¿Quién no recuerda las cartas a Santa Claus? En algunos países los niños le dicen solamente Santa, o "Santaclos". En mi país le decimos San Nicolás, suena algo más tradicional. "Querido San Nicolás: Este año me he portado muy bien...", solía ser la manera de abrir la esperanzada misiva. No importaba que no fuera cierto, ni que Santa lo supiera; de cualquier modo no se podía admitir lo contrario.
Recuerdo que mis amigos pedían bicicletas, patines, robots, carros a control remoto, el último juguete de acción de Max Steel o qué se yo. A la mañana siguiente veía a la mitad de ellos darse aparatosas caídas de sus artefactos rodantes, y salir llorando con las rodillas y codos ensangrentados. Por la tarde, lo que no pidieron cosas con ruedas, veían cómo sus regalos dejaban de funcionar lentamente. Las baterías no duran para siempre.
Pronto supe que nada de eso me llamaba a atención, y cada año, en cada carta a San Nicolás, pedía una cosa: una máquina del tiempo. Ya no sabía cómo explicarle a Nicolás que la máquina que yo le pedía era real. Llegué a un punto en el que pensé que no me estaba portando suficientemente bien en el año como para merecer una máquina del tiempo real, y por eso siempre recibía un DeLorean no apto para niños menores de 3 años y que "no incluye baterías".
Por tres años, recuerdo haber asumido una rigurosa rutina. Años después la recordaba con el nombre de "La rutina del buen comportamiento", pero en aquel momento la llamaba "¡Co*o! Quiero mi máquina del tiempo". Inventé mi propia escala, de hecho, y al final de año dedicaba dos páginas para explicarle a Nicolás cómo funcionaba mi rutina, cuál era mi método de medición, cómo expresaba los resultados en dicha escala y un informe general de mi desempeño durante el año. "Adjunto informe detallado", colocaba al pie de página. Cada año superaba al anterior en mi "valoración final de comportamiento", pero nada de eso importaba. Nunca era merecedor de mi ansiada máquina del tiempo.
¿Por qué? Me he preguntado siempre. Pero no por qué no me traía San Nicolás mi máquina del tiempo, sino por qué yo la quería tanto. Eso es algo que debo reflexionar un poco más. Creo que si encuentro esa respuesta, me encontraré conmigo mismo. Con lo que fui, y lo que soy. Porque aún quiero mi máquina del tiempo, solo que ya dejé de pedirsela a Santa Claus.
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