Tercer capítulo de esta colección de relatos breves titulado Cuchilla sobre un drama adolescente. Todos los episodios son originales y también podéis seguirlo en mi blog Venas y Arterias
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Capítulo 3: Apenas puso resistencia,
las personas que se sienten culpables constantemente suelen obedecer sin más
Antes de eso había descubierto que cuando nos conocimos me mintió con la edad. Me lo tomé con buen humor. La primera vez que me invitó a su casa para conocer al coñazo de sus padres me llevó a su cuarto. Este último ritual fue mucho más interesante para mí y evidentemente lo era para ella. La cama donde dormía, los pósteres en las paredes y la decoración, era como si la tuviera desnuda delante de mí. Obviamente, cuando se vive en casa de los padres algunos elementos, como puede ser el orden, destacan como algo que no debería estar allí. En este caso era un cuadro con su partida de nacimiento. Yo ya sospechaba que no tenía la edad que me dijo tener, así que me planté delante del cuadro y de manera exagerada me puse a hacer cálculos contando con los dedos. Pero no se percató porque para ella ese cuadro no formaba parte de su cuarto y había desarrollado cierta ceguera ante ese elemento.
Que se perdiera mi actuación matemática no me frustró, ese mismo fin de semana se me ocurrió una idea. Le dije que quería ir a tomarme algo así que fuimos a la zona de pubs y una vez allí se me antojó entrar en uno para mayores de dieciséis. Su cara era muy divertida, pero lo era aún más sus excusas, me contó que allí solían hacer redadas. Aún así se aventuró antes de confesar y nos pusimos en la fila. Al llegar a la puerta el portero nos pidió el carné. Mientras ella buscaba en su minúsculo bolso yo entregaba el mío al portero. Después de hacer un rato el paripé dijo que se le había debido olvidar, así que no nos dejaron pasar.
Se disculpó y me propuso ir a otros sitios, entonces yo me senté en un banco de mármol y la senté a ella en mis rodillas. Se extrañó que estuviera sonriendo en lugar de decepcionado, no sé si eso le preocupaba más. La miré con ternura y se lo solté, cariño, sé que aún tienes quince. Yo tenía diecisiete por aquel entonces, tampoco es que hubiera una gran diferencia, pero ella parecía darle mucha importancia. Hubiera sido anecdótico si el gilipollas del padre no me hubiera amenazado con denunciarme a la policía al año siguiente cuando cumplí los dieciocho.
El siguiente año fue cuando encontré la cuchilla, recuerdo perfectamente lo que sentí. Cualquier secreto descubierto hasta la fecha se quedó en un juego de niños ante aquella metálica lámina flexible. Ella me dijo que le diera algo de su cartera y el pañuelo de papel en el que estaba envuelta dejó entre ver su contenido . Deseé que escondiese otra cosa mientras lo terminaba de desenvolver, pero no. Allí estaba la trazadora de líneas mortales. No le pedí explicaciones, me las ingenié para quedármela diciéndole que llegado el momento haríamos uso de ella los dos juntos. Mi intención era mantenerla alejada de eso, quería deshacerme de ella, pero la guardé. Después empezó a agradarme la idea de vernos tumbados, abrazados y bañados en brillante hemoglobina.
Wepa muy in tu relato
Gracias