Soy un Demonio Guardián. Sí, lo leíste bien. No somos, de ninguna manera, tan solicitados como esos culeros emplumados, pero nos tomamos en serio nuestro trabajo. Pues tenemos que darle un enfoque un poco distinto. No tiene sentido hacer la misma puta cosa; se nos invoca por una razón. Los ángeles guardianes trabajan exactamente como crees. Te cuidan, haciéndote tropezar en una acera para evitar que seas arrollado por un auto, y cosas así. Aman meterse con los hilos del destino, arrancando una hebra por aquí y tratando de aflojar otra por allá. Y mientras que son fenomenales para predecir situaciones a corto plazo, son la verga para el largo plazo. Así que, por cada vez que alguien te ha dicho que «de seguro tienes a un ángel guardián cuidándote» después de apenas haber esquivado esa unidad de aire acondicionado que se vino abajo, recuerda que estos mismos discos urinarios pedantes no harán ni mierda por tu desamor punzante. «Necesitan aprender», dirán. «Ahora apreciarán más al siguiente», dirán. Los bastardos se hacen una paja mental colectiva mientras tú sufres. Código moral mis bolas. Pero es ahí donde entramos nosotros. Los demonios no tenemos la misma definición de «ayudar». Torturamos personas por la eternidad, y somos jodidamente buenos en eso. Somos ingeniosos. Somos pacientes. Y amamos las historias de venganza tanto como ustedes nos odian por todo ello. ¿La pareja que te puso los cuernos a tus espaldas? Boom, gonorrea. ¿Tu sobrino mocoso te apuñeteó los cojones? Introduzco a su helado con el suelo, hijo de perra. Pero nuestro favorito —y por lo que somos conocidos— es dejar pasar el tiempo. ¿El maestro que siempre te calificó más rigurosamente? Adivina quién es la única víctima en el tiroteo escolar más reciente. ¿El bravucón que te robó cada semana el dinero para tu almuerzo? Ahora se fuma dos paquetes al día y apenas puede ganarse la vida. ¿El pastor que te manoseó y dijo que Dios no querría que lo contases? Le doy de comer lava cada martes en el piso de abajo. El que las hace, las paga, y somos nosotros quienes saldamos las cuentas. Así que la próxima vez que te metas en tu diminuto cráneo mortal que los demonios son los malos, no olvides que somos nosotros quienes reparten el karma. Somos nosotros los que pusimos una sonrisa en tu boca cuando el nuevo amante de tu novia salió corriendo luego de haberla preñado. Somos nosotros los que hicieron que despidieran a tu jefe por haber usado los fondos de la compañía en putas y coca. Ah, ¡mira a quién promovieron! Qué sorpresa, mucho asombro. De nada, cabrones.
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