9 años.
El niño se había quedado boquiabierto en el museo. Pasó todo el recorrido observando y admirando las obras de arte que se exhibían en las paredes. Numerosas pinturas adornaban el pasillo de aquél albergue de creatividad y una era más internaste que la otra. Mientras otros le prestaban atención a cosas que no valían la pena, él observaba atentamente cada recuadro. Le llamaba la atención los colores llamativos y los trazos singulares, así como las pequeñas historias que relataba la guía para explicar el contexto de la obra.
Al terminar el paseo escolar patrocinado por el colegio, llegó a casa eufórico a contarle a sus padres la experiencia y lo que había despertado en él. Habló, o más bien gritó, todo lo que había aprendido y cómo se sentía al respecto. Los padres, que estaban muy ocupados con el trabajo en la casa, solo lo felicitaron y le dijeron a poco sentir "Muy bien, cariño, me alegro que te hayas divertido". El niño subió a su cuarto, un tanto desilusionado pero no completamente triste. Soñó con las pinturas y las esculturas, definitivamente algo se había despertado.
13 años.
Las clases extracurriculares eran obligatorias. Los chicos del salón tomaban sin pensar deportes como tenis, béisbol, fútbol, fútbol americano y atletismo. La pasión por correr o sudar no despertaba mucha emoción en él, así que cuando revisó cuidadosamente las materias ofertadas por el colegio, no lo pensó dos veces al descubrir que había un seminario de arte dictado por un artista local. Sin embargo, sentía un poco de miedo en su interior. No por él, sino por sus padres. Se inscribió con todo el miedo del mundo y llegó a casa. Tuvo que dar incontables vueltas para poder soltar las palabras que tenía que decir a su padre, quien estaba pegado de la computadora.
Cuando el hombre escuchó que había escogido arte y no un deporte, se exasperó. Comenzó a gritar por toda la casa el cómo era posible que los demás chicos escogieran un deporte y él no, qué dirían los demás padres al no verlo en los partidos sabatinos y qué pensaba en escoger algo tan básico como la pintura. El joven no pudo refutar nada y mucho menos obtener apoya de su madre, así que al día siguiente, se desligó del seminario de arte y se inscribió en fútbol.
Al primer partido del equipo el padre no asistió, ni los siguientes.
16 años.
La decisión más difícil para un recién graduado es escoger la carrera universitaria. En el estado había una variedad interesante de facultades a las que podía asistir, pero sin duda las de artes eran las que más le llamaban la atención. Lo cierto es que sus padres nunca lo aceptarían. En lo profundo de su ser albergaba terror, confusión, dolor y mucho resentimiento. Mientras se encontraba frente al computador pensando qué rellenar en la hoja de opciones, su padre se acercó. Era uno de esos días buenos en que lo visitaba y podían hablar. Lo primero que soltó fue: '¿Ya elegiste la facultad de derecho? tu viejo está orgulloso de que quieras seguir sus pasos, trabajaremos en el mismo bufete de abogados'.
El joven calló por un momento, la barbilla se le tensó y dentro se le revolvió el estomago. Le dio vueltas al asunto, pensó en soltarle todo lo que había acumulado por dentro... pero no lo hizo. Guardó la calma y respondió: 'Sí, padre".
Mintió.
23 años.
Primer día de trabajo. Se encontraba nervioso, pasaba por uno de esos momentos de ansiedad que pensó que había dejado atrás en la universidad, que lo hacían débil, menos y poco seguro de lo que hacía. Se había graduado por lo mínimo para optar por el título de abogado. Su padre nunca lo dijo, pero no se sentía del todo contento. El bufete de la familia era prestigioso, se caracterizaba por contratar la más alta gama de egresados que eran capaces de ganar cualquier caso. Lo único que lo mantuvo dentro es que pertencía a la familia, no sus habilidades.
Los primeros días fueron horribles. No se adaptaba al ambiente, no comprendía las tareas más sencilla y el campo laboral no lo dominaba por completo. El primer caso como ayudante no fue de mucha ayuda y los artículos más importantes aún no los dominaba. Pero con mucho esfuerzo y dedicación que lo distinguía, logró salir adelante. En el primer sueldo que tuvo, suyo propio y de nadie más, compró un juego de pintura, brochas y un lienzo que guardó para una ocasión especial. Nada le había hecho más ilusión.
30 años.
Por primera vez se encontraba alejado de su familia. Luego de una discusión con su padre, decidió que era suficiente. Había dedicado la mayor parte de su vida a complacerlo, a ser como él y tratar de obtener un 'felicitaciones'. Nunca lo tuvo y supo que jamás lo tendría. Cuando la corriente era más fuerte que los esfuerzo por nadar, y las ganas de mantenerse flotando eran más fuerte que hundirse, dejó todo. Se alejó y se internó para pensar adecuadamente. Cuando la depresión atacaba, algo lo revivió. Aquél juego de pinturas, brochas y lienzo que compró con su primer sueldo lo iluminó. Dejó atrás los demonios internos que le hacían daño y pintó, por fin lo hizo, con pasión y mucho sentimiento. No sabía lo que quería plasmar, solo se dejaba llevar y al ritmo de la música clásica hacía trazos de un lado a otro. La mente ordenaba y el cuerpo obedecía, pudo sentir como las sombras de la ansiedad y la depresión se alejaba, las cadenas se rompían y un paño húmedo de tranquilidad se imponía.
Cuando el resultado estuvo listo lo contempló. No era nada excepcional, no llamaba la atención como aquellas pinturas que se exhibían en los museos, pero podía percibir todo lo que había reprimido año tras año. Era su pintura de liberación.
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no hay edad para comenzar hacer lo que uno desea
Eso es muy cierto, nunca es tarde!
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