Caminos Sin Huellas...

Si consideramos que la vida es un camino, que se transita sólo hacia adelante, sobre el cual no se puede volver más porque el recuerdo, ciertamente engañoso, y a veces hasta por fortuna; que nos va haciendo sortear obstáculos, haciéndonos topar con diferentes situaciones y personas, y si somos consientes del efecto mariposa de nuestros actos, tenemos que entender que siempre dejamos huellas. Lo paradójico de la metáfora de la vida como el camino que transitamos a cada instante, con sus avatares, es que nuestras huellas no quedan en el camino (ni siquiera metáforicamente, por más paradójico que suene), sino que siempre dejamos huellas en el otro.

Y lo cierto es que que la vida en si, desde la célula más ínfima, nunca se da por si sola. Se podrán discutir diferentes hipótesis sobre el origen de la vida, pero ¿ de qué serviría conocer el origen, si en el día a día no podemos comprender de qué se trata? ¿Realmente nos modificaría saber cómo empezó todo? ¿De qué valdría que "baje" Dios con pruebas científicas de su existencia y de su creación? ¿O que confirme que somos el resultado de una gran explosión?.

Aunque suene bonito pensar que somo fragmentos de estrellas o fueguitos, en verdad el interrogante es "¿Qué somos?" parece causar incomodidad casi en todos los contextos, y a ciencia cierta, la respuesta siempre acaba escurriéndose entre nuestros dedos.

Entonces, si no existe un ser vivo sobre la faz de la tierra que pueda existir sin un otro; si todo ser necesita ser, al menos, creado por un otro, no queda más que aceptar la única respuesta, sin dudas válida, a nuestra inquietante pregunta: ¿Qué somos?

Somos seres vivos.

Quizás, en estos tiempos líquidos, donde reina la incertidumbre Baumaniana, nuestra única certeza sea que hasta para definirnos como egoístas, necesitamos reconocer al otro como tal.