¡Hola, @charjaim!
Coincido contigo en que la inteligencia artificial, aunque útil, no debe sustituir nuestra capacidad de crear. Escribir, pintar, cocinar o construir son actos que nos conectan con nuestra esencia humana. Cuando delegamos estas tareas exclusivamente a máquinas o terceros, perdemos la oportunidad de crecer, de expresarnos y de dejar una marca auténtica.
Sin embargo, creo que también hay esperanza. Plataformas como HIVE demuestran que aún existen personas que valoran la originalidad y el esfuerzo personal. Tal vez el desafío no sea rechazar la tecnología, sino usarla como complemento, sin permitir que opaque nuestra voz o nuestra marca.
No me considero escritor; solo soy un echador de cuentos, siempre lo he sido. Está en mis genes. Desde que tengo memoria, cuando ayudaba a otros instruyendo en algo, buscaba hacerme entender como si estuviera contando un cuento. Cuando escribo para HIVE u otras plataformas, busco [echar un cuento], sin importar si es una reflexión, un concurso literario, una clase o un tutorial. En muchas oportunidades, tomo experiencias propias o de mi entorno y las llevo al blanco y negro para hacerme entender. A todos nos gusta que no nos [echen cuentos], pero, ¿qué mejor que explicar algo contando uno? A mí me funciona.
No estoy en contra de la tecnología; estoy en contra de aquellos que toman lo que no es suyo. Pero la historia está llena de capítulos en los que el plagio aparece en escena. Esto viene desde la Edad de Piedra, y no creo que vaya a desaparecer. No hay fuerza en el universo que acabe con los ladrones o los farsantes. Donde hay dinero, habrá alguien dispuesto a robarlo.
Tu llamado es un recordatorio poderoso que nos invita a bailar con nuestros pies, a besar con nuestros labios y a escribir con nuestro intelecto. No importa lo que haga el malhechor; lo que haga será pan para hoy y hambre para mañana, porque la careta siempre caerá, y siempre perdurará lo genuino.
Mil gracias por la mención. Me sentí como un sapo abombado; me robaste una sonrisa.
Mi cariño para ti, desde las alturas del piso 18, casi agarrándole la barba a Dios.