Johann Wolfgang von Goethe nos presenta aquí una novela epistolar en donde Werther, el personaje principal, quien narra la historia en primera persona, expone sus penas en una sucesión de cartas dirigidas a Guillermo. A través de estas cartas se comunica (o más bien trata) con éste, su amigo silente, y aun así, le va contando el joven, no solo sus desatinos sino también las sombras que abordan sus días, lo que siente, lo que sufre, y todo su devenir en la mayor de sus congojas… Werther se brinda melancólico, y esa melancolía es producto de haber conocido a Carlota (Lotte o Charlotte en otras traducciones) de quien se enamora perdidamente relatando sus más desesperadas intenciones. Esta historia es la exposición deliberada del corazón de Werther, quien sufre por un amor no correspondido.
La agonía de Werther evocó a mis pensamientos el pasaje del Quijote en donde se habla de Grisóstomo y la pastora Marcela: la belleza que irradia de Marcela, en la obra de Cervantes, era tal que cautivaba a todo varón que la contemplara, que simplemente le mirase, y ésta, Marcela, excusa no un rechazo sino el no consentimiento de aquello que generaba su imagen, su presencia… Así padece Werther cual Grisóstomo ante una pastora Carlota que contempla inerte su tragedia y su desdicha. Este desfallecer de Werther en agonía epistolar es característico del movimiento literario Sturm and Drang, que para la época promovía la expresión de subjetividades afines a lo emocional en contraposición con lo racional.
El sendero de Werther es un camino seguro al cadalso, a la guillotina, a un salto al vacío. Él no concibe el vivir apartado de su Carlota; así sufre, llora, se estremece ante su presencia; le idolatra, exaltando, no las bondades que pudiese tener esta Carlota, sino más bien, el sentimiento que su corazón oprime: “Miré a Carlota y sentí todo lo que siento por ella…” “Tengo mucho, y mi sentimiento por ella lo absorbe todo; tengo mucho, y sin ella todo se me vuelve nada”. El Werther de Goethe es el Alekséi Ivánovich de Dostoievski: Intransigente, tozudo, empecinado en un ideal inalcanzable, en un sueño que lo conduce más allá del desespero, la agonía y el trastorno.
Werther es una bandera al desamor, sin embargo no hay desafecto en Carlota, su ideal; su sentir es tan patético como tormentoso, el sentir de un joven desalentado, que errante sucumbe so pena de su terco corazón. En el epitafio de Werther está grabado que el amor de Carlota pertenece a Albert, no a él, y esto es inmodificable.
Werther, en su desvarío, se contradice: “Amar es humano, pero hay que amar humanamente! Distribuya sus horas; las unas para el trabajo, las horas de descanso dedíquelas a su amada. Eche cuenta de su hacienda, y lo que le sobre de lo indispensable, no le prohibo que lo emplee en algún regalo, pero no con demasiada frecuencia…” Lejos estaba de esta sentencia. Su fracaso no es más que la consecuencia de una actitud evidentemente inferior; poética, pero inferior. “Un hombre a quien le arrastran sus pasiones, pierde toda su fuerza de sensatez, y se le considera como un borracho, como un loco”… No hay horizontalidad en su ideal; en el amor pasional no puede estar el uno por encima ni por debajo del otro… Mucho supo abatirse, llorando, mostrándose desconsolado, tendido ante los pies de una que no le quería. ¡Que patético! ¡Werther levántate! Gritaba mi alma en silencio mientras leía una a una sus penosas cartas, dirigidas a un Guillermo que poco o nada aportó. Carlota, por su parte, sabía que el desgraciado que anhelaba su compañía acabaría en un final fatal, y aun así, hizo entrega del adminículo que más tarde le acercaría a aquel lugar donde quería estar bajo los designios de un mundo sin ella. Aun así le dio las llaves para abrirse ante la inmolación. Werther, obtuso e intransigente, no concebía la realidad sino bajo su intensión lograda, no entendía la negación.
“No hay nada que me llene tanto de una sensación de paz y de verdad como los rasgos de la vida patriarcal, que, gracias a Dios, puedo entretejer sin afectación en mi modo de vivir.”
¿Sin afectación? Absurdo es esto a la realidad de sus días, ¡Semejante atavismo! Werther es tan porfiado como cobarde. Sus cartas llegaron a hacerme sentir irritado. Si Goethe viviese, pues le escribiría levantando en querella ciertas cuestiones que me sobrevienen con desagrado. ¿Por qué un Guillermo inerte? Un destinatario mudo, receptáculo inútil… Y, ¿por qué Carlota, a sabiendas de las finales intenciones de Werther, consintió lo que de sus manos no debió salir?
Así me debatía entre aquellas páginas… Así sufrí con los sufrimientos de este novicio… Así quise transfigurarme en Guillermo para responderle… No obstante, ¿quién soy yo para intervenir a Goethe?
A pesar de su carácter fatalista, la novela tiene su encanto. “Los hombres nos lamentamos a menudo de que los días buenos son pocos, y los malos sean tantos, pero me parece que muchas veces sin razón. Si siempre tuviéramos el corazón abierto para disfrutar lo bueno que Dios nos depara día tras día, tendríamos también bastante fuerza para soportar el mal cuando llega.” Goethe advierte paradójicamente: “Desde que ando todos los días entre la gente y veo lo que hacen y cómo se afanan, estoy mucho mejor conmigo mismo. Ciertamente, como estamos hechos de tal manera que todo lo comparamos con nosotros, y a nosotros con todo, la dicha o la miseria se encuentran en los objetos con que nos relacionamos, y no hay cosa más peligrosa que la soledad…”
“Sentimos muchas veces que nos falta algo y que lo que precisamente parece faltarnos a menudo parece que lo tiene otro, al cual entonces le atribuimos todo lo que tenemos, además de una cierta facilidad ideal. Con eso queda perfecto ese ser feliz, que no es sino nuestra propia creación. Por el contrario basta que sigamos adelante trabajando, aun con nuestra debilidad y nuestro esfuerzo, para que encontremos a menudo que, a pesar de toda nuestra lentitud y nuestros rodeos, llegamos más adelante que otros con viento en popa y toda la fuerza de los remos, y… entonces una auténtica sensación de lo que es uno mismo, cuando se alcanza o se sobrepuja a los otros”.
Así Goethe nos invita a “atravesar la montaña” y a “buscar la calma del espíritu” en otra frase que llamó poderosamente mi atención: “Aquel lugar de tristes memorias…”. Esos escenarios fatídicos que son caldo de cultivo para nuestros más desatinados y pasionales trastornos, que no son más que un ánimo exacerbado, una intención testaruda, una elíptica porfía; el deseo de un sí constante, el mundo a merced de nuestras demandas más impulsivas y menos sensatas.
¡Bravo Goethe!
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