De hecho, había pasado mucho tiempo desde que me había acordado de ella. No es que no quisiera, es que simplemente la amalgama de transiciones llamada sucesos de la vida me había obligado a que su recuerdo se convirtiera agridulce. No habíamos terminado bien, eso lo sabía, ni siquiera sé a estas alturas si todavía tengo guardado su número telefónico. Pero había algo que nunca cambiaría y jamás se borraría y es los momentos vivido a lo largo de cinco años. Sin cinco años en que cada día se plasmaba en piedra las secuencias que ella y yo atravesamos.
Sucedió de una manera completamente improvisada. Atravesé la cocina, luego la sala, entré al cuarto y choqué con el armario. El impacto ocasionado movió las cajas de la parte superior y la inercia obligó a que se cayeran. Impactó el granito del suelo y su equipaje se esparció por los metros cuadrados de la recamara. Un montón de recuerdos que no sabía que poseía pero que se encontraban más que presentes. Visualicé de manera rápida las joyas que le compré en nuestro primer aniversario, esas que no eran caras pero que igual le encantaron. Aún recuerdo su carita de emoción y sus ojos estallando de devoción. Mierda, qué cursi soy.
Pero no es ninguna de las joyas o regalos lo que captaron mi atención, sino la montaña de fotografía que vislumbraban entre los escombros de recuerdos. Cada secuencia era una daga para mi cuerpo. Las sonrisas en el rostro, las tomas de fondo en lugares que visitamos, la felicidad imposible de ocultar y las posiciones de nuestro cuerpo junto que dan a entender lo mucho que nos queríamos en ese momento. Un beso en la torre de parís, cuando juntamos nuestros ahorros para un fin de semana de ensueño. Un abrazo por el canal de Venecia, justo después de pasar catorce horas en un aeropuerto. Tomados de la mano en la casa blanca de Washington justo antes que la guardia de seguridad nos retirara de las adyacencias colmados de risas y gritos por una pequeña travesura.
Mierda, yo ni había guardado tantas memorias en mi caja fuerte cerebral, ni siquiera si hacía el esfuerzo más glamuroso por rememorar lo que sucedía hubiera podido iniciar esta película interminable llamada vida. Pero solo bastó aquella montaña de fotografía para descontrolar mi mente. Una lágrima corre mi mejilla y me siento demasiado débil ante todo esto. Había seguido adelante, continuado con mi vida de una manera alejada de todo lo que me hace daño, pero solo bastaron dos personas capturadas en un rectángulo para descontrolarme. Así es la vida realmente, cuando uno menos lo piensa y definitivamente no lo quiere, una serie de sucesos totalmente aleatorio te obliga a que lo recuerdes a la fuerza.
Somos personas frágiles oscilando entre lo inexplorable y lo vivido. Mientras más nos aferramos a olvidar lo que nos hizo feliz, más se empeña el hilo de lo inexplicable a que recuerdes que no importa cómo acabaron las cosas, siempre hubo un momento de la línea de tiempo en que fuiste feliz y no se puede borrar.
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