bien Piñera que al liberar al cuerpo de la dominación que sobre él cae, de alguna manera, podría alcanzar cierta libertad que sólo le es posible a través de la escritura; en tal sentido, no sería descabellado suponer que transitar el cuerpo es una acción similar a escribir. Cuando Piñera escribe logra liberar su cuerpo de la opresión a la cual siempre ha estado sometido. Por esa razón, su escritura parece en algunos momentos una constelación de aullidos que pueden morder, gritar y arañar, encajar sus dientes en la piel de la oscuridad a través de la cual se ha contado su historia. Virgilio Piñera se transforma así en un fisiólogo en el sentido en cual Nietzsche concebía a un artista moderno. El discurso de Piñera va tras los pasos que demarcan los filósofos modernos que amparados bajo la sombra de Epicuro o Montaigne, convierten al cuerpo en el tema central de sus reflexiones por medio de las cuales sondean la finitud, la precariedad, la materialidad y el erotismo como espacio fértil en el cual Dios muere a diario. Piñera, así como los filósofos modernos, es de algún modo un heredero de Nietzsche en cuanto a emplear paradójicamente al cuerpo como instrumento crítico de la razón. El cuerpo como Gran Razón oponiéndose a la razón. El pensamiento de Piñera procede de un cuerpo, su cuerpo, y a él vuelve después de haber efectuado una vuelta por las palabras. Dice Onfray que la cantidad de vitalidad de un cuerpo escribe el destino de un ser. El cuerpo piensa, ya lo sabían Diógenes, Epicuro, Lucrecio, Erasmo, Montaigne, Meslier, Sade, Spinoza y Nietzsche, claro, también lo saben Sartre, Foucault, Guattari y Deleuze, ya que todo artista, todo pensador es un registro, un lugar para el eco, una vasija más o menos hospitalaria, cómplice rebelde. Georges Palante, antepasado en la línea de Piñera, recomienda obedecer a la sensibilidad que transpira el ser, ya que éste ha estado informado por su cuerpo: así se forja una sensibilidad individualista, remanso donde cobra forma una carne hospitalaria conformada políticamente por un hedonismo anárquico. El cuerpo del ser humano, es así una cosa entre las cosas y, por esta condición, es esencialmente política: la verdad, entenderá Piñera, es otro de los rostros que adquiere la lucha por la supervivencia de la vida.

El cuerpo, y esto se nota claramente en muchas narraciones de Piñera, funciona como un espacio, una geografía solemne que sirve de punto de contacto entre lo externo y lo interno. Cuerpo como mediador, diría Bachelard, en la dialéctica de lo dentro y lo de fuera. Una dialéctica que pareciera darle forma a un bestiario de signos que terminan ramificándose sobre la superficie en forma de imagen luego multiplicada en los ojos de quienes escuchan y en los oídos de quienes observan, en caso de que se pueda observar o escuchar otra cosa que no seamos nosotros mismos que, al igual que Piñera, somos metáfora, una metáfora conocida, pero siempre por descubrir. Entonces, ya lo estaba suponiendo, el cuerpo y la poesía son lo mismo en cuanto a que siempre son otra cosa, como pudo ver claramente Borges, somos siempre somos una experiencia nueva siempre.