La gente tiene miedo. Han oído algo de que deben ir hacia la Luz y quieren saber si les dolerá aproximarse hacia esa Luz, si perdemos todos nuestros recuerdos mientras lo hacemos o si allí estará todo lo que teníamos antes.
Por lo que me han contado las almas del Más Allá, cuando morimos, abandonamos nuestro cuerpo desde los pies o bien desde la coronilla. En esta vida he oído historias sobre un “cordón plateado” que supuestamente nos une a la vida aquí, pero nadie de allí me lo ha mencionado nunca. Es difícil describir exactamente cómo nos movemos: es una mezcla entre flotar, andar, volar; es como “gravitar” hacia la Luz. Y existe una sensación de anticipación: quizá también un poco de miedo, pero es más fuerte la anticipación.
No se nos olvida ninguno de nuestros recuerdos. De hecho, mientras que aquí sólo podemos acordarnos de algunas cosas de nuestro pasado, allí recordamos cada preciso instante con todo detalle. Todo lo que supimos, quisimos y experimentamos.
Cuando fallecemos, en cuestión de segundos después de entrar en la Luz, experimentamos una fase de comprensión. Vemos pasar nuestra vida a toda velocidad y presenciamos el efecto dominó completo de todas nuestras acciones. Vivimos en nuestras propias carnes lo que hemos hecho sentir a los demás: la alegría, el dolor, etcétera. Contemplamos y comprendemos todas las consecuencias de las acciones y de las interacciones con todos aquellos con los que nos hemos encontrado. Y por fin entendemos cuál ha sido nuestro objetivo en esta vida.
Hay un período de transición, una fase en la que tenemos la posibilidad de reflexionar sobre nuestra vida: no creo que ese sea un proceso estándar, sino que es diferente para cada persona. Para muchos, puede que haya un período necesario de curación de sus problemas físicos o emocionales, especialmente a la hora de perdonarnos a nosotros mismos por cualquier cosa que hayamos hecho durante la vida y de la que no nos sintamos orgullosos o de algo que haya lastimado a otra persona, antes de que seamos capaces de interaccionar de nuevo con esta vida, la de los vivos. En todo momento se nos proporciona ayuda para que podamos cicatrizar lo que hubiéramos debido, querido o podido hacer en nuestras vidas aquí. A veces, sentimos tristeza sobre lo que desearíamos haber hecho de manera diferente. Se nos anima a sanar cualquier sentimiento de ira o de culpa. Pero también existe lo que podríamos considerar como curación física: aunque no es realmente física, es espiritual. Infinidad de veces, personas que estaban enfermas cuando murieron, incluso a las que les faltaban partes del cuerpo, me han contado en espíritu que se habían curado completamente, que estaban totalmente sanas y completas. Alguien que en esta vida tiene grandes dificultades para andar, o incluso para sostenerse de pie, al acabar su vida aquí, seguramente me contará que allí se dedica a bailar.
La verdadera belleza de la Luz es que es sinónimo de la armonía total. Aquí, podemos pasar una vida entera en la más absoluta oscuridad. No sabemos lo que estamos haciendo o el efecto que estamos produciendo en nosotros mismos o en los demás. Pero cuando llegamos al Más Allá, conseguimos una visión clara de en qué consiste esta vida.”
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