Amanece un nuevo día, José Carlos se levanta con el optimismo que lo caracteriza...
José Carlos es un joven de veinte y tantos años, oriundo de Caracas, la ciudad capital de la República Bolivariana de Venezuela. Está obstinado del clima de tensión política que impera por estos días en su país. Está cansado de tener que hacer cola para todo: para retirar efectivo de los bancos, para conseguir algo de comida, para tomar un bus del trabajo a la casa; de todo esto está harto.
Un buen día simplemente empaca tres prendas de vestir en una mochila, se despide afectuosamente de la única persona que sabe sufrirá por su partida, su madre, y se va de Venezuela. Está seguro de que una vez que ponga un pie en la frontera de su país con Colombia las cosas van a cambiar para él. Sus amigos en las redes sociales colocan fotos de la buena vida afuera: fiestas, comida, seguridad, empleo. Por momentos él sentía que era el único de su grupo que quedaba en Venezuela perdiendo el tiempo, dejando de vivir.
Después de muchos días de recorrido agotador en diferentes rutas de autobuses, José Carlos al fin está en Lima, Perú. Llega a la terminal de pasajeros de Lima, a la vista todo luce impecablemente limpio y ordenado, hay tiendas, kioscos donde venden desde los celulares de última generación hasta la franquicia de moda con los ricos cafés que tanto observó en las fotografías de sus amistades. No obstante, José Carlos aún no puede disfrutar de nada de eso, porque llegó justo con el pasaje; confiando en que su amiga de la infancia Susana estará allí esperándolo para darle hospedaje mientras se busca su propio espacio. Ciertamente Susana está en el andén; sin embargo su cara no denota alegría al verlo; apenas se acerca, lo saluda y le indica que deben darse prisa porque ella tiene que irse al trabajo.
José Carlos a pesar de su agotamiento físico, está entusiasmado por su llegada a otro país, a uno que le brindaría todo lo que el suyo en este momento le negaba. Camina, o casi corre detrás de Susana para no perderla de vista, después de unas cuantas cuadras llegan a un edificio; un tanto viejo y descuidado. Suben las escaleras hasta el piso seis; Susana saca su llave y abre una de las puertas, identificada con la letra y número “6A”. Una vez dentro, ella le dice: bueno, sabes que aquí las cosas son diferentes; hay que trabajar duro. Te puedo recibir una semana mientras te ubicas...Coloca tus cosas allí…, y le señala con un gesto un rincón del pequeño apartamento, si quieres, para que descanses un rato pones ese colchón en el piso y duermes. Te agradezco que no gastes mucha agua caliente por cuanto aquí los servicios son costosos … Ya mañana te puedo indicar algunas rutas y lugares para que salgas a buscar empleo.
José Carlos escucha las instrucciones pero no alcanza a procesarlas todas, es que después de diez días de viaje en autobús sus sentidos aún no se conectan a su cerebro. Le dice que está bien, que siga tranquila y él se va al baño buscando que el agua caliente mitigue su cansancio, su hambre, su nostalgia... Tal como lo acordó con su amiga, se baña abriendo la llave casi con miedo, y trata de no derrochar el preciado líquido, pero necesita urgentemente quitarse el polvo y el sucio de todos esos días de viaje. Sale y como si se tratara de su viejita que dejó en Caracas, obedece a Susana, coloca el colchón en el frío suelo, cuyo estado le hace pensar que son muchos los que igual que él hoy, lo han utilizado para calmar su cansancio. Se tiende boca arriba, pensaba que dormiría de inmediato, pero no sucede así. Sus pensamientos están en Caracas, en su madre a la cual le ha prometido que se cuidará, que comerá a sus horas para no enfermarse y que la llamará constantemente para hacerle saber que está bien. Esto último no ha podido cumplirlo porque la estadía en cada país exige comprar un chip de diferentes telefonías, y su presupuesto no daba para tanto.
Observa a su alrededor y es inevitable pensar en las fotos de las redes sociales de Susana, donde se muestra muy bien maquillada y arreglada en cafés, en parques, disfrutando de apetitosas comidas, y le pasa por la mente sin querer aquel lugar donde vive. Es precario, la habitación es húmeda, las paredes dan muestra del poco mantenimiento que le hacen, el baño queda afuera; es decir debe compartirlo no sabe con cuántas personas más; al igual que la cocina. José Carlos decide no continuar con esos pensamientos porque le parece que son de mal gusto para con su amiga, que es mejor intentar dormir. El cansancio finalmente lo vence y se desconecta del mundo.
Se levanta sobresaltado con el ruido de la puerta que acaba de cerrarse, Susana está de regreso, son las diez de la noche, el tiempo ha transcurrido rápidamente, él intenta buscarle conversación pero ante su expresión de fastidio prefiere sólo comentarle que ha logrado descansar algo y que saldrá temprano a buscar empleo.
Ella está preparándose un sándwich para comer y dormir porque debe levantarse muy temprano para acudir al trabajo; sus jefes son bastante exigentes con los Venezolanos, le hace saber a José Carlos.
Amanece un nuevo día, José Carlos se levanta con el optimismo que lo caracteriza, piensa que hoy conseguirá algo que hacer, está dispuesto ante cualquier labor que le permita ganarse la vida dignamente. Y con su mejor cara de Venezolano que acaba de llegar a otro país, sale a buscar oportunidades; la gran cantidad de gente en las calles, de negocios, de diferentes medios de transporte que parecen multiplicar personas, le dan buena impresión. Camina sin rumbo fijo, detallando cuánto cartel de solicitud de empleo se encuentra. Así pasan varias horas. Ya el estómago le avisa al cerebro que ha pasado mucho tiempo y que debe alimentarse. Pero en el bolsillo de José Carlos no hay ninguna moneda, sólo lo acompaña su cèdula de identidad que dice VENEZOLANO y una botellita de agua que trajo por si acaso.
Toma un trago, y continúa su recorrido; recuerda nuevamente las fotos de sus amigos y no puede evitar que se le dibuje en la cara una sonrisa que sólo él entiende. Así transcurre la semana, con la misma rutina. Pero ahora con la sensación de angustia porque aún no tiene empleo y el lapso de tiempo para hospedarse en casa de Susana tiene fecha de vencimiento.
La semana pasa rápidamente y ya es Domingo, único día libre de Susana, por lo que a José Carlos se le ocurre que podrá al fin con calma conversar con ella y contarle sus experiencias.
Apenas sale el Sol, Susana se levanta y se asoma en la puerta de su habitación, José Carlos aún está en el maltrecho colchón en el piso de la "sala”, Susana le dice con voz quejumbrosa: que pena contigo, pero ya no puedes quedarte más tiempo, va a venir otra persona a compartir la habitación conmigo y no podré tenerte más aquí. El joven responde casi de inmediato, evitando que se le note el susto, la angustia, la impotencia: está bien te agradezco la hospitalidad. Susana regresa a su habitación y José Carlos toma un baño y se pone al hombro su vida que trajo de Venezuela: su mochila y sale del edificio sin tan solo mirar hacia atrás.
Camina por las aceras que ya parecen reconocerlo y toma asiento en un banco de la plaza. El día está soleado, hay niños jugando, personas de diferentes edades trotando, ejercitándose, y él no puede evitar llorar. Piensa en ¿Qué va a hacer?, ¿A dónde va a ir cuando se haga de noche?, que va a comer? A pesar de las inmensas dificultades, en su casa nunca le faltó ni cobijo ni cena. Como extrañaba José Carlos su casa, su país, su familia; esos que jamás permitirían que él sufriera de frío o hambre.
Vienen a su mente nuevamente las fotos de sus compañeros. Esta vez no le sacan una sonrisa sino un gesto de rabia. Se siente engañado, hasta traicionado por sus mejores amigos; esos que le insistían a diario que saliera de Venezuela que ellos la estaban pasando muy bien, que todo afuera era prosperidad.
Sus ojos nublados por las lágrimas y sus pensamientos en otra parte no le permiten ver que se ha acercado un amigo de su infancia, Gustavo, ese gordito que ya casi no recordaba de su estadía en el colegio. Gustavo lo saca de su letargo con un: ...epa pana, qué haces aquí?, ¿cuándo llegaste? ¿Qué estás haciendo?, parecía una máquina de hacer preguntas más que una persona. Sin embargo, José Carlos se alegra de verlo, apenas alcanza a responderle que tiene una semana allí y que está sin empleo y sin casa donde pasar la noche, a lo cual el amigo como si no hubiese pasado más de quince años sin verse le responde solidario: vamos a la casa, está cerca y allí hacemos unas arepas y hablamos con calma... José Carlos al escuchar la palabra arepas, recuerda sus últimos días en Venezuela, cuando su mamá le ofrecía una y él le decía no quiero saber más de ella, dame por favor un pan o cualquier otra cosa, es lo único que comemos a diario. ¡Que ironía…, hoy le parecía un manjar!
Se ponen de pie y los amigos emprenden el camino a la casa, poniéndose al día con los cuentos, quiénes se habían casado ya, quiénes con hijos, quiénes en cuál país; pareciera que no se habían dejado de ver ni un solo día. Llegan a la casa de Gustavo. Una habitación un tanto desordenada pero cómoda; las cosas regadas en el piso, ropa, zapatos, una guitarra, esta escena le hace pensar a José Carlos que su pana vive sólo.
El anfitrión intenta recoger todas las cosas a la vez y ponerlas en un rincón donde se note menos; a lo cual su recién llegado amigo le colabora, sin emitir ningún comentario. Y de inmediato pasan a la cocina a preparar algo mientras continúan su amena conversación.
Entre tantas cosas, Gustavo le explica que tiene dos años allí, que trabaja doce horas al día, de lunes a sábado en una fábrica de pan y que a pesar de lo duro de estar sólo en un país ajeno, él prefiere su vida actual a la que llevaba en Venezuela. Ya lo habían robado varias veces en el autobús camino a la Universidad, no había terminado su carrera de Abogado porque la mayoría de sus buenos docentes habían abandonado las cátedras por diferentes razones, en fin todo era un caos. Gustavo se muestra muy cordial y José Carlos no deja de agradecer su invaluable ayuda.
Apenas amanece el Lunes ambos salen del apartamento; el cual ya luce más ordenado, José Carlos aprovechó que su parlanchín amigo se durmió temprano y puso en práctica las enseñanzas de su amada madre, dejó todo impecable, casi irreconocible.
Se disponen a pasar por el trabajo de Gustavo a ver si le pueden ofrecer algo a su amigo, lo cual se concreta rápidamente. José Carlos es el nuevo muchacho de mantenimiento en la fábrica de Pan. Sólo que como es nuevo, aun no gozará de día libre y como tampoco tiene documentos para trabajar allí, sólo le pagarán la mitad de lo que está establecido como salario mínimo. A pesar de las condiciones, José Carlos acepta y hasta agradece.
El joven de veinte y tantos años, de repente parece mayor, cuando se ve en el espejo del baño que va a empezar a limpiar, casi que no se reconoce, está bronceado por el Sol que daba directo en su cara, durante esas largas caminatas, Tiene una barba a la cual no está acostumbrado pero los costos de las máquinas de afeitar no le dan opción. Su aspecto en general es diferente…un grito de alguien lo saca de sus pensamientos, se trata del “encargado”; un hombre de baja estatura, con exceso de barriga y con el cabello peinado hacia adelante que apenas se deja ver los ojos. Está parado frente a él, mal encarado, ordenándole que vuelva a lavar el baño, porque según su criterio seguía sucio. José Carlos, respira profundo y recuerda las palabras de su madre: …ten paciencia y tolerancia, te vas a encontrar con gente que no quieren que los venezolanos estén en su país y por eso tratarán de hacerle la vida imposible. No caigas en provocaciones porque tendrías la de perder. Estás en suelo ajeno y te tocará aguantar….
Esas palabras hacen efecto y José Carlos empieza nuevamente a limpiar el baño, ante la mirada escrutadora de su “jefe”. Una vez culminado el trabajo allí, le asigna mil tareas más, las cuales supervisa en detalle, sin dejar de gritarlo ante cualquier omisión del joven. Finalmente culmina el día de trabajo; y se juntan nuevamente los amigos para el regreso a la casa. Aprovechando José Carlos para hacerle saber a Gustavo su descontento con el trato recibido. Éste sólo sonríe y con una palmada en el hombro le dice: …y lo que te falta pana. Como él hay muchos allí, que dejan salir su descontento con cuanto extranjero le pasa al frente.
Una vez en la casa los muchachos preparan cena y a Gustavo rápidamente lo vence el sueño, mientras José Carlos se tiende boca arriba a mirar el techo y a tratar de entender lo que está ocurriendo en su vida. Decide llamar a su mamá después de tantos días, sólo le ha escrito.
Apenas ve la cara de su viejita en la pantalla del teléfono se le pone un nudo en la garganta que no le permite emitir palabra alguna. Ella se da cuenta, pero no le comenta nada, sólo le cuenta como están las cosas por la casa, que está bien que ha conseguido algo de comida en los mercados y que todo parece encaminarse. Haciendo un gran esfuerzo José Carlos logra decirle que él también está bien, que ya tiene trabajo y comparte casa con un buen amigo. Y que la va a dejar porque hay que descansar para salir tempranito, recibe la bendición de su madre y cuelga.
José Carlos siente unas ganas de llorar que no se explica, no entiende por qué está tan triste, si él lo que más deseaba era salir de Venezuela y dejar atrás tanta descomposición.. El agotamiento finalmente lo vence y logra conciliar el sueño…
La luz del sol que entra por la ventana, lo hace levantarse sobresaltado, piensa que se le ha hecho tarde, de un salto sale de la cama y toma el reloj, ve la hora y respira, apenas son las seis de la mañana. Estamos a tiempo. Aprovecha que Gustavo aún duerme para bañarse el primero, montar sus arepitas y su café.
A las siete en punto se encaminan nuevamente al trabajo, allí se va cada uno a lo suyo. Como una sombra el “encargado” lo sigue a todas partes, no deja culminar una labor para asignarle otra, ordena, increpa, molesta cada vez que puede. José Carlos aguanta y tolera., así como le han recomendado. El poco tiempo que le dan para el almuerzo, hoy lo ha utilizado para observar por la ventana, pues su estómago se niega a pedir alimento. Afuera la gente camina presurosa, cada quien en su mundo, José Carlos se entrega a la tarea de inferir a qué se dedica cada uno.
Ve a una señora elegantemente vestida, con su cabello largo bien peinado, y luciendo una cartera, a su parecer exageradamente grande y dice en voz alta: es una importante ejecutiva de una compañía de teléfonos móviles que va camino a una reunión, luego pasa un caballero de mediana edad, con una braga, especie de uniforme tipo empleado de la compañía eléctrica de su país, este pensamiento le saca una mueca de sonrisa irónica, al recordar los graves problemas en la prestación del servicio de electricidad en Venezuela.
Su pasatiempo termina de imprevisto con la presencia del “encargado”, quien le afirma con su tono de voz característico, que su media hora de almuerzo terminó, y que a él no le pagan para que mire por las ventanas. José Carlos, rápidamente se dirige a continuar con sus labores, aunque a pesar de su esmero el jefe nunca está satisfecho.
Así transcurren los días, Gustavo bromea con el amigo sobre su aspecto, le critica que se le ve más delgado y que ya se quite esa barba. José Carlos cada día está más ensimismado en sus pensamientos, ya no mira las redes sociales de sus amigos ni contesta los mensajes que recibe para que se reporte y cuente cómo le va en el extranjero. Sólo se comunica con su familia, y siempre le asegura que está muy bien. Aunque su cara denota otra cosa. Ahora luce de mayor edad, ojeroso, con una tristeza que no se parece a él.
Una mañana cualquiera cuando suena el reloj que indica que son las seis, José Carlos se levanta distinto, toma una ducha, se afeita la odiosa barba, y Gustavo se despierta con la voz de su amigo que canta en el baño, lo cual le parece sumamente extraño.
Hoy José Carlos tiene la risa a flor de piel, su mirada también es diferente, parece haber una extraña luz en sus ojos, prepara desayuno para los dos, y cuando Gustavo lo precisa a que se apure o llegarán tarde, éste le responde: hoy no voy al trabajo he decidido regresarme a mi país.
El amigo lo mira con cara de incredulidad y le pregunta: ¿Te volviste loco? ¿Qué vas a hacer allá? Todo está peor cada día… Sin embargo José Carlos no entiende de razones, sólo sabe que se cansó de extrañar su habitación, su casa, sus afectos, su familia, su País. Donde la gente a pesar de las dificultades mantiene las esperanzas, donde no falta una palabra de aliento a quien la está pasando mal, donde siempre hay un plato de comida dispuesto para quien lo necesite…es definitivo José Carlos agradece a su amigo la inmensa ayuda que le dispensó y aprovecha para tomarse una foto después de mucho tiempo y colocarla en sus redes sociales con el título de:
José Carlos de regreso en Venezuela…, dejó de ser un extranjero y un problema para un país vecino, para convertirse en un Ciudadano que ejercerá con mayor conciencia todos sus deberes y derechos, y será una voz alzada en contra del abuso y el irrespeto que sufren los compatriotas en otras tierras…
Autor: Elizabeth Guia
Martes, 02 de Octubre de 2018 3:32 p.m.
Autorizada su publicación en este espacio.
Editado por Marcos Milano
03/10/2018.
Editor:@marcosmilano71
Los invito a visitar mi blog titulado: De los Principios y Valores que quedaron atrás.
Muy bueno para reflexionar ahora mas que nunca tenemos que estar muy consiente para dar este paso.
@pedval gracias por su comentario. Ciertamente, no es fácil emigrar