Hola, soy algo nueva en Hive y también por esta comunidad. Abajo les muestro algo que he escrito, espero les guste. No soy buena con las presentaciones, tendrán que disculparme. Bueno, sin más les dejo con La Hija de Plutón.
Ella era algo especial, extraña, diferente a todo lo que he conocido, enajenada hasta la raíz. Vivía con los pies sobre la tierra y la cabeza en las constelaciones.
Pintaba estrellas en los suelos de su casa con aerosol y llamaba insolentes a la Unión Astronómica Internacional que en 2006 habían catalogado a Plutón como enano.
Era como la pieza blanca que empieza las partidas de ajedrez, la primera en moverse y tomar iniciativas. Gracias a ello la conocí, o puedo decir que a causa de ello me condené. Porque desde el día que se acercó a mí en el tren —yo llevaba una caja de pizza— para recomendarme un buen lugar de comida italiana, jamás he podido sacarla de mis pupilas, como jamás volví a comprar comida en aquel restaurante luego que me mostrara "el mejor lugar de pizza de la ciudad", según su criterio y el de tres de sus amigos.
Los pies le danzaban por la calle y mantenían el equilibrio en los contenes. Tenía el ritmo del cosmos en sus caderas, en sus labios, en su cabello café que siempre olía a uvas y a verano. Andaba siempre despacio, observando todo, buscando cosas que fotografiar, leyendo los carteles e inscripciones, tocando las barandas con la mano como si fueran las cuerdas de una guitarra.
Recuerdo cuando la encontré leyéndole un libro de Coelho a mi tortuga. Al principio creí que era una total locura, y les doy mi palabra sobre que estoy en completo uso de mis facultades mentales cuando digo que a mi tortuga le encantaba que le leyera, o al menos, le encantaba su voz. Eso es una cosa que tenemos en común mi mascota y yo, ambos nos ponemos felices cuando ella nos habla.
Muchas veces llegué a pensar que no le temía a nada y que a su lado, yo tampoco. Pero era obvio que tenía temores, y eso estaba bien según me explicó un día. El miedo nos aleja del peligro y nos ayuda a conservar aquello que queremos. Pero que no nos de miedo en exceso, ese que te hace renunciar a los sueños, que te detiene en medio del camino hacia la meta. Tengamos solo miedo a secas que en exceso todo es perjudicial.
Las miradas que juzgan y los labios que susurran jamás pudieron arañarla, era como si habitara en otro plano de la realidad que solo conocía ella, sus gatos, y a veces yo. Aunque a mí me fue difícil adentrarme. Yo no podía hacer eso de cerrar los ojos y sentir que el viento en mi rostro traía olores de otros continentes. No podía imaginar las conversaciones que tenían los animales entre sí. Yo no podía vivir ajeno a lo que el mundo pensara como lo hacía ella. Porque yo era más de lo mismo y ella era raramente extraordinaria.
Ahora que estamos a la distancia de un segundo en mensaje de texto y nueve horas en beso, entiendo cuando decía que no le gustaba estar tanto tiempo en un mismo lugar con las mismas personas, porque eso creaba ligadura anímica y después era más duro partir.
Aunque es cierto que también podía quedarse, pero ella no es así, no es de las que se permanecen para siempre en un mismo sitio para vivir una vida común de pasear perros, redactar listas de compras y hacer limpiezas los sábados. Hacerle eso sería permitir que muriera de tristeza un gorrión.
Ahora, gracias a ella, soy experto en el correo convencional, porque le gustan las cartas de puño y letra y se reúsa a usar esas cosas sin sentimiento del "wasaap y el meseñer" —palabras suyas.
Ahora soy de los que afirman que la magia existe y es humana, es de carne, huesos y arterías, es de sábados anaranjados y julios de correr descalzos por la arena.
Ahora vivo con más deseos, con más colores. Y eso es gracias a ella, a su sonrisa, a sus palabras inventadas, a su manera extravagante de pronunciar el inglés, a sus ojos gigantes y grises, a sus zapatos siempre medio limpios —porque sucios solos los pensamientos.
Me volví adicto a la playa, a los instrumentales, al teatro, a las películas animadas, a pedir deseos a las estrellas fugaces, al cosmos infinito, a los gatos, a Paulo Coelho y al "planeta" Plutón.
She was something special, strange, different from everything I have ever known, alienated to the core. She lived with her feet on the ground and her head in the constellations.
She painted stars on the floors of her house with spray paint and called the International Astronomical Union insolent, who in 2006 had classified Pluto as a dwarf.
She was like the white piece that starts a chess game, the first to move and take initiatives. Thanks to it I met her, or I can say that because of it I was condemned. Because since the day she approached me on the train —I was carrying a pizza box— to recommend a good Italian place, I have never been able to get her out of my mind, just as I never went back to buy food in that restaurant after she showed me "the best pizza place in town", according to her criteria and that of three of her friends.
His feet danced down the street and kept his balance on the curbs. She had the rhythm of the cosmos in her hips, in her lips, in her brown hair that always smelled of grapes and summer. She always walked slowly, observing everything, looking for things to photograph, reading the signs and inscriptions, touching the railings with her hand as if they were the strings of a guitar.
I remember when I found her reading a Coelho book to my turtle. At first I thought it was total madness, and I give you my word that I am in full use of my mental faculties when I say that my tortoise loved it when I read to him, or at least, he loved her voice. That's one thing my pet and I have in common, we both get happy when she talks to us.
Many times I came to think that she wasn't afraid of anything and that next to her, I wasn't either. But it was obvious that she had fears, and that was okay as she explained to me one day. Fear keeps us away from danger and helps us keep what we want. But let's not be too afraid, that fear that makes you give up on your dreams, that stops you in the middle of the road to the goal. Let us only be afraid in the dry, because in excess everything is harmful.
The gazes that judge and the lips that whisper could never scratch her, it was as if she inhabited another plane of reality that only she, her cats, and sometimes me, knew. Although it was difficult for me to enter. I could not close my eyes and feel the wind on my face bringing smells from other continents. I could not imagine the conversations the animals had with each other. I could not live oblivious to what the world thought as she did. Because I was more of the same and she was rarely extraordinary.
Now that we are at the distance of one second in a text message and nine hours in a kiss, I understand when she said that she did not like to stay so long in the same place with the same people, because that created an emotional bond and then it was harder to leave.
Although it is true that she could also stay, but she is not like that, she is not one of those who stay forever in one place to live a common life of walking dogs, writing shopping lists and cleaning on Saturdays. To do that to her would be to allow a sparrow to die of sadness.
Now, thanks to her, I am an expert in conventional mail, because she likes handwritten letters and refuses to use those unsentimental "wasaap and meseñer" things —her words.
Now I am one of those who affirm that magic exists and it is human, it is of flesh, bones and arteries, it is of orange Saturdays and joules of running barefoot on the sand.
Now I live with more desires, with more colors. And that is thanks to her, to her smile, to her invented words, to her extravagant way of pronouncing English, to her giant gray eyes, to her always half-clean shoes —because only thoughts are dirty.
I became addicted to the beach, to instrumentals, to theater, to animated movies, to making wishes to shooting stars, to the infinite cosmos, to cats, to Paulo Coelho and to the "planet" Pluto.
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