Jehová sabe lo que nos sucede al morir. Él nos enseña en la Biblia que al morir nuestra vida se acaba. La muerte es lo contrario de la vida. Cuando morimos, dejamos de ver, oír y pensar. Nuestros pensamientos y recuerdos también mueren. No tenemos un espíritu que siga viviendo en otro lugar. *
El rey Salomón escribió que los muertos “no tienen conciencia de nada en absoluto”. Así que ni aman ni odian. Salomón también dijo que “no hay trabajo ni formación de proyectos ni conocimiento ni sabiduría en el Seol” (lea Eclesiastés 9:5, 6, 10). El Seol no es un lugar literal. Es el lugar simbólico en el que descansan los muertos. Y Salmo 146:4 dice que cuando alguien muere “sus pensamientos” también mueren.
Nuestra muerte física no es el fin, sino más bien es un paso adelante en el plan de nuestro Padre Celestial y un momento de alegría indescriptible para la persona que hace la transición.
Cuando uno es el que se queda atrás, el que pierde a un amigo o a un ser querido, el dolor de esa pérdida es muy fuerte. Pero hay un gran consuelo al saber que lo verá de nuevo. Y por medio de la muerte de Cristo, en algún momento nuestro espíritu y el cuerpo se reunirán (resucitarán) y serán perfectos para no separarse nunca más.