—Aubrey —había llamado su atención —. ¿Aubrey, tú eres feliz?
La muchacha dirigió sus ojos hacia dónde provenía la gruesa voz y sonrió con los ojos como medias lunas y los labios juntos.
—Soy feliz si tú lo eres, Chris —respondió robándole el aliento.
—Entonces lo seré para que tú lo seas —le promete.
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Se había cerrado a oír cualquier justificación que no fueran las cálidas palabras de la muchacha. Aubrey no le permite afligirse, y mucho menos pensar que esto es una desgracia; mas bien un obstáculo, un típico obstáculo que debe ser rebasado.
Porque no había necesidad de tener ojos para darse cuenta que su alma gemela sonreía, ni para percatarse de dónde se ubicaba.
Se había aprendido su cuerpo de memoria; seguía siendo fuerte, este nunca cambia. En su mente viajaban las imágenes de cada vez que se enredaban juntos en las sabanas o cuando el almuerzo en el comedor se volvía algo más que solo eso.
No necesitaba ojos para mirarlo hablar, todavía recuerda sus dulces labios moviéndose al compás de lo dicho. No necesitas mirar para ir hacia él cuando llegaba de afuera, se conocía la cantidad de pasos exactos que Chris guardaba entre ambos para que su ángel caminara hacia él y lo descubriera con los brazos abiertos.
Mucho menos necesitaba mirarlo para sentirse querida. Los ojos de Chris estaban gravados en su mente como si hubiesen sido tatuados con fuego, su sonrisa siquiera recordarla le hace sonreír también, y no; no era necesario mirarlo para seguir estando enamorada de él.
Aubrey se conocía de memoria el departamento que compartía con Chris; lo gracioso era que antes se tropezaba con cada una de las paredes y ahora camina firmemente, solo tropezándose cuando el gigante de su novio se le atravesaba apropósito.
—Chris —el mencionado la mira con atención, apartando su mirada de la televisión —. Jamás me enseñaste a tocar el piano —dijo con un diminuto puchero.
—Nunca supe que te interesara —la chica inca los hombros—. ¿Quieres probar?
Aubrey asiente con emoción y ambos se dejan caer en el suave banquillo se ubica frente a un hermoso piano de cola blanco.
Chris toma una de sus pequeñas manos y la coloca encima de las teclas. Aubrey siente la superficie bajo sus dedos y presiona una tecla, se sobresalta por el fuerte sonido y ambos ríen apenas un poco.
Chris comienza con una melodía suave, dulce, romántica. Ve a Aubrey sonreír y nuevamente se siente bendecido. Ella era una completa bendición.
Aubrey tenía los ojos sobre las teclas, aun sin poder verlas, las imagina y es suficiente. Busca con su mano la de Chris y la consigue rápidamente, sin saber que este ultimo la había rodado más cerca. La coloca encima, igualando sus dedos y el hombre sigue tocando. Cada dedo que presiona, Aubrey lo siente, cada elevación de palma, cada posición de las teclas; desde los tonos más bajos hasta los más agudos.
Aubrey lleva una sonrisa en su rostro, hasta que siente una gota caliente que ha caído en sus nudillos.
—Chris, no llores —le pide, dirige sus manos hacia las mejillas ajenas y limpia sus ojos con sus pulgares—. Me vas a hacer llorar, ya basta —le pide al borde de las lágrimas.
Chris la abraza fuertemente y Aubrey toma entre sus puños la parte posterior de la camisa de algodón, aferrándose.
En el living, donde se sitúa el piano de cola, están las cámaras de video que Chris utilizaba para la universidad. El mayor las dejaba encendidas cuando se iba al trabajo, siempre apuntaban al piano. Aubrey no sabía esto, por ende cada vez que Chris salía de casa, ella se dirigía al majestuoso instrumento. Tocando cada vez melodías diferentes; eso sí, siempre suaves y con su toque dulce.
Chris disfrutaba verla tocar, pero su corazón se rompe, volviéndose polvo cuando Aubrey deja caer su cabeza entre sus brazos, provocando un estruendo con las teclas del piano, y llora en silencio.
La muchacha sabe cuándo es de día y cuando es de noche; la temperatura lo dice todo, y los cálidos rayos de sol golpeando su piel. Era de noche, lo sabe bien, pues Chris se hallaba acostado a su lado como siempre boca abajo y sin camisa. Sus pies fríos estando descubiertos pero entrelazados con los del mayor, suficiente para ella.
No puede dormir, esa noche no logra hacerlo. Nuevamente desliza sus manos para palpar al mayor, porque estas se habían convertido en sus ojos. Su suave cabello era como una esponjosa nube, desliza su pulgar a lo largo de su gruesa ceja, sabe que a Chris le gusta ser acariciado allí. Finalmente toca sus labios y como siempre, siente que ha sido un milenio lo que ha pasado sin besarlos; cuando en realidad acaban de hacerlo, justo antes de que el mayor cayera dormido.
—Te amo más de lo que podría amar estar viva —le dice. Y no le importa no ser escuchada, porque sabe perfectamente que Chris lo tiene claro.
Se recuesta de costado, con los ojos sobre el mayor; su mano llega hasta la de Chris, palpando y entrelazándola.
Esa noche no pudo dormir; la angustia de que Chris ya no estuviese a su lado al despertar, no la dejaba conciliar el sueño.
Mirar ya no era necesario cuando sabía cada ruta al derecho y al revés. La vista jamás fue tan importante como lo es el tacto, opina Aubrey. Ella solo necesitaba una cosa, y era sentir a Chris siempre junto a ella. Esto era algo que la vista no te otorgaba, ya que; ¿De qué vale verlo y no sentirlo? Cuando puedes tenerlo entre tus dedos y mirarlo a la vez, porque te sabes toda su anatomía a la perfección.
— ¿Puedes mirarme?
—Yo siempre te veo —le dice.
Aubrey siempre puede ver los brillantes ojos de Chris, esos que siempre le miraban de la manera más especial y cada vez que su semblante cambia o como su sonrisa se ensancha.
Las manos viajaban lentamente por el pecho descubierto; sonreía sintiendo el suave relieve bajo sus yemas. Su respiración era profunda y Aubrey intentaba adivinar dónde era que quedaban sus lunares, siempre dando en el blanco; pues se conoce los detalles más tontos.
Chris podía permitir que Aubrey jugara a ponerle la cola al burro con él, y aunque no era del todo literal, era la mejor parte del día.
Los ojos tranquilamente perdidos de Aubrey bajan desde el torso desnudo de Chris hasta sus brazos, la piel bajo sus manos siempre siendo más cálida que la suya, helada en comparación.
—Bésame —le pide Aubrey.
—Quiero que tú me beses —contrataca. Aubrey sonríe, sabe que el más alto está midiendo sus habilidades.
Sin titubeo y en punta de pie dirige rostro hacia el contrario, sosteniéndose de su agarre en las muñecas ajenas. Apenas un ligero roce entre labios y ejercen presión. Dulce, sencillo y hermoso.
— ¿Cómo es posible que hagas eso? —pregunta, mirando la sonrisa de Aubrey una vez que se separan.
—Calculo —dice sencillamente.
Chris jamás pensó que habría un motivo lo suficientemente bueno como para amar las matemáticas.
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—Aubrey —había llamado su atención —. Aubrey ¿tú eres feliz?
La muchacha dirige sus ojos hacia dónde provenía la gruesa voz y sonrió con los ojos como medias lunas y los labios juntos.
—Soy feliz si tú lo eres, Chris —respondió robándole el aliento.
—Entonces lo seré para que tú lo seas —le promete.
No habría otro motivo.