Saludos mi querida comunidad. Esta publicación es muy especial, puesto que pretendo comentarles e invitarles a reflexionar en torno al día de nuestra casa grande: PACHAMAMA.
El 22 de abril se celebra el día de la Tierra y en todo el planeta se llevan a cabo actividades para conmemorarlo. Sin embargo, me interesa que pensemos un poco en el significado de esta fecha.
Con frecuencia esta celebración es considerada como una efeméride inherente a los grupos ambientalistas del mundo. Sin embargo, es una fecha en la que todos debemos detenernos a pensar y a hacer el ejercicio de comprender el impacto de esta fecha sobre la vida de los seres humanos.
El origen de esta celebración tiene varias hipótesis, la mayoría de los cuales ubican sus inicios entre los años 60 y 70. Algunas versiones mencionan a Vladimir Lenin, fundador de la Unión Soviética, como responsable de que el día de la tierra se celebre el mismo día de sus cumpleaños. Al parecer, los grupos ambientalistas y Lenin compartían el objetivo de terminar con la propiedad privada y por tal motivo estos últimos seleccionarían la fecha.
Las hipótesis más aceptadas indican que el movimiento ambientalista norteamericano tuvo en el político Gaylord Nelson el impulso necesario para generar una protesta significativa. De este modo, en el año 1970 y liderados por Denis Hayes, el movimiento ambientalista realiza la primera protesta multitudinaria en la que las personas podían expresar su opinión sobre el estado de nuestros lagos, ríos, mares, aire y suelos.
Desde ese momento y hasta ahora se celebra cada año el día de la Tierra.
La pregunta que debemos hacernos es ¿Qué significado tiene el día de la Tierra?
Desde 1970 han surgido muchos movimientos ambientalistas que tienen entre sus propósitos difundir la información relacionada con el impacto que están generando las actividades humanas sobre el planeta. Se realizan convenciones alrededor del mundo y ya en la internet abundan datos que pueden describirnos en tiempo real el estado del ambiente que habitamos en estos días. Imágenes de grandes fábricas arrojando grandes cantidades de gases son comunes. Intentan advertir que el impacto de la industria es notable. Pero qué podemos hacer como ciudadanos para evitar que esto suceda. Qué podemos aportar.
Al parecer, no mucho. Tomar conciencia no se refiere solo a no arrojar desperdicios en la calle o a dejar de usar pitillos (popotes, pajillas, sorbetes, entre otros sinónimos). Estas acciones tienen peso, pero no son suficientes para generar un impacto mayor.
Sin embargo, estas pequeñas acciones son el principio. Son la evidencia inicial de que el cambio es posible. La verdadera transformación ocurrirá cuando todos comprendamos el trasfondo de todas nuestras actividades, el costo de cada producto que consumimos, pero no su costo monetario, sino el costo ecológico que implica el uso de todo lo que nos acompaña cotidianamente. El primer paso es comprender que la disposición de los desechos depende en primera instancia de nosotros, no de quienes se ocupan de la limpieza. Quienes limpian tienen ese trabajo porque otros ensucian, así la primera tarea es no ensuciar.
Pero más allá de esto, debemos cuestionar el uso que hacemos de cada producto que compramos. Lo más común es pensar en evitar el consumo de productos plásticos, especialmente aquellos que son desechables, por el poco tiempo de uso y el largo período que requieren para su degradación. Esa es una buena iniciativa.
En este contexto, es importante comprender cómo funciona el planeta, cómo se dan los procesos de producción de todo lo que consumimos y hasta qué punto podemos contribuir con el planeta dejando de comprar productos cuyos procesos de elaboración no sean amigables con el planeta en términos del consumo de agua y generación de gases que contribuyen con el calentamiento del planeta y favorecen el efecto invernadero de lo que tanto hablamos y que tan poco sabemos realmente.
Se trata, entonces, de que no minimicemos nuestra responsabilidad. No debemos conformarnos con hacer un aporte en un día especial. Es importante reflexionar sobre nuestros hábitos y asumir una postura activa en cuanto al impacto que generamos día a día sobre el ambiente.
Desde luego la atmósfera ha perdido gran parte de su capa de ozono y queda mucho menos oxígeno. Ya no llegan a curarse enfemedades con las luces del amanecer y el crepúsculo ni podemos sanearnos con las respiraciones profundas pranayama tanto como hace unos veinte o treinta años, el aire no contiene tanta vitalidad.
Se puede mejorar mucho la atmósfera volviendo a llenar al mundo de árboles. ¡ójala!.