ETAPA 12
Capítulo 7
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Clara disfrutaba de la brisa fría que la arboleda le regalaba, el parque de su casa estaba en el límite donde empezaba el bosque libre. Desde allí para adelante seguía en subida la montaña y los habitantes se raleaban, eran conocidos los nombres de los que tenían la audacia de vivir en forma permanente en la alta montaña. Los inviernos eran más crudos y largos, y había que estar muy arraigado a las tradiciones para construir una vida allí. Generalmente eran personas mayores sin hijos pequeños, ya que los jóvenes al independizarse se quedaban a vivir en el centro de la ciudad.
Abrigada con un tapado largo con piel en su interior, botas y calzas térmicas, con una taza de chocolate bien caliente apretada con las dos manos, soñaba despierta acompañada por todos los perros en la galería de la casa, extrañando a su Rocky.
Sentía en su más profunda entraña que pertenecía a esas tierras, ese silencio donde se escuchaban como si fuera un fondo musical los sonidos de los animales y el movimiento acompasado de los árboles, la dejaban envuelta en sueños alucinantes, haciéndosele difícil separar la verdad de lo irreal. Se dejaba llevar por ese encarnizado descubrimiento de la naturaleza que en sus misterios le daba la certeza de su arraigo al bosque. Atinó a llegar al fin del parque que lo marcaba una cerca de madera rústica desprovista de cuidados, le gustaba escuchar los sonidos maravillosos al vivir en un lugar así, la luna ya había logrado teñir con sus tules blancos la arboleda que se guardaba algo de siniestro para el que no la conocía, no para Clara que amaba esa penumbra fastuosa.
Se escuchaban lo chillidos insolentes de los animales salvajes y entre los troncos oscuros un par de ojos brillaron, la miraron insistentes y huyeron sigilosos dejándola sorprendida, asustada, curiosa, además nada se había oído antes de fijarse ante ella y los perros que le ladraban a todo no emitieron sonido. Volvió caminando a mucha prisa a la seguridad de su casa, un movimiento rápido se alejaba hacia la alta montaña y la dejó confusa.
El desayuno reunió a la familia alrededor de la mesa, chocolate con leche, café, torta, los terminaron de despertar. Entre los ruidos de las tazas y las charlas sueltas y coloquiales Clara dejó caer un pedido.
-Quiero que me lleven al lugar donde me caí. - murmuró de repente mientras bebía de su taza-.
Nadie respondió, solo silencio era la respuesta a sus palabras. Insistió:
- ¡hey, hola! estoy aquí- movía la mano derecha como saludando.
-¿Por qué ahora?- dijo Julián.
-No sé, ahora quiero saber.
-¿Pero alguien te dijo algo?- comentó Julián mientras le untaba manteca a una tostada
-No July, no sé, necesito llenar ese hueco en mi vida, no sé por qué. - apuró un tono imperativo-.
Guardó para ella la conversación que había tenido con Germán, que en realidad si lo analizaba era lo que había despertado su interés.
-Bueno en cualquier momento te llevamos- acertó en decir Melissa
-Yo no sé adónde es, sino te llevo ahora- dijo Aldo
-¡Ni yo!- acotó Gerónimo, pequeño solidario con su hermanita que lo malcriaba ¡tanto!.
Mientras los otros dos integrantes de la familia guardaron silencio y dejaron pasar el comentario.
Clara esperó a Guillermo en su departamento. Había empezado a cocinar algo liviano, sabía que terminaba temprano de trabajar. Le encantaba llegar y sentir el olor a comida, el departamento caliente, las luces encendidas, no le gustaba estar solo, reírse con ésta jovencita tan llena de vida le daba paz, a él que tenía que soportar los gruñidos y arrebatos de Raquel.
El director del hospital le había recomendado a ella que buscara un traslado ya que el ambiente se hacía difícil por la intransigencia de la traumatóloga.
La profesora de inglés llevaba como un pequeño peso que su familia no estuviera de acuerdo con su relación con Guillermo, cuando podían se lo marcaban. Su acercamiento con los tíos Fasman era lo que más los ponía en contra, argumentaban que estaban enfermos por la obsesión por encontrar a su sobrina y en algún punto en el futuro la perjudicaría a ella.
Clara estaba convencida de amar al joven pediatra, se había duchado, y se había puesto un pijama negro que era de Guillermo, le quedaba muy grande como las pantuflas, pero estaba cómoda, después de trabajar en la academia y cocinar.
Aún tenía el cabello mojado, mientras estaba poniendo los platos sobre el mantel. Su novio se había sentado a tomar un aperitivo y Clara lo rozó sintiéndosele apenas la libertad de sus armoniosos pechos bajo la tela de raso, en actitud seductora pero casual.
-Perdón, amor ¿te hice mal?. - lo miró y en sus peculiares ojos había destellos de volcánica picardía
-Sí, mucho- empezó poniéndose de pie, rodeó con sus brazos el tibio cuerpo, perdido entre el exceso y la suavidad de tela se dejaban sentir en sus manos duchas el volumen justo de curvas, que le arrebataron ternura y fuego al cansancio cotidiano. Ella desabrochó con astucia uno a uno los botones de la camisa blanca que resaltaba su piel trigueña, y lo llevó caminando lento al dormitorio. Guillermo caminó para atrás y se dejó guiar por la flama de esa pequeña mujer que parecía saber mejor que él mismo lo que necesitaba. Cuando pasaron el marco de la puerta ya no había ropa, sólo volar en las alas de la pasión que les regalaba una nueva escena.
Clara estaba decidida encontrar el lugar donde se había caído y le pidió a Joaquín que la acompañara, pues el joven conocía el bosque mucho mejor que ella, después de lo que le había pasado se había vuelto precavida, temía adentrarse entre la arboleda.
Caminaron despacio con la premisa de llegar al foso, Joaquín iba adelante marcando el camino, no caminarían por el sendero, sino entre la arboleda más espesa. Su amigo le llevaba unos metros de delantera, un arroyo de deshielo golpeaba entre las piedras, del otro lado mezclada con vegetación autóctona, la joven castaña que ella había visto días atrás, la miraba con su cabello revuelto y los brazos extendidos a los costados del cuerpo, en actitud de espera y en un segundo solo pudo ver su espalda que al correr rápidamente la dejaba confusa pues había tratado de saber si la conocía, solo miraba la cabellera moverse y el viento meterse por la remera ondulándola.
Su rostro era un relámpago que se desdibujaba en el trote aeróbico que practicaba, no podía reconocer esa cara pues no se quedaba el suficiente tiempo, pero sí llegó a la conclusión que todas las veces desaparecía hacía la misma dirección.
-¡Joaco! ¡Joaco!.
-¡¿Qué pasa?!- respondió sobresaltado.
-Esa es la joven de la que te hablé.
-No alcancé a verla.
-¿¡Cómo no!?
-No, probablemente sea Celina Shubert, ¿recuerdas a los abuelos que viven en el final de la zona poblada de arriba?
-Si, claro.
-Bueno, creo que vino a pasar unos días una nieta.-
-¡Aah! qué bien.- dijo algo desilusionada.
El desconcierto la conmovió por un momento, pero la corredora furtiva de remera que ella veía se había ido demasiado rápido y seguramente no estaba al alcance de la vista de su amigo.
Caminaron otro rato, mientras Joaquín seguía enfilándose al interior del bosque, ella se preguntaba sobre sí misma en silencio. ¿Cómo podía ser que aquel día ella anduviera tan lejos de la casa?. Seguramente era una niña desobediente y audaz, concluyó sacando concepto de su personalidad.
Llegaron a una zona donde los atisbos de lo que pretendió ser una cabaña se definía apenas entre ramas y hojas secas.
-¿Es por aquí ?¿estás seguro?- dijo incrédula Clarita
- Sí, vine varias veces después de aquel día
- ¿Y el pozo?
- ¡Por aquí!- le señaló una zona que dejaba ver entre pastizales maderas sueltas.
La tomó de la mano, la condujo suavemente rodeando los pocos restos de derruida construcción que quedaban. Se trataba de un lugar cuyos dueños habían comenzado con entusiasmo a levantar la cabaña, luego a raíz de la larga enfermedad de la esposa la suspendieron.
Estuvieron cerca del pozo, unos troncos podridos atravesaban la boca, Clara recordaba la sensación de soledad que sintió allá abajo, el frío, el dolor y la humillación de sentir los excrementos en sus pantalones. Se quedó de cuclillas con sus codos apoyados en los muslos, las manos colgadas entre las rodillas.
Observaba paulatinamente palmo a palmo el entorno, pero nada pasaba por su cerebro antes de eso. Las lágrimas humedecían silenciosamente su carita que se veía como a los ocho años inocente y temerosa. Joaquín apoyó la mano en su espalda, la acarició haciéndole sentir que no estaba sola.
Mónica Ramona Pérez
HASTA LUEGO!!
En pocas publicaciones llega el final de "El foso del olvido", agradeceré tus comentarios.
Este libro tiene sus derechos reservados.
Los espero para compartir una red social donde la creatividad y la fidelidad a sí mismo son premiadas, aquí está Steemit.
Monica que bien escribes la historia. lo haces de una manera tan sutil que engancha a leerla
Muchas gracias Luis.
@gaman you're on the @abusereports naughty list!
Bad Steemian! Bad!