En muchos momentos de nuestras vidas los cambios se hacen necesarios para transformar nuestra realidad, para retar nuestro aprendizaje y para llenarnos de fortaleza, pero también pasa que esos cambios muchas veces no son como esperamos, a decir verdad nunca, porque siempre tenemos que mirar un poco más allá.
Sentirse “como en casa” es principalmente eso: un sentimiento, no es algo tangible, ni que se pueda explicar. Es simplemente algo que va en cada uno. Porque, después de todo ¿qué es sentirse “como en casa”?
Tenemos y anhelamos el tener y permanecer en algo que podamos llamar hogar. Pueden ser personas, puede ser un lugar en específico, una ciudad o un país. Por lo general, lo queremos cuando no estamos en un lugar estable ni que podamos llamar propio, o si nos encontramos muy lejos de nuestros seres queridos. Lo podemos sentir más latente cuando nos cambiamos de hogar, y aunque estamos construyendo uno nuevo, puede que tome tiempo encontrar ese bienestar.
Una sensación de comodidad, de seguridad y que no estás solo. Cuando eso desaparece, hay una soledad muy grande en esta situación, de querer sentirse en casa y no lo logras, por más que incluso muchas veces tengas a tus seres queridos cerca. Cada persona lo sentirá como suyo de distinta manera, por eso es tan difícil de explicar y de tener una respuesta única cuando este sentimiento nos aqueja.
A mí también me ha pasado. Que a pesar de estar con aquellos con quienes creciste, no puedes lograr hacer ese “click” que pensabas que ocurriría, y solo quieres volver a donde estabas antes. O te vas sola a una nueva ciudad, y tienes a tu familia cerca, tienes a seres queridos y todo lo que haces es formar la nueva vida que te estaba esperando, pero aún hay un vacío que te preguntas si algún día terminará.
Todo se ve familiar, pero no se siente así. Cuando ya te has quedado con esa sensación, no importa dónde vayas: es probable que te sigas sintiendo igual, ya lo tienes dentro de ti, ya lo has internado y es un pensamiento que no quieres soltar. Anhelas un momento que ya no existe, y probablemente nunca volverá, es como anhelar un fantasma, o una ilusión. Es solo un bello recuerdo, pero no debes dejar que se estropee.
Ten calma, y ve de a poco olvidándolo. Es difícil, pero tampoco es bueno que te sientas por siempre como que no perteneces a ningún lugar. Haz de tu corazón y tu amor tu hogar. Amigos, caras familiares, cosas que te gustan, comienza a saber que van a cambiar toda la vida, y debes adaptarte y amarlos como hogares temporales. Mientras menos te aferres, menos te dolerá. Y no por eso serás una mala persona, tu mereces lograr cada uno de tus propósitos de vida.
Hay una canción de “The Rasmus” que dice: “No pares hasta encontrar la cura a este cáncer”, en un discurso, Steve Jobs finalizó diciendo: “Sigue hambriento, sigue desesperado”. Estoy convencido de que hablan de lo mismo, de no detenernos hasta encontrar nuestra pasión, hasta sentirnos plenos, satisfechos, hasta encontrar nuestro lugar en el mundo.
Uno no tiene por qué amar aquel lugar al que perteneces, porque uno pertenece a los lugares que ama”- José Manuel Fajardo
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