A comienzos de los años 40, el periodista y escritor colombiano Germán Arciniegas, descubre un amor atemporal que lo lleva a recorrer las calles de Florencia y Génova. Simonetta, se llama la jovencita -de tiempos del renacimiento- que bajo el amparo de los Médicis y los Vespucci, fue musa de artistas filósofos y poetas. Tanta fue su locura, que alumnos y compañeros del autor colombiano, lo apodaron el profesor Vespucci. En los libros de Arciniega se respira la latinidad de quien conoce y respeta los orígenes. Es tan vívida la narrativa en El mundo de la bella Simonetta, que impregnada del “espíritu de Arciniegas”, creo imaginar al viejo y al nuevo mundo representado en aquellos jóvenes que se divertían en los jardines de la residencia Vespucci del barrio de Santa Lucía de Ognissanti, muy cercana a la casa del pintor Sandro Boticelli. Simonetta Cattaneo, coincidió socialmente con el artista y con Amerigo, el descubridor, primo de su esposo Marco Vespucci. Para el momento, tenían entre dieciséis y veinte años. Mientras leo, escucho música renacentista, chequeo mapas y voy observando pinturas. Me detengo en la Venus de Boticelli y casi, casi, veo el apretón del mediterráneo con el Caribe. En 1950, Arciniegas bajo los auspicios de Bollingen Foundation y un grupo de amigos, comienza a recopilar documentación para obras como Amerigo y el nuevo mundo; El mundo de la bella Simonetta y Biografía del Caribe. En la bella crónica novelada sobre Simonetta, es simpática la anécdota que da cuenta del encuentro, durante una fiesta en 1960, con la familia Cattaneo, en la misma mansión medieval en la que nació la joven:
“¿Sería cierto que Simonetta se desnudaba? Respondo sin vacilar: no se preocupe marquesa, los retratos los hizo Botticelli cuando ella ya había muerto”.
¡Vaya preocupación siglos después! La pluma de Arciniegas se inclina por las curvas históricas. Amerigo Vespucci deja de ser el monstruo que pintó Fray Bartolomé de Las Casas, que lo llama mentiroso, ladrón y usurpador del descubrimiento. Puede ser… Nunca Cristóbal Colón o sus hijos alzaron la voz en su contra. De hecho, Colón fue su amigo hasta la muerte. Volviendo a Arciniegas y a su loco amor por Simonetta, en una conferencia en San Salvador, en 1958, habla por primera vez del manuscrito que está escribiendo. La oportunidad para completar sus indagaciones en los archivos de Florencia, se le presenta como embajador de Colombia en Italia, en 1960. Pero no es sino hasta el 62, cuando El mundo de la bella Simonetta se publica en Buenos Aires. Leerlo es recrearse. Arciniegas, el defensor de la igualdad, rescata a las grandes olvidadas de la historia. En las páginas, su Simonetta sufre una metamorfosis, pasando de ser una diosa acartonada a tener vida. En el diario colombiano El Tiempo, en 1962, el ensayista Hernando Téllez, destaca la audacia de Arciniegas de crear un libro, con una heroína menos importante que otras mujeres de su época y, dice: "La vida de Simonetta es un instante de pintura y un minuto de poesía. Su existencia como persona carece de interés". Es muy posible, pero el "momento", que un escritor le otorga a un personaje, lo pone a circular entre las brumas de la ficción y la realidad. Recrearlo pone a los lectores a dar vueltas en el laberinto de las leyendas. Nada es más cierto que la frase bordada en el estandarte de justas de Lorenzo de Medici, apodado “El Magnífico”, que rezaba: “El tiempo retorna”.