EL ACTOR Y EL TEATRO.

A veces doy por sentado el ideal que todo artista tiene con respecto a lo que su profesión debe significar para sí mismo y para la sociedad. Tomar en cuenta la pluralidad es sumamente importante, me he dado cuenta. De lo contrario me esperan muchos dolores de cabeza y muchos fracasos del alma. Sin embargo, con la menor hostilidad posible, cumpliré lo que considero que es mi deber al plantear mi punto de vista.

El Teatro es uno de los hechos artísticos que me hacen delirar. El aquí y el ahora (frase muy usada por los teatreros) inesperadamente me enamoró, poco a poco hasta que una gran parte de mí se entregó. Descubrí que es la manera más hermosa de aceptar y amar a la incertidumbre, de luchar y bailar con ella a la vez, de resistir y ceder, desplomarse y volver en pie.

El dramaturgo Antonin Artaud llamó al Teatro el arte de la puesta en escena y no el arte del texto dramático, como por mucho tiempo se pensó y aún se piensa. La verdadera riqueza está en la puesta, en lo que sucede gracias a cada elemento pensado para que el actor sufra y el personaje viva a través de él. Esto no se limita a los parámetros del Teatro de la Crueldad de Artaud. A pesar de que Artaud aborrecía la búsqueda de realismo en los métodos actorales influenciados por Stanislavski, en ambos casos el actor es un medio, un elemento del arte escénico.

El actor puede tener o no un texto (subordinado al lenguaje) y una partitura de movimiento (aunque prescinda de él). Sea cual sea el género teatral, el actor se rige por signos que cumplen con los términos ideológicos y estéticos bajo los cuales el género opera. Es importante recalcar que todo arte es ideológico, incluso aquel que se fundamenta en el interés absoluto de no serlo. Ese interés posee un discurso indudable, un subtexto racionalizable; es decir que es posible analizarlo ideológicamente.

Entonces, volviendo al actor, decía que sin importar el género, el actor es un medio que a través de un lenguaje específico pretende impactar al espectador. Llámele distanciamiento, identificación o evocación de lo visceral, el actor no es nada sin eso que sucede en el otro, el que ve, vive y padece simultáneamente desde su lugar como espectador.

El objetivo del actor, de la puesta en sí, no se distancia de la sociedad, de ninguna manera. Somos seres políticos en tanto que pertenecemos a una sociedad. El Teatro es un hecho ideológico (y político) que consta de dos partes, una que genera un impacto en la otra y le lleva a la reflexión.

Si eso es lo que significa ser actor, me cuesta comprender a qué viene, en lo que corresponde a la puesta en escena, la preocupación del intérprete por sobresalir como otra cosa, algo que supongo él considera que es ser actor.

Partiendo de todo lo anterior, si el intérprete no aspira cumplir con su objetivo como elemento escénico sino como persona que posee el don de generar reacciones en el público (¡qué actorazo!) que no tienen relación con lo que la puesta en sí procura, entonces el intérprete no es actor.

Y todo esto parte de algo que me sucedió recientemente y me hizo darme cuenta de que no todos los que se dedican al Teatro piensan como yo. Repito: al Teatro, no Stand up (el Stand up es Stand up), no el 90% de MicroTeatro. Por lo que me impresionó que personas que hacen Teatro, piensen de otra manera.

Lo que sucedió fue lo siguiente. Estaba en cartelera una obra dirigida y escrita por un dramaturgo a quien tengo en gran estima. Es un hombre que no escribe por escribir, para que su nombre se escuche y así mantenerse presente. No, su objetivo es claro y nada tiene que ver con el ego de artista de cartón que tanto abunda.

Me encontré con uno de los intérpretes de la obra y le comenté que iría a verla el fin de semana. Su respuesta rotunda me tomó por sorpresa: “No la veas”. La razón que me dio fue que una de las actrices no lo estaba haciendo bien (perdonen el eufemismo). Tal fue la manera en que lo dijo que pensé que así de mal estaría su trabajo actoral para que la puesta en escena de un texto de ese autor no lograra ni un poco el fin último. Por supuesto que fui.

¿Cambiaría cosas de la puesta en escena? Sí. ¿El trabajo actoral estuvo impecable? No. Pero salí devastada, rápido hacia el baño para no quedarme en la sala, escuchando la música que me incentivaba a llorar más.

La actriz que él comentó ciertamente tuvo errores, pero no de los errores que aniquilan a un personaje o de los que en primer lugar ni siquiera le dejan vivir. Su personaje vivió para atacarme sin piedad, para hacerme sentir cosas que había entendido pero habían quedado en la razón. Ella las llevó hasta la carne.

Molesta, me pregunto bajo qué términos él cree que una obra merece o no ser vista. De haberle hecho caso pude perderme la experiencia de sentir algo que difícilmente se siente y que lleva a otro tipo de reflexión. Estas experiencias nos cambian la vida, nos cambian la sociedad. Un texto tan bien escrito a partir de una investigación sumamente seria y que llevado a escena evoca tales emociones y reflexiones tiene una importancia inexplicable.

¿Por qué me privaría de eso? ¿Por tener un personaje con poco tiempo en escena, quizás? ¿Por ser simbólico y salir durante pocos minutos sin decir una palabra? El simbolismo de ese personaje fue el pisotón preciso para llevarme a las lágrimas. Sin él el resto de la obra habría dolido, pero no tanto.

Quedó claro para mí que él no comprende, al menos bajo la lupa de mis ideales. Parece que según sus aspiraciones “artísticas”, ni el personaje ni la actriz de la que me habló cumplen sus objetivos. Pero el Teatro no es la ventana para que alguien brille. El trabajo del actor puede brillar en la medida en que este entienda su lugar dentro del Teatro y no como algo externo, superior a él.

El actor trabaja consigo mismo, sí, y eso implica no quedarse ahí. Reconocerse como un ser aislado de nada le sirve. Si lo hace no puede conocerse verdaderamente, y entonces, si su herramienta es sí mismo, queda en un vacío absoluto; se convierte en una fruta podrida de linda apariencia.