"A veces una chispa de fuego deslumbra como el sol".
- Eduardo Blanco -
Fotografía: Oscar Olivares.
Estaba en casa, sin luz, sin internet, desconectado forzosamente del cyber mundo y toda tecnología, vuelco la mirada a la biblioteca de mi viejo, entre libros empolvados, tome uno que su nombre llamo mi atención “Venezuela Heroica” inmediatamente vino a mi mente las palabras del amigo @oizaguirres y sentí mucha nostalgia. Ecos del ayer.
Las nuevas generaciones hemos visto la historia, nuestra historia, como algo tedioso, un caletre de fechas, nombres, lugares, perdiendo quizás en la pedagogía, la esencia, el sentido, la viva voz de seres de carne y hueso, humanos, que sintieron, pensaron, sufrieron, rieron.
Tomo café en el patio, mientras ojeo algunas páginas amarillentas y casi desechas.
Este escrito va dirigido a nuestra generación de relevo, a nuestros niños y jóvenes, que yacen sumergidos en un mundo cada vez más tecnológico, globalizado, perdiendo la humanidad, los rastros y huellas de nuestras raíces, perdiendo la esencia y la identidad que llevamos en nuestra sangre y corre en nuestras venas.
Descendemos de hombres y mujeres dignos de recordar y enaltecer, que caminaron sobre el suelo que hoy pisamos.
Fotografía: Oscar Olivares.
Mientras voy leyendo, el viento va pasando las páginas como una ráfaga de inspiración sublime para escribir estas líneas.
Lo siguiente son extractos de este libro combinados con mí escritura.
“Venezuela Heroica”, la epopeya de nuestro pueblo naciente. Este “bravo pueblo “que lucho años y años – sin tregua ni descanso – hasta conquistar su libertad.
… los ecos de las marchas de tropas que cruzan los campos, las arengas enardecidas, el fragor de las batallas.
… y sobre tantos héroes anónimos como cayeron en esos combates,…, las figuras de los valientes caudillos inolvidables…
Y, por encima de todas ellas, señera, gigantesca, esplendorosa, la de Bolívar, El Libertador.
Fotografía: Oscar Olivares.
… los hechos que oyeron contar de viva voz nuestros abuelos a sus padres. O tal vez escucharon de los mismos héroes, supervivientes de la contienda. Y un oyente inspirado, Eduardo Blanco, la escribió.
Apenas tenía tres años cuando trajeron los restos mortales de Bolívar a su ciudad materna, a doce años de fallecido. La pluma de Eduardo Blanco hizo revivir en sus páginas la gesta emancipadora, ante los ojos de los venezolanos. Supo llegar con él al corazón del pueblo.
Antes de su muerte en 1911 fue coronado y galardonado – corona y pluma de oro – en el Teatro Municipal, como un justo homenaje de una Venezuela agradecida.
El conocido José Martí escribe sobre esta obra del cual también hago en corto extracto a mi manera:
Cuando se deja este libro de la mano, parece que se ha ganado una batalla. Se está a lo menos dispuesto a ganarla y a perdonar después a los vencidos.
Nuestra historia habla de algún héroe que de tumba en tumba se hace cuna.
Lo menudo y humano en cada batalla, tropas, lugares. Como se desataron las legiones, pujaron, se deshicieron, tambalearon, rugieron y vencieron.
Cada casa venezolana tiene allí sus dioses, toda la nobleza de la libertad tiene allí cuna: no tuvo pueblo jamás mayor nobleza.
Todo palpita en nuestra historia, todo inflama, se desborda, se rompe en chispa, humea, relampaguea. No como una tempestad de gloria: luego de ella, queda la tierra cubierta de polvo de oro.
Es un ir y venir de caballos, un tremolar de banderas, un resplandor de arneses, un lucir de colores, un galopear de batallas, un morir sonriendo, que ni vileza ni quejumbre caben, luego de leer nuestra historia fulgurante.
¿Cómo contar nuestra historia fielmente sin ser frio, y pintar el horror sin ser horrible?
¿Y no hay que mirar tanto las hazañas que inspiraron, como el corazón que se enciende en ellas y las cantan?
Se es capaz de toda gloria que se canta bien.
Se tendría en sus estribos cada venezolano sobre el caballo de Bolívar.
Fotografía: Oscar Olivares.
Nuestra historia es vibrante, conciso para alguna idea profunda. Batalla y resplandece, sin arrebatar la gloria, sin mermar la excelencia de su juicio, ni la moderación de su energía, juzga en sus breves instantes de reposo los hombres y sucesos.
Nuestra historia es una llama y debe ser el premio natural de un maestro a su alumno, del padre a su hijo. Todo venezolano debe escribirlo: todo niño debe leerla, todo corazón honrarlo, amarlo. De ver los tamaños de los hombres nos entran deseos irresistibles de imitarlos.
Una historia que parece repetirse en la actualidad como un ciclo, quizás para ponernos a prueba, para valorar nuestra identidad. Palabras vivas hoy y siempre, que al leerlas las siento tan cercanas, tan familiares, tan símiles.
Desde el sometimiento de la América a sus conquistadores, el estruendo de las armas y los rugidos siniestros de la guerra no despertaban los ecos de nuestras montañas.
Abandonada a su destino, sufría en silencio el pesado letargo de la esclavitud. Nada le recordaba un tiempo más desgraciado, nada le hablaba aquel lenguaje halagador de las propias y brillantes proezas, en que aprenden los pueblos en la infancia a venerar el suelo donde nacen y amar el sol que lo fecunda. Las mismas tradiciones de la conquista habían sido olvidadas. Las generaciones se sucedían mudas, sin que los padres transmitieran a los hijos un solo de estos recuerdos, conmovedores por gloriosos, que exaltan el espíritu y alimentan por siempre el patrio orgullo. Nuestra propia historia apenas si era un libro en blanco y nadie habría podido prever que, no muy tarde, se llenarían sus páginas con toda una epopeya.
Para los pueblos todos, vivir sin propia gloria equivale a vivir sin propio pan; y la mendicidad es degradante.
A veces una chispa de fuego deslumbra como el sol.
Luz que anhela el que gime en el fondo del antro,…, que ama y bendice, no importa de donde venga: de los resplandores del cielo o de las llamas de un auto de fe.
Fotografía: Oscar Olivares.
La vida concurría monótona y con la docilidad de un manso rio se deslizaba aprisionada entre una triple muralla de fanáticas preocupaciones, silencio impuesto y esclavitud sufrida que le servían de dique.
Nada respiraba: artes, industrias, ciencias, metodizadas por el temor y la avaricia, desmayaban a las sombras del régimen cauteloso en que se las toleraba.
Como polvo al fin, el pueblo vivía pegado al suelo: no existían vendavales que lo concitasen.
Silencio y quietud era nuestra obligada divisa. Y privados de nuestros derechos, no existíamos para el mundo.
La fuerza se anima. La revolución estalla. Un grito más poderoso, un sacudimiento más intenso que las violentas palpitaciones de los Andes, recorre el continente.
El viento la arrebata y la lleva en sus alas al través del espacio, como un globo de fuego que ilumina y espanta. Despiertan los dormidos ecos de nuestras montañas. Las llanuras las cantan, los ríos la murmuran, y el mar la recoge, y va arrojarla luego, como reto de muerte, en las playas que un día dejo Colón para encontrar un mundo.
Fotografía: Oscar Olivares.
Las grandes revoluciones guardan cierta analogía con las ingentes sacudidas de la naturaleza: Dios está sobre todo y tiene sus designios.
Fotografía: Oscar Olivares.
Al grito de libertad que el viento lleva del uno al otro extremo de Venezuela, con la eléctrica vibración de un toque de arrebato, de impotencia, todo se mueve y palpita; la naturaleza misma padece estremecimientos espantosos; los ríos se desbordan e invaden las llanuras; los espíritus se inflaman como al contacto de una llama invisible; y aquel pueblo incipiente, tímido, medroso, nutrido con el funesto pan de las preocupaciones, sin ideal soñado, sin anales, sin ejemplos; tan esclavo de la ignorancia como de su inmutable soberano; rebaño más que pueblo; ciego instrumento de aquel que lo dirige, cuerpo sin alma, sombra palpable, has de paja seco al fuego del despotismo, sobre el cual dormía tranquilo; aquel pueblo de parias, transformándose en un día en un pueblo de héroes. Una idea lo inflamo: la emancipación del cautiverio. Una sola aspiración lo convirtió en gigante: la libertad.
Fotografía: Oscar Olivares.
El cañón, la tribuna y la prensa, tronaron a la vez, la lucha encarnizada de nuestra independencia. La libertad al despotismo. El mayor de los crímenes para la monarquía, un cáncer social, donde el hierro y el fuego fueron ineficaces.
Sobre doscientos mil cadáveres levanto Venezuela su bandera victoriosa; y como siempre en los fastos modernos, la Republica esclarecida en el martirio se irguió bautizada con sangre.
Esta es mi historia, tu historia, nuestra historia.
por James V Machado -- © 2018.
Fotografías: Oscar Olivares, Artista visual, Ilustrador y Conferencista Venezolano. Su obra ha sido expuesta en gran parte de Venezuela y en ciudades como: Miami, Bogotá, Houston, Panamá, Denver, Madrid, Pescara, Santo Domingo, Kuala Lumpur, Malasia y eventos de gran importancia como el ArtExpo New York y la Florida Supercon.
Apoyo Bibliográfico: Venezuela Heroica, Eduardo Blanco, edición impresa.
Excelente @untaljames me tomé el tiempo necesario para leer tus reflexiones y te digo que la mayoría de los docentes enlas escuelas y liceos ya no le da la importancia a la historia que esta se merece... Los estudiantes deben ante todo valorar y reconocer de donde provienen, su identidad e idiosincracia. Hay mucha historia por descubrir y más para contar los textos escolares no bastan porque estan diseñados especificamente para parcelar el conocimiento no par incentivar la busqueda ni promoción del mismo.
Hay que rescatar en nuestros niños ese interés de conocer la historia y eso debe pasar por el diseño de nuevas estrategias pedagógicas y métodos innovadores que permitan en el joven la indagación e investigación.
Aunque los hechos descritos en el libro Venezuela Heroica del amigo Eduardo Blanco no sean en su totalidad objetivos resalta la importancia de exaltar los valores de heroismo de los próceres de nuestra independencia convirtuendo la obra en un poema de amor y libertad que el sacrificio de estos personajes hicieron por nuestro país.
Me llena de orgullo y satisfacción que hayas tenido ese momento de reflexión e inspiración al mismo tiempo porque quien más puede contarnos nuestra historia que un mismo venezolano. Un abrazo.
Amigo, si mi humilde escrito a despertado tus recuerdos, tu has hecho que me levante a buscar ni libro Venezuela Heroica, ya lo ubique, y al lado uno que en su momento me intereso muchisimo Venezuela, Petroleo, Excremento del Diablo! Un abrazo y gracias por citarme en tu maravilloso escrito. Ojala sea valorado como también su justo y oportuno mensaje. Un abrazo.
Saludos Amigo mio! de ese otro libro no tengo conocimiento, pero lo voy a buscar, Venezuela Heroica lo estudio mi viejo en 6to grado, me dice! que gran diferencia! Gracias por tu comentario me alegra que te haya gustado!
muy bueno gracias!
hermano tan bien te apoyo cuenta conmigo
Un post amigo indiscutiblemente brillante. Que gran aporte has realizado sobre nuestra historia de Venezuela. Una historia que seguirá tejiéndose con hilos de esperanza, de un bravo pueblo que merece libertad. Particularmente tengo una hija que ama la historia de su país y eso me enorgullece. Y a raíz de aprender tanto y leer cuanto libro cae en sus manos, tiene gran capacidad de análisis sobre todo en estos tiempos. Me encantó. Nuestras raíces nos definen. No dejemos de ilustrar nuestras memorias.