Hermano es una película venezolana del 2010 dirigida por Marcel Rasquin, la historia de desarrolla en un peligroso barrio de Caracas en donde se muestra la cruda realidad del sector popular de la población caraqueña. Desafortunadamente, la madre de los hermanos protagonistas, Daniel y Julio, muere por accidente en una balacera lo que los envuelve en un situación de incertidumbre entre seguir su sueño de ser futbolistas profesionales o satisfacer su sed de venganza.
En esta obra se observa como Daniel, un personaje apasionado por el fútbol logra obtener un contrato en uno de los mejores clubes del país como lo es el Caracas Fútbol Club, cosa que en la realidad de nuestro balompié es bastante complicado, más aún cuando este joven no entrena todos los días, tiene una contextura bastante delgada y no juega futbol once en su barrio.
Por otro lado Julio, el hermano mayor, logra cumplir el sueño de su madre y hermano fallecidos que es jugar con el Caracas, cosa que también puede dar falsas esperanzas a un jugador con aspiraciones de nivel profesional, ya que los dirigentes de los clubes no toman en cuenta a personas que se relacionan con el mundo de las drogas y dinero sucio, además de la actitud que muestra al preferir “rumbear” que el fútbol.
Aunado a esto están las interminables pruebas de los clubes que, como se muestra en la película, no es una sola, sino que los jugadores deben pasar por múltiples actividades físicas, tácticas y técnicas.
Pero la crítica no es dirigida a los jugadores venezolanos, que no deberían dejarse llevar por la facilidad con la que entraron estos dos personajes a tan buen club. Es hacia los corruptos dirigentes del futbol venezolano y los cabecillas de la Federación Venezolana de Fútbol.
Como es bien sabido a nivel nacional, la corrupción de la federación es descarada lo que pone trabas al fútbol venezolano creando descontento entre sus seguidores, el ex guardameta paraguayo lo expresa así “La selección se forma de los clubes, no se forma sola, y los ingresos del presidente de la federación venezolana tiene que rendirle a los ingresos a los presidentes de los clubes, él no es el dueño del fútbol venezolano” (Chilavert, 2014) en donde se refería al ex presidente de la federación, Esquivel.
“La palanca” como decimos criollamente figura en la mayoría de los clubes, por no decir en todos, destruye poco a poco las ligas menores de los clubes nacionales, esta expresión se refiere a los privilegios que se les dan a los jugadores que son amigos de los técnicos o presidentes del club, dejando por fuera a quienes de verdad tienen potencial. Un diputado crítica a la federación y a la selección afirma “llego la hora de tener un técnico que nos llene de satisfacción, sin amiguismos, ni roscas, donde juegue quien lo merece y no solo por ser amigo de Cesar Farías” (Pedro Carreño, 2013).
El amiguismo se ve reflejado hasta el punto que los dirigentes de las instituciones futbolísticas prefieren incluir al equipo a un muchacho cuyos padres estén muy bien económicamente y puedan aportar al club algún capital, que iría destinado a cualquier gasto personal del técnico o presidente, de modo que su hijo tenga más minutos en cancha. Esto es de sumo desagrado para los jugadores que queremos ganarnos nuestro puesto y a la larga sólo perjudica al equipo porque los no privilegiados terminan buscando un conjunto que aprecie el esfuerzo y no la palanca.
El fútbol venezolano ha crecido mucho en los últimos años, pero no gracias a los técnicos o encargados de la federación que buscan su beneficio y poco a poco matan el sueño vinotinto en las eliminatorias. Este progreso se debe a los jugadores que de verdad sienten el escudo, que sudan la camiseta, esos jugadores que vienen desde abajo, que entre toda esta “palanca” logran llegar al primer equipo. Quizá por eso Brasil es la selección con más copas mundiales, sus mejores jugadores son de las favelas donde el pensamiento que está en todos los niños es “Nazco siendo nadie, pero jugaré hasta convertirme en alguien”.