¿La peor soledad? Esa que se siente en compañía. Cuando duermes sólo, pero a algunos centímetros de alguien. Cuando los cuerpos están tan cerca y los corazones a miles de kilómetros.
– Vanessa Martín
Hay tres tipos de soledad: la primera que es por elección, la segunda por imposición y, la peor de todas, la que se siente aun estando acompañados. Y entre las tres hay un abismo de diferencia.
Cuando se llega a este punto, es preferible y necesario aplicar el dicho tan popular como cierto que dice, que es mejor estar solo que mal acompañado. Porque el hecho de aceptar una compañía que quebrante nuestro equilibrio y nuestra autoestima, que no nos brinde apoyo, que no nos ayude y no nos brinde eso que necesitamos, a la larga sólo genera una angustia mayor. Tener a alguien a nuestro lado sólo para no estar solos, oculta muchos aspectos que la soledad pone en evidencia, como por ejemplo, nuestra baja autoestima, porque soportamos desplantes, humillaciones y agresiones emocionales. Porque no sentirte querido, apreciado y valorado, realmente es una humillación.
Hay personas que por más que amemos, nos hacen sentir infelices y su compañía se siente superficial. Y te das cuenta por sus actitudes egoístas y limitantes. Son personas que no saben compartir, que no consideran a su pareja, mucho menos cuidan los detalles de un compromiso que debería motivarse todos los días y en los pequeños momentos. Son personas con poca inteligencia emocional que no saben amar y lo único que pueden ofrecer son vacíos, infelicidad y mucha, mucha soledad.
¿Es preferible estar mal acompañados para evitar estar solos? ¡NO, JAMÁS! El amor maduro no se da “porque sí”, se construye entre dos personas afines y maduras que se conocen, se aceptan y se respetan como son, lo cual retroalimenta la comunicación y la ayuda mutua.
Una vez que comprendas que la situación no va a mejorar y la otra persona no hace nada por beneficiar la relación, reacciona y piensa en buscar una salida. Aléjate si hace falta porque mereces una vida mejor, una vida en común, una vida de amor… ¡No una vida en soledad!
La soledad impuesta o no elegida es un estado negativo y difícil que se caracteriza principalmente por una desagradable sensación de aislamiento en donde uno siente que algo hace falta.
La soledad elegida es un estado positivo y constructivo en donde estamos solos, pero no nos sentimos solos. Son momentos que utilizamos para reflexionar, crecer, hacer introspección de nuestro ser y disfrutar de nuestra propia compañía. En ella damos rienda suelta al pensamiento y por lo general, también a nuestra creatividad. Es el estado perfecto para disfrutar de la tranquilidad, para cultivarnos y renovarnos. Una soledad sana, es mucho más que estar solo, es estar con uno mismo.
Y el otro tipo de soledad, la más triste y contradictoria, la de estar acompañados por otra persona (o varias personas), pero tener la sensación de sentirse solo y vacío, de no encajar en esa situación o en esa relación. El sentirse acompañado de la persona equivocada es bastante frustrante porque no permite disfrutar de una intimidad o empatía que nos aporte seguridad. Nos inhibe la confianza por lo que nos encerramos en nosotros mismos y nos tragamos todo nuestro sentir por miedo a no ser comprendidos y nos llegamos a sentir insuficientes e infelices.
En muchas ocasiones, es inevitable sentir ese tipo de soledad y que nos embargue un inmenso vacío, tan pesado que hasta se nos dificulta respirar. Sobre todo cuando la persona a la que tenemos a nuestro lado ya no resulta buena compañía. Cuando ya no se tiene nada de qué hablar, cuando da lo mismo si está cerca o se ha ido, cuando se dejan de celebrar las mismas cosas, cuando el silencio se convierte en un ruido ensordecedor y su compañía te suena a silencio. Cuando se pierden los intereses en común y la convivencia lo único que trasmite es aburrimiento. Cuando se comienza a dudar de ese gran amor que un día se sintió.
Es natural que en una relación pueda haber momentos malos, pero ellos no deben ni deberían ser la norma, mucho menos marcar la relación porque a lo único que lleva es a convertirla en dependiente, destructiva y hasta tormentosa. Y en ese punto, el amor ya no merece llamarse amor, porque los sentimientos de rabia, incomprensión y resentimiento no tienen cabida en él. El amor nos hace desear y disfrutar, es un vínculo que nos debe proporcionar seguridad y ayudar a ser feliz al a persona que amamos. El amor para ser amor necesita sumar lo positivo, en emociones agradables y que nos hagan disfrutar. Y de no ser así, no debemos llamarle amor, sino relaciones de sufrimiento.
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