Pero a pesar de esta cruda realidad, me dispuse a seguir mi camino por otro sendero y me decía a mi misma: que él no estaba obligado a sentir algo por mí y esto me estaba ayudando mucho a seguir adelante. Pero no había pasado dos semanas de éste drama, cuando ya sentía los síntomas del embarazo, no me había dado cuenta. Fue después de pasar un mes y dos semanas que empezó mi angustia porque la regla no me había venido.
Al ver el resultado del examen de gravidez, me vi como en un callejón sin salida, realmente no encontraba que hacer, porque pensaba en mi familia, sobre todo en mis padres de cómo se iban a sentir al enterarse, principalmente porque ellos eran un matrimonio cristiano con un buen testimonio en la iglesia donde asistían, en el entorno familiar y en la comunidad.
Lo único que me venía a la mente era abortar, para ocultar mi estado ante toda esa sociedad que me rodeaba.
Le cuanto mi problema a una amiga y ella me da la dirección de un médico que practicaba abortos, pero que éste cobraba una suma considerable, fui a la caja de ahorros de mi trabajo y me prestaron mucho más de lo que necesitaba.
Llego al consultorio del médico, sola, a pesar de que tenía varias amigas, pero no sé porque no busque que ninguna me acompañara.
Tenía varias personas por delante, cada vez le preguntaba a la enfermera si él se tardaba mucho con cada paciente. Ella al principio me respondía amablemente, pero era tanta mi desesperación que al cabo de un tiempo, me respondía con un tono molesto.
Llegó el momento de la consulta, el doctor comienza hacerme mi historia, él no había hecho ni siquiera la mitad del cuestionario, cuando ya le estaba contando mi situación; me examina, me dice el tiempo de gestación y yo le pregunto directamente la fecha que él me podía asignar para practicarme el aborto. Me dice que la enfermera me asignaría el día y la hora.
Recuerdo claramente, que al salir del consultorio escuche una voz muy suave, no había nadie a mi alrededor y la voz salía muy dentro de mí, que me preguntaba ¿Qué vas hacer?, tomo un taxi, por el camino rompo a llorar en silencio. Me dije: realmente prefiero estar bien con Dios y no cargar con éste peso de conciencia; total, ¿Qué me puede pasar?; ¿Qué me echen de mi casa?; se que al principio les dolerá, pero tengo dinero suficiente para vivir sola con mi niño o mi niña, además cuento con un trabajo.
Les cuento a mis padres lo que me estaba pasando y mi madre en medio del llanto me dice que cuente con ella, que no era bueno que estuviera sola.
Pasaron los nueve meses, llegó la hora del parto, cuando estaba en la admisión de pacientes de la maternidad, escucho a lo lejos una canción que me gustaba mucho en la adolescencia “Quien te ama” de las Cuatro Estaciones” (Frankie Valli & The Four Seasons - Who Loves You 1975). Realmente creo que nada pasa por casualidad, todo es una señal del amor sobrenatural de Dios.
Comienza mi recorrido como toda parturienta que llega a ese sitio, primero me preparan para ir a sala de parto y en ese lugar deciden hacerme cesárea porque a pesar de que había dilatado lo suficiente, la pelvis la tenía estrecha y la niña estaba sentada.
Entro al quirófano con un dolor desesperante porque mi hija naciera, en la mesa de operación hasta la boca me temblaba, no sé si era por el frío del lugar o mis nervios. Lo cierto que llega el anestesiólogo me coloca la anestesia epidural, esperan un tiempo para comenzar y cuando proceden a enterrarme el bisturí siento un dolor desgarrador en mis entrañas y también sentí como se deslizaba el bisturí de arriba a abajo. Pego un grito aterrador y comienzo a decirle a las doctoras que me estaban atendiendo que se apresuraran, que no aguanto el dolor, sacaron a la niña y me la enseñan. Comienzan hacerme los puntos y les ruego que terminen rápido, ellas en un tono de burla me decían que me quedara tranquila, que no hable, y cuando terminan, me dicen: “Para ver si es verdad que tienes la parte de abajo despierta, que moviera las piernas a la camilla, de inmediato me paso y ellas se asombraron porque se dieron cuenta que no había agarrado anestesia.
La niña nace sana, perfecta y con buen peso, pero en ese tiempo dejaban a las mujeres con cesaría en la maternidad hasta que cicatrizara la herida de la operación.
Al tercer día observo que mi hija tenía mucha diarrea, el pediatra la examina y la dejan en observación en el reten, al siguiente día me la entregan nuevamente para que la mamante, la veo peor, respiraba con dificultad y seguía la diarrea. Llevo nuevamente a la niña al retén. Al rato me dicen que la tenían que pasar a terapia neonatal infecciosa porque la niña estaba mal.
Converso con el médico tratante de terapia, me dice que la niña está grave y que no le daba un día más de vida. Me voy llorando a la habitación, era de noche, mi compañera de cuarto dormía. Postrada orando le digo a Dios que tenga misericordia de mí, en ese momento, me vino a la memoria que nunca le había pedido perdón por el solo intento de quererla abortar, que jamás le había dado las gracias por hacerme recapacitar, de hacer que mi familia me extendieran la mano en el momento que lo necesitaba y tampoco nunca me había arrepentido del desamor que sentía hacia mis padres. Llorando desconsolada me pongo a cuentas con Dios y me quedo dormida.
Aún no había amanecido cuando la compañera de cuarto me despierta y me dice: “Mira, vistes a tú mamá” yo le respondo, no. La compañera sigue insistiendo: “Pues, tu mamá vino y se acercó a ti y te dijo, que no te preocuparas porque la niña ya estaba bien, que ya Dios había hecho el milagro.
La verdad es que mi mamá no fue a ese lugar, menos a esa hora, por la inseguridad del sitio.
Muy temprano me voy a saber de mi hija, sale la doctora de turno y me dice: “Señora, dele gracias a Dios, porque su hija respondió al plasma, al tratamiento que le suministramos y se ha salvado”. En ese momento le di gracias a Dios y me acordé de lo que había dicho la compañera de cuarto.
Nunca me he casado, pero de todas maneras si lo hubiera hecho, no podía tener más hijos, porque estando todavía muy joven me diagnosticaron menopausia precoz. Ese es otro milagro que no me cansaré de agradecer a Dios. Que me permitió tener una gran familia a través de mi hija, ella ahora es una mujer profesional, felizmente casada y con dos hermosos hijos.
Apreciados lectores, lo que ha sido asombroso y sobre natural en mi espacio de vida es la misericordia que Dios ha tenido para conmigo. Porque nada he hecho, ni podré hacer que merezca tanto amor de su parte.
Atentamente,
Rosa Elena Rodríguez @trigalita
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Hermosa historia, Gracias a Dios por su obra poderosa!
Amén, la gloria sea siempre para Él
@trigalita