Dejamos atrás la Garganta de Dades y a medio día arribamos a la ciudad-oasis de Pomalen Dades. Un núcleo urbano imponente a la vera del río.
En las paradas compramos postales de acuarelas y nos entretuvimos con los vendedores ambulantes. Fue un buen momento para conversar con las gentes del lugar. Conocimos a Mohamed, un personaje simpático que era de Namibia. Cuando le dije que éramos de Barcelona, respondió, dejándome atónito: ah, sois de Catalonia...
No había tiempo para más. Otro oasis impresionante nos esperaba, el oasis de Tenghir.
Continuamos viaje hasta el fenomenal oasis de Tenghir.
El oasis de Tenghir apareció de pronto en nuestro camino.
Entonces ocurrió una anécdota que cabe destacar por su valor en inteligencia emocional, en un personaje tan joven.
Lógicamente, los vendedores ambulantes saben de los lugares turísticos y donde el fluir de turistas es constante. Y allí están ellos con sus mercancías. Turbantes, relojes, pulseras, alfombras, fósiles, piezas de orfebrería y muchas más cosas.
Se nos acercó un chico, no tendría más de doce años, y empezó a manipular con seguridad y rapidez unas largas hojas de palmera, que llevaba en una mano.
Sin mediar palabra empezó a manipular con dominio las hojas y en poco tiempo la figura que construía, con una celeridad asombrosa, fue tomando forma.
Resultó ser un camello con los dos fardos laterales, perfectamente identificables. Un trabajo bien hecho.
Nos lo ofreció diciéndonos en un español de ocasión: Es gratis...es un regalo...regalo...
Lo tomé, lo observé y pensé de inmediato que larga era la inteligencia emocional de este chico. Con que habilidad estaba usando la psicología más primaria.
¿Qué se supone que tenía que hacer ante un ofrecimiento así?
Pues eso. Darle una compensación. Le ofrecimos dos euros y le brillaron los ojos y la sonrisa.
Sin acoso, sin molestar, consiguió lo que ningún otro vendedor pretendía. Su nombre era Abbdul.
Chico listo este Abbdul. Conservo el camello en mi casa y no puedo olvidar el rostro de este muchacho.
Sigue así, Abbdul.
Dejamos feliz a Abbdul y nos dirigimos hacia la impresionante garganta de Todra.
Dentro de ella, te sientes protegido y amenazado al propio tiempo. Enormes formaciones rocosas naturales que llegan a los 160 m. de altura. Una fiesta para los escaladores que acuden a Todra.
Disfrutamos del lugar sin prisas y caminamos hasta el inicio de la garganta. Ali nos había indicado que observáramos donde se inicia el riachuelo y como las aguas de manantial brotan del subsuelo. Nos refrescamos. El calor era agobiante.
Visita obligada, encarecidamente.