Quiero contarles algo que me sucedió este mes sin tocar demasiado la fibra sensible que nos mueve a los venezolanos. Ya habrá momento para eso, ahora me quiero acercar desde otro lugar. Aquí voy:
Soy venezolana y sigo en mi país. Se me ha hecho necesario luchar conmigo misma para que mi mente no se vaya a cada instante a los recovecos oscuros en los que habitan la indignación, la frustración, la tristeza y el pesimismo.
De la mano de las prioridades han llegado nuevas costumbres y las viejas se han olvidado, quedando con una capa de polvo muy gruesa y que temo será difícil de quitar. Por eso creo en la importancia de recordar, no por lamentarnos, sino porque en el recuerdo perdura la posibilidad.
Entre las viejas lindas costumbres estaba, por ejemplo, comer pan de jamón como desayuno, como merienda de media mañana, con el almuerzo, tipo 3 de la tarde, a las 6 porque tenías hambre pero todavía no era hora de cenar, y finalmente con tu hallaca en la cena (y seguramente después de la cena, tipo 10). El reemplazo de esa tradición es quejarnos del precio y agradecer inmensamente por poder acompañar la cena de Noche Buena con una rebanada.
Otra tradición era comprar ropa para estrenar. Los más ortodoxos estrenaban no sólo el 24 y el 31 sino el 25 y el 1 de enero también. Pero quienes son un poco más pragmáticos –el cual es mi caso- simplemente renovaban ciertos ítems de su closet según sus necesidades y luego decidían cuándo estrenarlos. Ahora nos corresponde cuidar nuestras prendas de vestir con sumo cuidado y elegir las que mejor conservadas estén para ocasiones importantes, o hacer como María Rainer en Sound of Music.
Este año creí que podría comprar algo, algún pantalón, quizás, o dos camisas. Noviembre y diciembre inesperadamente fueron meses de mucho trabajo y creí que eso haría alguna diferencia, entonces decidí irme un día a caminar y ver precios. Me sentí derrotada y a tan solo 45 minutos de haber empezado el trayecto entendí que era inútil seguir, así que hice lo que suelo hacer: busqué refugio en una librería. Tenía varios títulos que quería conseguir y me habían dicho que justamente en esa librería estaban en muy buen precio. No los hallé pero salí de ahí con algunos otros que me alegraron ese día y otros tantos más.
Así fue como decidí convertir mi casería de ropa en casería de libros y creo que el universo me escuchó, porque me he topado con oportunidades increíbles y que me han hecho dudar de mi cordura. Esos momentos han sido como una ensoñación en la que mis deseos más locos -como nadar en instrumentos musicales, libros y muchas Audrey Hepburn- finalmente se hacían realidad. Sigo esperando por Audrey y los instrumentos, though.
Tanto autores como lectores a lo largo del tiempo se han refugiado en los libros durante épocas difíciles. Algunos durante el exilio, otros durante su estadía en prisión: Andrés Eloy Blanco, Reinaldo Arenas, José Lezama Lima, Rafael Cadenas, Eduardo Liendo; sólo por nombrar a algunos en la inmensa vastedad.
Exilio y Prisión, hijas de la Dictadura. No vivo en el exilio ni en prisión, pero no vivo verdaderamente en mi país, vivo en lo que se convirtió, en lo que hicieron de él, y eso es una especie de exilio y también de prisión. Mi única salida, mi único descanso se encuentra en los libros, en el arte; con ellos vuelo y voy a donde yo quiera, a donde los grandes han ido a través de su perspicacia y su imaginación. No cambié mis telas, seguiré usando las mismas, pero yo no seré la misma ni estaré del todo presa; he comprado muchas alas y compraré muchas más, y eso no me lo pueden quitar.
Bello texto, Diora linda. Me encanta leer tu voz en tus textos, escribes como hablas, o viceversa.
Feliz navidad.