“Prefiero hablar de una Venezuela herida, no vencida” dijo el poeta de la Diáspora, Zakarias Zafra y a esta frase me suscribo en estas líneas.
Constantemente los venezolanos nos encontramos en la gran disyuntiva de irnos o quedarnos, a veces se torna de vida o muerte una de las dos decisiones. Hacer patria, hacer nido, hacer hogar, hacer vida o hacer país, parece más una actividad de alto riesgo que el desarrollo natural de un habitante cualquiera en su país natal, pareciera que todos tenemos una guerra que ganar, los que no quedamos evitar morir y los que nos vamos ser parte a toda costa de las noticias positivas del país donde emigramos.
Ese absurdo empeño que escucho sin cesar, de intentar medir quienes somos más valientes, si los que nos quedamos en el país o los que deciden marcharse, nos lleva a un desgaste estéril sin un resultado certero, cualquiera de esas dos decisiones representan la misma cantidad de lágrimas, el mismo dolor, lo que desde mi óptica cabria valorar es a que renuncias cuando te vas y a que te sometes cuando te quedas.
Hacer patria en estos tiempos resulta ser una condena de muerte, solo basta salir a la calle para verificarlo, nos consume una delincuencia galopante, muchos de ellos auspiciados por el gobierno que incluso forman parte de lo que ahora es nuestra maltrecha sociedad (colectivos); los hurtos, los homicidios y la corrupción se sirven en cada esquina sin discriminación ni piedad; nuestros ancianos mueren a las puertas de los bancos a la espera de poder cobrar una pensión humillante y hambreadora; nuestros recién nacidos mueren a horas o minutos del parto por falta de insumos médicos, luz y unas escasas o inexistentes condiciones adecuadas durante su gestación; nuestros niños y adolescentes desertan del sistema educativo por desnutrición, enfermedad, bajos recursos, violencia en el entorno social y en el hogar producto de la crisis; nuestros adultos enferman por una acelerada pérdida de peso a consecuencia del hambre, las enfermedades no tratadas y la angustia; ya vemos casi normal el chapoteo diario de la basura ajena en busca de sobras que ayuden a salvar el día; las bolsas Clap una humillación perenne, los juegos del hambre venezolanos; una bomba a estallar.
Se nos ha vuelto una epidemia la tristeza, la queja, las caras largas, las miradas perdidas, vivimos sumergidos en conversaciones de añoranzas, de cómo éramos, de que comíamos, como vivíamos, cuales eran nuestras posibilidades y logros, luego lo más pesado, a quien abrazábamos cada cumpleaños, cada navidad, cada celebración, cada nacimiento, cada velorio, cada amanecer. Vivimos en un duelo constante, obligándonos a transformar el dolor en una experiencia fecunda que no todos logran.
El éxito migratorio no está garantizado, sabemos que a veces es tan duro emigrar como mantenerse en el país, en muchos casos mucho más duro, algunos incluso han conseguido la muerte. Lo más difícil nunca fue llenar la maleta, si no saber que dentro de ella no cabían ni la familia, ni los amigos, ni los afectos y en muchos casos ni siquiera los hijos. Cada emigrante nos sometemos a una transformación obligada, a ser extranjeros, a vivir un vacío íntimo indescriptible al dejar la casa y nuestras vidas, estas fracturas a veces nunca sanan. La vulnerabilidad nos arropa y en algunos casos contamos con una hospitalidad temporal que luego nos deja indefensos ante una sociedad desconocida; debemos explicarles a nuestros niños porque deben dejar sus juguetes, sus ropas, sus colegios y sus amigos, secar sus lágrimas y prometer un futuro mejor que a veces nosotros mismos dudamos; la mayoría dejamos a un lado nuestras profesiones y años de experiencia, muchas veces nos sirve más la educación, la inteligencia, las habilidades y la humildad que los títulos académicos; dejamos atrás nuestros referentes, nuestros muertos, nuestros olores, nuestra cultura, nuestra tierra, nuestra historia, debemos resetearnos y empezar de cero; a todo este agobio se suma el desamparo jurídico, los abusos laborales, la discriminación, la xenofobia, los salarios injustos, los milagros para sobrevivir y la carga a nuestras espaldas de las penurias no cubiertas de los familiares dejados en la patria que esperan una remesa para poder respirar; nos toca vernos por video llamadas, nos toca extrañar sin abrazar, nos toca incluso no poder retornar para un último adiós de nuestros padres.
Que ocioso y cruel es medir quien sufre más, quien es más valiente.
Nunca pensamos que el mosaico de Carlos Cruz-Diez en el aeropuerto internacional de Maiquetía sería receptor de tantas lágrimas y despedidas, de tanto dolor y ultimas miradas, de tanto adiós sin retorno, de tanto amor quebrado, de tantas almas rotas, de tantas familias desmembradas, de tantos hijos dejados atrás, de tantas promesas inciertas de regresar, de tanta desolación… nunca tantas voces le habían cantado tan alto al adiós.
No hay impermeable para el cuerpo, cuando la lluvia que te moja cae de adentro.
Hoy hablamos de crisis humanitaria, emigración y exilio, éramos un país que ofrecía confianza, ahora somos fronteras rotas, carreteras de huida, aires sin retorno. “El olvido es un atentado fulminante para el aprendizaje”, esta frase pertenece a un escritor y abogado venezolano, Jonathan Humpierres, emigrante valga la pena mencionar, que también encierra nuestro celebre grito en marchas opositoras: “Prohibido olvidar,” vamos a luchar porque jamás se nos olvide este aprendizaje que llevaremos eternamente tatuado en la piel los venezolanos de bien, y más que en la piel en el alma, hay elecciones con lecciones y lesiones que nos marcan para siempre, esto algunos lo hemos entendido hasta los huesos. Nos levantaremos en algún punto de nuestra historia, el jamás nunca nos podrá vencer, ni a los venezolanos de aquí, ni a los de aquí que viven allá.
Necesitamos más educación y menos ideologías, más trabajo y compromiso para levantar lo que nos queda, si no asumimos esa conciencia no habremos hecho historia, nada habrá valido la pena.
Irnos, quedarnos y volver nos construye como ciudadanos, hoy somos mejores venezolanos que ayer, mostremos al mundo quienes somos aquí o allá.
Escultura: “Los Viajeros” de Bruno Catalano.
Excelente el llamado que haces en tu publicación. Reflexionar sobre todo lo sucedido en Venezuela es primordial para crear el país que merecemos. Saludos y éxitos @leimaluna.
Saludos, gracias por interactuar y por tu apreciación.
Excelentes y Valientes reflexiones, las comparto casi completamente... Saludos.
Mil gracias, me atrevería a decir que es un sentir colectivo. Seguimos leyéndonos.