-Las guaridas preferidas del terrible Pelavacas. Al que le ponía su mano siempre dejaba su marca-, sonaba en la rockola de la taberna de Don Julio, un sitio que vendió la dignidad por unas cuantas botellas de tequila, unos cigarrillos y unos cuantos borrachos sentados en sus mesas de madera carcomida por las termitas. Mientras tanto, Humberto Quintana, mejor conocido como “El Diablo” hacía presencia, como la mayoría de los días, contando sus mil y un anécdotas de muerte. Solo lo escuchaban con detenimiento, más que por interés, por miedo, dos guardaespaldas que siempre lo acompañan. Y una prostituta, de las únicas que quedaban en la taberna, sentada en su regazo mientras besaba su cuello y alejaba la pistola colocada en su cintura.
“El Diablo” el conocido apodo que había forjado Humberto en los ámbitos delincuenciales y sociales de la frontera no era en vano. Desde muy joven dejó su pequeño pueblo escondido en los remotos desiertos lleno de soledad, polvo y calor. Su padre había sido asesinado por los nuevos “señores” de grandes camionetas; trajes de telas finas; anillos, collares y pulseras del oro más brillante; que habían llegado para tomar todo pedazo de tierra que pudieran encontrar y sembrar el fruto de su dinero: cocaína. Compraron todas las fincas por la mitad de su precio, amedrentando con sus famosos “cuernos de chivo” a cada uno de los terratenientes. El padre de Humberto de un fuerte carácter, orgulloso de lo que con tanto trabajo había alcanzado. Y contrarío a ese negocio de la droga que día a día se iba adueñando de cada fibra de la sociedad.
-Órale, ya vienen estos buitres a querer llevarse lo mío por 3 simples moneditas”. – Exclamaba con una expresión de enojo, revoloteando su sombrero y escupiendo a la polvareda el padre de Humberto.
En ese mismo momento se bajan, de la primera camioneta, 4 hombres; uno, el jefe, vestido de traje gris, sombrero blanco con un bordeado dorado, miles de prendas de oro y unas botas de piel. Los otros 3 simplemente se encargaban de sostener bien el arma. Eran un perchero con poder para matar. En la segunda camioneta los 4 hombres que estaban presentes no tienen la necesidad de bajarse. La situación parece simple y rutinaria.
-Buenas, buenas- Dice el hombre de sombrero blanco mientras da unos pasos aleatorios por sus alrededores. –Nosotros venimos de parte del Patrón. Ya se habrá enterado que estamos interesados por varios terrenos en estas tierras. Y uno de esos terrenos es el suyo, mi compita-.
-No me importa si son enviados del mismo Dios. Por nada del mundo venderé mis tierras, y mucho menos por esa inmundicia que me ofrecen- Sin rodeos e irreverente exclama el padre de Humberto, mientras mira con odio y rencor a cada uno de esos hombres.
-Bueno, solo quiero que tenga en cuenta que por más que se resista esta finca va ser nuestra. Piénselo. Puede que en un futuro también sea dueño de esa mujer tan deliciosa que tienes cocinando y ese hijo que tienes en el pueblo puede trabajar para mí como un sicario más- Decía aquel matón de costoso traje mientras sonreía con maldad y su diente de oro relucía ante el sol desértico.
Nada hizo enojar más al señor Quintana que esas palabras. Su boca se llenó de odio hasta transformarse en gritos. Un escupitajo, signo de lastima y vergüenza hacía el otro, es expulsado por el señor Quintana y cae justamente en el relicario de oro puro del matón.
Revisando con sus ojos y manos la saliva que había caído sobre su pecho el matón exclama –¡Ay, compita, a mí nadie me insulta y mucho menos se atreve a escupirme!- Mientras decía estas palabras sacaba su pistola bañada en oro, adornada con diamantes y con detalles artísticos a sus lados, nunca antes la muerte y la vanidad habían estado tan a la par. -así que es mejor que se vaya despidiendo de su tierra, de su mujer, de su hijo y de este mundo- .
El estruendo del disparo unido con el silencio del desierto atravesó kilómetros. Ya la sangre del señor Quintana empezaba a fluir entre la polvareda y sus pedazos de cerebro esparcidos se veían como piedras envueltas en sucio y tierra. Su mujer vio todo desde la ventana de la cocina pero no se atrevió a salir hasta que los matones arrancaron con sus camionetas de muerte, por el miedo a que ella le tocará el mismo destino que su esposo. Humberto se encontraba en ese momento en el pueblo jugando futbolito en un pequeño potrero con sus amigos. Nunca pasó por su cabeza que ese día la tranquilidad en su vida se esfumaría.
El respeto por la vida se perdió con la llegada de estos “señores” y “patrones”. La muerte se empezó adueñar de cada alma joven que yacía en el pueblo. Todos sabemos que en algún momento nos vamos a morir, es una ruleta donde siempre hay un elegido; nadie se zafa de ese destino. Pero con el fluir de esas camionetas llenas de matones, la muerte ya no era solo parte del destino, ni tampoco Dios era el único que la decidía, ahora los integrantes de esas camionetas mataban a diestra y siniestra. Hasta por la más mínima cosa.
13 años tenía Humberto cuando ocurrió la muerte de su padre. Días después del entierro él tenía creciendo en su interior, como crecen las plantas carnívoras en las selvas más inmensas, un sentimiento de venganza que cada vez se apoderaba más de él. La única forma de seguir viviendo era irse de su querido pueblo. Su madre ya tenía todo preparado para irse de la mano de Humberto al terminal. Pero en ese mismo momento volvieron a llegar las camionetas. Con nervios su madre empuja a Humberto para que se esconda y logré escapar. Que ella los entretenía. Sin palabrería aquel mismo hombre de pomposa vestimenta toma de un brazo a la madre de Humberto y se la lleva a la fuerza. Esperó hasta que el motor de las camionetas no se escuchará para salir de su escondite. Con tan solo una camiseta, un blue jean roto y nada de dinero le toca salir corriendo y escaparse a la ciudad. Su realidad lo transformó en un desplazado.
Al llegar a la autopista y caminar unos cuantos metros logra ver a la distancia un autobús que se dirigía a su destino. Le saca la mano esperando que se pare a un lado de la carretera para él montarse. Entre ruegos el chofer del autobús acepta darle la cola a Humberto.
Su vida en la ciudad siempre fue dura. Al principio su único refugio fue la calle y las pocas limosnas que lograba recolectar por las calles llenas de desidia y maldad. No fue hasta que se vio acorralado por el hambre y la desesperación cuando decidió, aun cuando iba en contra de sus principios, robar. En ese momento el robo tuvo una justificación en su moralidad.
Al llegar a los 17 años ya el robar no era por desesperación, era por trabajo y hasta por gusto. Cada día lo hacía más seguido y con mayor vehemencia. En ese momento fue escalando en las escalinatas del delito. Pronto consiguió un puesto como sicario en unos de los mayores carteles de la droga. Con su primer asesinato se le olvido lo poco que le quedaba de las enseñanzas de su padre. Con cada muerte que realizaba, matar se hacía más sencillo. No importaba si era mucho o poco el pago del trabajo él siempre quería ser participe.
Después de un tiempo trabajando como peón de los zares de la droga le llega un trabajo especial que era necesario cumplir. El trabajo consistía en secuestrar a un político corrupto que había estado ayudando a los rivales del jefe. Todo fue cumplido como se esperaba. Ya el político se encontraba en el poder de ellos pero no quería hablar, no se dejaba engañar por ninguna amenaza o esperanza de vida, ni por sumas de dinero, ni por nada que ellos prometieran. En ese mismo momento la muerte mutó en tortura en el alma de Humberto. Desnudó completamente a su rehén y comenzó con un alicate a sacar cada una de sus uñas; primero la de los pies; una a una se fueron inundando de sangre las cuencas de los dedos del torturado. Después la de las manos; igualmente una a una fue removiendo Humberto las uñas hasta transformar sus dedos en una amalgama de sangre y hematomas. Como veía que el rehén aún no se dedicaba a hablar, conectó a la batería del carro dos cables, los tomó por el lado que se encontraban pelados y se encargó de electrocutar al político. Primero en la sien, después las tetillas y por último en los genitales. Infringiéndole un dolor inimaginable. Entre balbuceos y desmayos momentáneos el rehén se dedicó a hablar. Ya enterados de lo que les tocaba saber, no les era útil que aquel hombre viviera. Así que con maldad en sus ojos Humberto tomó una sierra que tenía guardada en la maleta y se dedicó a desmembrar cada una de las extremidades del rehén hasta el punto de descuartizarlo. “De esta manera es más fácil deshacerse de los restos”, decía él. Ese día comenzó el mito de “El Diablo”.
Todavía con la prostituta en sus piernas, comenzando la segunda botella de tequila, seguía dedicado a contar sus anécdotas sin permitir que nadie, ni siquiera, tuviera el valor de interrumpirlo. Al escuchar el motor resonar de tres camionetas que se estacionaron en las afueras de la taberna, toma precaución del asunto y arregla el cinto de su pistola.
Antes de que entrarán a la taberna El Diablo bota a la prostituta de sus piernas y se oculta detrás de la barra. Entran 8 hombres totalmente armados, cada uno con su “cuerno de chivo” que es una AK.47 y empiezan a preguntar por El Diablo. Nadie dice nada, todo el mundo calla. Pero cada uno de los hombres empieza a buscar por todos lados. Cuando El Diablo logra divisar un enemigo que se acerca por el borde la barra saca sus dos pistolas bañadas en oro y con las iniciales de su apodo grabadas en el borde del arma, y empieza a disparar a cada uno de los 8 hombres. Las balas solo lograron matar a 7, dejando a uno con vida que se acercó a la humanidad de El Diablo, lo arrodilló y apuntando su cabeza exclamó –Hasta aquí llegó El Diablito- procurando disparar cada una de las balas que le quedaban disponibles.
-Donde quiera sonaba su nombre y tronaba su cuerno de chivo, cada ráfaga llevaba un nombre, no fallaba, era muy efectivo- Sonaba en la rockola mientras la sangre de El Diablo seguía su curso por los huequitos del piso de madera carcomido.
Este cuento primero fue publicado en mi anterior blog, llamando Ronmario, aquí tienen el link por si quieren echarle un ojo: https://jmigueferrer.wordpress.com/2015/08/12/el-corrido-del-diablo/
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