Quiero salir de la monotonía, la oscuridad ya cegó mis ojos y cada día el jardín está más seco. Desconozco los tonos de azul del cielo vivo, olvidé la última vez que corrí tras una nube que lloraba y me perdí en el recuerdo de alguien más que no fueras tú, conocía cada parte de tu contrato y reconocía dónde debíamos parar, pero yo lloraba para tenerte a mi lado, de nuevo, el celular no tenía nada importante que leer, hasta los correos electrónicos de Facebook cesaron, sí. Estaba libre de todo los desechos tóxicos del mundo, porque mi morada era una caja de fósforo qué, una madre cocinera desechó al olvido en una esquina cóncava a la montaña de las desilusiones y paralela a la calle de los estorbos.
La presencia que quería cerca era de aquella chica que alguna vez estuvo, un par de veces no más -solo las suficientes para enamorarme- irónicamente, su trabajo era ese: venir, hablar conmigo, darme consejos y luego retirarse. Algunas veces se iba más tarde, una o dos horas sobre las que ya había pagado por su presencia. Sentía que en el fondo ella se había acostumbrado a estas pláticas inconcluyente sobre todo lo que me pasaba, mi perdida familiar, mi angustia por la soledad, y mi dependencia a las cosas prohibidas. Sobre todo a esa razón de vivir que ya no existía a mi lado, pero perseguía cómo si fuera la presa de mi tigre interior.
Mi cerebro se mantenía inmune a la creencia de que esto lo hacía con muchos otros quienes pagaran por su servicio, ella sólo me daba lo que quería, el amor que ni mis padres ni mis hermanos me dieron, incluso estoy seguro que ningún amigo de verdad me hubiera dado todo lo que ella sí. Llegaba y se sentaba en el sofá de modo que el arcoíris se formaba cuando nos conectábamos y charlábamos, y allí comienza la sintaxis entres neuronas que no sinapsis entre neuronas de cerebros diferentes y ya no había la excusa de un hilo rojo, pues su estambre estaba divido por las ebrillas que soltaba al cumplir su trabajo. Era la chispa por la mala conexión que habíamos entablado y nos habíamos creídos amigos de verdad.
Ya dejó de pagar por mi compañía y yo iba y venía sin ser llamada, no tenía que pagar por mis consejos, yo sólo venía y hablábamos, pero ya no sólo hablábamos, simplemente vivíamos.
Rompió contratos con otros clientes, porque ya yo era el único y no dependía de las largas charlas aburridas, nada parecidas a las mías con ellas, que las hacían querer desaparecer, y por fin, alguien logró remover los sentimientos que ella ocultaba, su labor era única.
Me mantenía fuerte como roca en el desierto enterrada y calcinada por los rayos solares directos, y también era un hielo, frío y en número infinitésimo, pero en negativo. Él removí eso, para su salvación y la mía. Y ya no era mi cliente, era mi pasión, y ya yo no era su amiga de alquiler era su permanecer.
Quiero salir de la monotonía, la oscuridad ya cegó mis ojos y cada día el jardín está más seco. Desconozco los tonos de azul del cielo vivo, olvidé la última vez que corrí tras una nube que lloraba y me perdí en el recuerdo de alguien más que no fueras tú, conocía cada parte de tu contrato y reconocía dónde debíamos parar, pero yo lloraba para tenerte a mi lado, de nuevo, el celular no tenía nada importante que leer, hasta los correos electrónicos de Facebook cesaron, sí. Estaba libre de todo los desechos tóxicos del mundo, porque mi morada era una caja de fósforo qué, una madre cocinera desechó al olvido en una esquina cóncava a la montaña de las desilusiones y paralela a la calle de los estorbos.
La presencia que quería cerca era de aquella chica que alguna vez estuvo, un par de veces no más -solo las suficientes para enamorarme- irónicamente, su trabajo era ese: venir, hablar conmigo, darme consejos y luego retirarse. Algunas veces se iba más tarde, una o dos horas sobre las que ya había pagado por su presencia. Sentía que en el fondo ella se había acostumbrado a estas pláticas inconcluyente sobre todo lo que me pasaba, mi perdida familiar, mi angustia por la soledad, y mi dependencia a las cosas prohibidas. Sobre todo a esa razón de vivir que ya no existía a mi lado, pero perseguía cómo si fuera la presa de mi tigre interior.
Mi cerebro se mantenía inmune a la creencia de que esto lo hacía con muchos otros quienes pagaran por su servicio, ella sólo me daba lo que quería, el amor que ni mis padres ni mis hermanos me dieron, incluso estoy seguro que ningún amigo de verdad me hubiera dado todo lo que ella sí. Llegaba y se sentaba en el sofá de modo que el arcoíris se formaba cuando nos conectábamos y charlábamos, y allí comienza la sintaxis entres neuronas que no sinapsis entre neuronas de cerebros diferentes y ya no había la excusa de un hilo rojo, pues su estambre estaba divido por las ebrillas que soltaba al cumplir su trabajo. Era la chispa por la mala conexión que habíamos entablado y nos habíamos creídos amigos de verdad.
Ya dejó de pagar por mi compañía y yo iba y venía sin ser llamada, no tenía que pagar por mis consejos, yo sólo venía y hablábamos, pero ya no sólo hablábamos, simplemente vivíamos.
Rompió contratos con otros clientes, porque ya yo era el único y no dependía de las largas charlas aburridas, nada parecidas a las mías con ellas, que las hacían querer desaparecer, y por fin, alguien logró remover los sentimientos que ella ocultaba, su labor era única.
Me mantenía fuerte como roca en el desierto enterrada y calcinada por los rayos solares directos, y también era un hielo, frío y en número infinitésimo, pero en negativo. Él removí eso, para su salvación y la mía. Y ya no era mi cliente, era mi pasión, y ya yo no era su amiga de alquiler era su permanecer.