Saludos comunidad de Steemit. Espero estén muy bien. Acá les traigo una crónica sobre un suceso que me ocurrió hace unos meses y quisiera compartirlo con ustedes.
Cuando me ocurrió, pensé que era una experiencia única. Cuando estuve a punto de graduarme, supe que mi historia era solo una entre muchas que se pueden vivir, escuchar o leer en Venezuela.
Aquí les va:
Alejandro era un joven venezolano que había finalizado sus estudios en la universidad. Solo le faltaba presentar el Trabajo de Grado que lo acreditaría como Licenciado en Comunicación Social y estaba a pocos días de inscribir su investigación luego de casi un año de arduo trabajo.
Sin embargo, aún le restaban algunas asignaciones por costear y no contaba con el recurso financiero para culminarlas por lo que tomó la decisión de aventurarse con un amigo suyo, Edgardo, vendiendo unos cuantos kilogramos de carne de res en la frontera colombo-venezolana. Los jóvenes sabían que obtendrían una buena ganancia al vender la carne en Pesos (moneda colombiana).
A Edgardo le habría alcanzado para resolver la comida de un par de semanas mientras que a Alejandro le bastaba para costear su investigación.
Ambos planificaron su viaje en una tarde lluviosa y se fueron al día siguiente. Era sábado 8 de septiembre de 2018. Se marcharon a las dos y treinta de la madrugada al terminal de Santa Bárbara de Barinas a marcar la cola porque a las cuatro salía la primera camioneta hacia San Cristóbal y mucha gente llegaba a esas horas. Después de una acalorada lucha con los pasajeros, lograron abordar la unidad. Partieron a las 4:30 de la mañana.
Pasaron alrededor de dos alcabalas de seguridad custodiadas por la Guardia Nacional Bolivariana y los nervios de ambos muchachos no se ausentaron, pues sabían que se encaminaban a realizar un acto ilegal, por muy sanas costumbres y valores que tuvieran a su favor. En ambas alcabalas pasaron desapercibidos. Su viaje prosiguió sin problemas.
Llegaron al terminal de pasajeros de San Cristóbal a las siete de la mañana en presencia de un ambiente frío y hostil, sin unidades de transporte, lleno de funcionarios de seguridad, con locales comerciales andinos desolados y en venta; totalmente distinto a lo que ambos recordaban, aún con sus cortas edades, de la Táchira en su época dorada.
Edgardo se encontró a una señora conocida del sector en el que vivía y quien se encaminaba a realizar el mismo viaje a la frontera. Ya no eran dos sino tres en esta travesía riesgosa.
Gladys, la conocida del joven, propuso viajar en un carro “pirata” porque la cola que se hacía para esperar la camioneta que iba a San Antonio del Táchira era muy larga y sin seguridad plena de abordar alguna de ellas. Luego de recorrer por varios minutos las adyacencias del lugar, consiguieron una unidad de éstas que les cobró un precio no muy elevado al que cobraban en el terminal de pasajeros.
Arribaron a San Antonio a las 8:20 de la mañana, cuando el sol aún no se concentraba en el punto más alto de los páramos andinos.
En el camino consiguieron, una vez más, dos alcabalas. La primera era del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (CICPC), que solo les pidió como operación de rutina sus documentos de identidad. Luego de varios minutos, los funcionarios les dejaron seguir. Llegando a la segunda, se percataron que estaban cerca de la Aduana pero estos los dejaron pasar sin revisión alguna. Los dolores de cabeza del viaje en carro se habían acabado. Ahora restaba el pase ilegal por el rio Táchira, pues ninguno de ellos portaba pasaporte ni carnet fronterizo; un documento legal con el que se puede acceder a la nación vecina de manera legal.
Puente Internacional Simón Bolívar, límite entre Venezuela y Colombia. (Fuente: Twitter)
Alrededor de las 10 de la mañana ya se encontraban en San Antonio del Táchira, cerca de la frontera con Colombia. Gladys se consiguió con un grupo de hombres con acento colombiano que les pidió dinero a ella y a los dos muchachos aventureros a cambio de ayudarles a cruzar el rio junto con su “mercancía” y el peso que estas ostentaban.
Edgardo y Gladys sobornaron a los hombres y se encaminaron a las orillas del rio. Alejandro estaba nervioso pues no sabía nadar y la corriente de la trocha estaba fuerte debido a las constantes lluvias.
Venezolanos cruzan el río Táchira hacia Colombia agarrados de una cuerda. (Fuente: LaPatilla.com)
Los hombres ayudaron a Gladys quien fue la primera en cruzar. Luego estos regresaron por los morrales donde los tres viajeros llevaban la carne que pretendían vender en Cúcuta. Cuando los hombres se disponían a ayudar a los dos muchachos a cruzar el rio, un guardia colombiano que los estuvo observando por un buen rato, se llevó sus bolsos. Ambos jóvenes se vieron las caras y cayeron en profunda preocupación. Edgardo cruzó con ayuda de los hombres contrabandistas y Alejandro, quien perdió el miedo por dicho momento, llegó a la otra orilla rápidamente.
El guardia que les incautó la carne a los tres viajeros, estando con un compañero, les pidió que se fueran. “Esta mercancía está incautada” dijo. La mujer empezó a llorar y Edgardo le pidió al funcionario en tono de favor que se la regresara pero éste no accedió.
Luego de intentos fallidos, ni la mujer, ni los hombres, ni los jóvenes pudieron convencer a los guardias, por lo que optaron en regresar a casa. Se sintieron afortunados pese a lo sucedido de que los funcionarios no presentaran cargos al respecto.
Edgardo empezó a idearse otra forma de conseguir dinero para la comida de su hogar las siguientes semanas, mientras que Alejandro solo tuvo un instante de profundo silencio analizando todo lo que había sucedido. Creyó que todo lo sucedido era consecuencia del orgullo que albergaba con su padre. Recordó que aquel 8 de septiembre cumplía 4 años de haber iniciado la carrera en la universidad. Nunca imaginó que al iniciar clases, 4 años más tarde estaría cruzando ilegalmente la frontera para obtener una suma de dinero que le permitiera costear su tesis. Sintió que era una ironía de la vida.
Minutos después, cuando estaban a pocos metros de cruzar por el Puente Internacional Simón Bolívar, uno de los hombres que ayudó a los viajeros a cruzar la trocha se regresó a buscarlos airosamente para decirles que habían llegado a un acuerdo con los guardias nacionales.
Al llegar allí, uno de ellos les pidió dinero sin una suma en específico, fue cuando el joven Edgardo, que le restaban 20 mil de los 50 mil pesos que había pedido prestados la noche anterior para acercarse a la frontera, los otorgó sin problemas con tal de que les regresaran la carne. Le entregó el dinero a uno de ellos en un cuarto a solas, como si se tratara de drogas. Al irse del lugar, partieron a un puesto de taxis donde, con un alivio de saber que no habían perdido el viaje, se encaminaron junto con una conocida de Gladys a la casa de un carnicero costeño quien no tendrían problemas en comprarles la carne, o eso creían.
Cuando estos llegaron al lugar, el hombre no se encontraba en su residencia pero llegó a los pocos minutos. Cuando entraron, Gladys y su acompañante vendieron rápido su mercancía de 4 kilos mientras que Alejandro y Edgardo no tuvieron la misma suerte. El hombre no les quiso recibir la carne al ser, según su óptica, muy “delgada y huesuda” puesto que eran costillas de res. Al no logrársela vender a mitad de precio siquiera, los jóvenes fueron a ofrecerla en las puertas de las casas más cercanas sin tener éxito, vendiendo apenas un kilo. Las mujeres, inconformes con la decisión del costeño, le sugirieron que la aceptara y éste accedió a su petición. Luego de venderla, el hombre no les dio, ni a ellos ni a las mujeres, el pago completo y éstos le reclamaron sin lograr nada de momento. Luego de una discusión corta, el hombre accedió a darles el resto mediante un intermediario al día siguiente.
Encaminados a la frontera, Alejandro y Edgardo no lograron su cometido. Pese a que recuperaron la carne, pensaron en qué hubiese sido mejor, recuperarla o no; pues apenas recaudaron lo que debían por el préstamo de la noche anterior.
Se fueron con las manos vacías pero adquirieron numerosas lecciones por realizar uno o más actos ilegales en un solo día.
Cuando se encaminaron hacia la frontera miraron hacia las montañas venezolanas riendo y pensando en las diferentes versiones que habría tenido la historia: si los hubiesen detenido en alguna de las alcabalas, si no hubiesen llegado con vida al otro lado de la orilla, si el guardia no les hubiese regresado la carne, si los hubiesen detenido o peor aún, deportado. Pero recordaron los afortunados que eran al estarse riendo de todo lo que aconteció pese a las circunstancias desfavorables que los aquejaron.
Tomaron una camioneta en el terminal de pasajeros en San Antonio a las dos de la tarde. De regreso, Alejandro se sintió afortunado de regresar a su tierra pese a no lograr su objetivo de aquel viaje.
Finalmente, llegaron a Santa Bárbara casi a las nueve de la noche. Encaminados a sus respectivos hogares, pensaron en que no había nada como estar en casa.
Gladys y su amiga continuaron yendo a la frontera, mientras que ambos jóvenes siguieron siendo buenos amigos. Edgardo, quien había iniciado sus estudios en la universidad unos meses antes de la expedición, tomó la decisión de irse del país, a Perú específicamente. Alejandro por su parte, pensó en cómo costear los gastos de lo que le restaba por consignar, además de perder el orgullo con su padre y pedirle ayuda y quien, sin necesidad de saber la historia de la mencionada travesía, le ayudó sin problema alguno. Inscribió su Trabajo de Grado un par de semanas después y aprobó con éxito su investigación.
Alejandro y Edgardo unos días antes de la travesía.
Pensó y reflexionó muchas veces en la situación de su país y en lo bendecido que era al no haberse ahogado en aquella trocha. Al contrario, vivió para contarlo y logró su objetivo principal que era graduarse. Objetivo que anhelaba desde hace mucho tiempo y que, luego de la expedición, sin él pensarlo, le dio una lección de vida que jamás olvidará.
Supo que la espera de acreditarse un título y de lograr un sueño en un país lleno de adversidades y tiempos difíciles valdría la pena. Cuando se marchó a la frontera aquella vez, sabía que estaba a un escalón de lograr su cometido. Estaba a un peldaño de pasar de la desesperación a la gloria.
De la desesperación a la gloria.
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