Hola Steemians.
para compartir parte de mi material.
Tengo una gran devoción por la estética, la sensibilidad y la lógica. Pasión y razón. En mis escritos podrán encontrar esta bipolaridad intentando convivir. Y tintes sociales…
Creo fielmente en la comunidad pacifica, y pregono en voz alta por ella. También en mis escritos.
Comenzare con los primeros párrafos de una de mis obras titulada*** “Deberes Desprotegidos” ***
Lagrimas recorrían mi rostro mientras le reprochaba con sinceridad que no me abandone, que no se vaya. Él no sabía que yo esperaba un hijo suyo. Había escogido ese día para darle a conocer la noticia, sin saber, que él tenía algo que notificarme también. Se iría del pueblo. Lo trasladaban a la capital.
Me insistía que vaya con él, pero también me decía que vendría a visitarme. Yo era joven y mis padres no dejarían que me fuera del pueblo y menos con Hipólito. Para mí no era tan mayor que yo, pero aun así lo era y a mi padre no le gustaba verme cerca de él.
Casi llegábamos a la zona más habitada, debíamos cruzar a través de la típica niebla de la pequeña plaza que está junto a la ruta de entrada. Hipólito se detuvo. Me dejó llorando sola. Unos metros delante de él, voltee a mirarlo, estaba por gritarle pero se encontraba paralizado. En su mirada noté un gran temor. Jamás lo había visto así, de hecho jamás vi a alguien tan rígido. Giré con desesperación buscando un justificativo de por qué me había dejando hablando sola. En la niebla, a unos cuantos metros de donde nos encontrábamos se divisaba una sombra. Un hombre delgado, encapuchado. Se oía como que afilaban un trozo de metal.
El hombre comenzó a caminar hacia nosotros. Hipólito tomó mi mano muy fuerte. Pensó en retroceder, pero en un corto instante se dio cuenta que era demasiado tarde. Caminamos firmemente hacia el hombre encapuchado. Es común ver a los hombres encapuchados o con grandes capas ya que siempre aquí, lo normal, es encontrarse con una gran niebla espesa, húmeda y fuertes lluvias durante el invierno.
Ya unos cuantos metros nos separaban del extraño. Hipólito apretó mi mano tan fuerte que me retorcí hacia él, cuando sentí un zumbido agudo que sofocó mi oído derecho. Voltee sobre mi hombro desorbitada. El miedo recorría mis venas. El extraño había arrojado un cuchillo. Había intentado matarme. Estaba muy excitada.
Solo unos pasos nos separaban de él. Hipólito estaba muy agitado, respiraba con dificultad y tragaba saliva todo el tiempo. Cada vez apretaba más mi mano. Miró mis ojos “¡Corre!” me gritó “¡Corre!”, afirmó como era su costumbre. Sin dudarlo corrí en la dirección opuesta en la que nos dirigíamos. Supuse que él iría conmigo. Pero fue al revés, enfrentó al encapuchado.
Me detuve por completo, viré a ver lo que ocurría. El misterioso hombre empujó a Hipólito que cayó al barro sin siquiera darse cuenta. Venía por mí. Corrí lo más rápido que pude. Tantas cosas pasaban por mi cabeza que no lograba determinar qué era lo que estaba sucediendo. ¿Moriría ese día? ¿Reconocería a mi asesino? ¿Con qué me mataría? ¿Me dolería? En un momento sentí un golpe en mi cabeza. Quise ver hacia atrás pero ya no controlaba mi cuerpo. Caí sin sentir dolor alguno. Todo se movía demasiado lento a mí alrededor.
El hombre me volteo rápidamente. “Por lo menos tuvo la decencia de mirarme a los ojos” pensé. [...]
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