Cuando nos visita la nostalgia- Reflexiones de una migrante [Es-En]

in La Colmena6 days ago

Dicen que a barriguita llena, corazón contento y la verdad es. Mientras me daba el lujo de decepcionarme friendo unas tajadas de platano, viajé al pasado y se me inundaron los ojos. Sí, el lujo de decepcionarme, porque desde que dejé Venezuela rara vez compro platanos, son muy caros y no saben igual, pero siempre que los compro tengo un hilo de esperanza de que esta vez la suerte esté de mi lado.

Un platano migrante, como yo; que nació en Ecuador y que fue cosechado antes de tiempo, para enviarlo hasta Argentina, subiendo de un transporte a otro hasta que, en algún punto fue obligado a madurar para cumplir el capricho de una venezolana con demasiadas espectativas.

Es inevitable no pensar en mi Cumaná y en el vendedor de platanos que pasaba por la avenida voceando en ese tono tan particular: "platanos, platanos, platanos, lleve sus platanos...", ese que los daba casi regalados porque ya estaban negros por fuera y súper dulces por dentro; esos con los que las abuelas en vez de tajadas harían bocadillos. Es inevitable no extrañar los días de quejarse en la bodega del alto costo de los platanos, que eran vendidos por unidad en vez de por peso, y que en perspectivas seguian siendo baratos comparados con su precio en el extranjero.

Preparar las tajadas es casi un ritual que debí aprender muy pequeña, pues no lo recuerdo. Yo no sé si en todos lados se pela el platano igual (como lo ven en las fotos, cortando los extremos y luego cortando la cáscara por un lado), pero cuando veo que alguien lo hace de una forma diferente siento una incomodidad tan grande... ¿Les pasa?

Mientras corto las rebanadas (que para mí, deben ir sesgadas y no redonditas) pienso en todos los almuerzos en casa de mi abuela materna y en como mi abuelo mandaba comprar un platanito si sabía que yo iría, pero además siempre que podían me preparaban pabellón. Pienso que estas rebanadas se ven demasiado palidas y casi no tienen olor, presagiando un sabor insipido.

Escucho a mi mamá gritarme que esté atenta para que no se me quemen y me da risa. Y no sé por qué me trasporto al pasado, a una de las muchisimas veces que cocinamos en fogata por falta de gas, a un día en que de los platanos no quedaron más que negros carbones. Hoy no será el caso.

Las caraotas y el arroz están listos, incluso tenemos carnita y no hubo que hacer fogata; hoy se come pabellón aunque no sepa como el de casa, aunque no lleve ají dulce, aunque el platano esté desabrido. Nos aviva la nostalgia, pero de una forma extraña también la calma. Quizá no fueron los sabores, quizá fue el ritual de preparar cada cosa, quizá fue el viajar por los recuerdos, los que se cuentan aquí y los que no; quizá es el hecho de las sonrisas en las caras de los que esperaban el platillo con ansía o la mezcla de todo eso; pero se siente bien.

Al final todo estuvo delicioso y el corazón nostalgico, también quedó contento.

Imágenes de mi propiedad, editadas en Foto collage GridArt. Versión en inglés por el traductor de Google y quizá al contener algunos modismos o nombres venezolanos se pierda un poco de la esencia del texto.



They say a full belly makes a happy heart, and the truth is. As I indulged myself with the luxury of being disappointed while frying some plantain slices, I traveled back in time and my eyes watered. Yes, the luxury of being disappointed, because since I left Venezuela, I rarely buy plantains. They're very expensive and don't taste the same. But every time I do, I have a glimmer of hope that this time luck will be on my side.

A migrant plantain, like me; born in Ecuador and harvested before its time, to be shipped to Argentina, hopping from one transport to another until, at some point, it was forced to ripen to fulfill the whim of a Venezuelan woman with too many expectations.

It's impossible not to think of my Cumaná and the banana vendor who used to pass by on the avenue shouting in that particular tone: "bananas, bananas, bananas, take your bananas..." The one who gave them away almost for free because they were already black on the outside and super sweet on the inside; the ones grandmothers would use to make sandwiches instead of slices. It's impossible not to miss the days of complaining at the grocery store about the high cost of bananas, which were sold individually instead of by weight, and which, in retrospect, were still cheap compared to their price abroad.

Preparing the slices is almost a ritual that I must have learned when I was very young, because I don't remember it. I don't know if plantains are peeled the same way everywhere (as you see in the photos, cutting off the ends and then cutting the peel on one side), but when I see someone else doing it differently, I feel so uncomfortable... Does this happen to you?

As I cut the slices (which, to me, should be slanted, not round), I think about all the lunches at my maternal grandmother's house and how my grandfather would order a small plantain if he knew I was coming, but also how he would always make me a plantain whenever he could. I think these slices look too pale and have almost no smell, suggesting a bland taste.

I hear my mom yell at me to be careful so they don't burn, and it makes me laugh. And I don't know why I'm transported back in time, to one of the many times we cooked over a campfire because we didn't have gas, to a day when the plantains were left with nothing but black embers. Today won't be the case.

The beans and rice are ready, we even have pork carnitas, and there was no need to make a campfire. Today we eat bandera even though it doesn't taste like the one we had back home, even though it doesn't have sweet chili, even though the plantain is bland. It stirs up nostalgia, but in a strange way, it also calms it. Maybe it wasn't the flavors, maybe it was the ritual of preparing each thing, maybe it was traveling through memories, those shared here and those not; maybe it's the smiles on the faces of those eagerly awaiting the dish, or the combination of all of that; but it feels good.

In the end, everything was delicious, and my nostalgic heart was also happy.

Images my own, edited in GridArt photo collage. English version by Google Translate. Perhaps because it contains some Venezuelan idioms or names, some of the essence of the text is lost.


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La verdad es que todo estuvo bien sabroso, y que no escuche el Señor de los Milagros (así se llama la frutería donde siempre compramos los mejores plátanos) que tan orgulloso se siente de ofrecer buena mercancía y conservarla en aire acondicionado cuando el clima lo requiere. Aunque solo sea una justificación a los precios.

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