Durante años solo había tenido un único pensamiento. Aquél pensamiento me había consumido que solo comía, andaba y respiraba para cumplirlo. La meta, o más bien la condena que me había impuesto para poder dormir en paz me había encadenado a una sola acción que, aunque me costara la eternidad lo lograría. Yo recordaba todo, recordaba los gritos, las lágrimas, los golpes, los respiros e incluso también recordaba la temperatura que habían alcanzado los cuerpos de mis padres cuando los encontré en la habitación en la noche de mi cumpleaños. Me había escondido en el ropero pero aun así todo era palpable. Incluso cuando dormía podía saborear las lágrimas que desbordaban por mi mejilla.
“Él” los había asesinado, a sangre fría, sin ningún titubeo. Sabía quiénes éramos y encontró lo que buscaba tan rápido que supuse que había registrado la casa con anterioridad. No supe hasta años posteriores que era compañero de mi padre, que había amañado a mi madre en juegos sucios y que aquella noche se suponía que sería una cena entre amigos común y corriente. Pero aquél hombre no era quien decía ser, solo buscaba el dinero que habíamos ahorrado por años y robarlo, arrebatármelos, no sin antes dejar el cuerpo de mis padres sin vida. No me buscó, no trató de limpiar su rastro. Pues era una sombra. Había adquirido tantas identidades que ya la policía lo daba por desaparecido. Todos menos yo.
Lo busqué debajo de las piedras, me entrené en lo que tenía que entrenarme y me convertí en lo que tenía que convertirme para encontrarlo. Lo hacía bien, se escondía bien y adquiría nuevas identidades, pero yo también lo estaba haciendo excelente. Primer apagué mis sentimientos, luego corté los lazos con el mundo exterior y posteriormente comencé a pensar como él. ¿Cómo pensaría una persona que no le importaba el resto del mundo? Fue algo difícil puesto que después de todo era humano, pero antes que nada quería que mis padres descansaran en paz y yo pudiera dormir tranquilo. Pero me tomó mucho tiempo, demasiado. Lo más gracioso del asunto es que lo descubrí haciendo lo que siempre hacía: conocer, generar confianza y asesinar personas. Lo sé porque en cierto momento yo también me convertí en eso. Todo lo que hacía lo hacía para poder tomar venganza. Una venganza que me carcomía las llamas de mi existencia.
Como era de esperar se resistió. Como todo animal que está acostumbrado a ser el depredador y no la presa mostró asombro cuando otro animal quería su presa. Pero yo no quería ninguna de sus víctimas, lo quería a él, al depredador. Eso es lo gracioso de la vida, que cuando las personas se creen en lo más alto de la pirámide siempre sale alguien más que quiere desafiar las leyes de la vida. Y eso hice, desafié lo que tenía que desafiar y domé al león, lo tomé por los dientes, lo domé a mi merced y entonces lo puse sumiso antes mis pies. Él me miró sin entender, así que lo hice lo más lento posible para que entendiera quién era yo.
Saboreé cada momento como él saboreó el momento en que mis padres caían en agonía. Su rostro mostraba entendimiento, supo que lo que había sembrado finalmente había dado frutos, pero que no estaba listo para ser cosechado. Puse el arma en su frente, él me suplicó que lo matara, pero yo no quería que muriera, quería que pasara el mismo dolor que yo pasé. Así que eso hice, me vengué de la manera más lenta posible, viéndolo cada día suplicar por su vida aun sabiendo que ya estaba muerto.
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