Casi un año sin ver el mar... demasiado tiempo para alguien que lo lleva en el alma. La rutina, el trabajo y el estrés habían sido demasiado, así que este fin de semana decidí hacer una pausa y regresar a Gibara junto a mi mamá. Necesitaba sentir esa brisa única que solo aquí existe, esa mezcla de sal y libertad que te envuelve apenas llegas.
Llegamos el viernes, temprano en la mañana, cuando el pueblo aún despertaba. Antes de cualquier otra cosa, antes de los saludos largos y las conversaciones de bienvenida, fuimos directo al mar. La casa de mi abuela tiene el privilegio de tenerlo justo en la parte trasera, así que no hubo que caminar mucho. Y ahí estaba... inmenso, tranquilo, reflejando los primeros tonos dorados del amanecer.
No pude evitar descalzarme y sentir la arena bajo mis pies. Fría al principio, pero a cada paso más acogedora, como si te reconociera y te diera la bienvenida de nuevo. Hundir los pies en ella es una sensación única, un ancla a la tierra y al mismo tiempo una invitación a soltarlo todo. Respiré hondo, dejando que el aire salado me llenara los pulmones, y en ese momento supe que había tomado la mejor decisión.
El fin de semana recién empezaba, pero solo con ese instante ya valía la pena el viaje. Porque a veces todo lo que necesitamos es un poco de mar, un poco de paz y recordarnos a nosotros mismos que siempre podemos hacer una pausa, respirar y volver a empezar.
English Version
Almost a year without seeing the sea... too long for someone who carries it in her soul. The routine, work and stress had been too much, so this weekend I decided to take a break and return to Gibara with my mom. I needed to feel that unique breeze that only exists here, that mixture of salt and freedom that envelops you as soon as you arrive.
We arrived on Friday, early in the morning, when the town was still awake. Before anything else, before the long greetings and welcoming conversations, we went straight to the sea. My grandmother's house has the privilege of having it right in the back, so there wasn't much walking involved. And there it was... vast, calm, reflecting the first golden hues of the sunrise.
I couldn't help but take my shoes off and feel the sand under my feet. Cold at first, but with each step more welcoming, as if it recognized you and welcomed you back. Sinking your feet into it is a unique sensation, an anchor to the earth and at the same time an invitation to let go of everything. I took a deep breath, letting the salty air fill my lungs, and in that moment I knew I had made the best decision.
The weekend had just begun, but that moment alone was worth the trip. Because sometimes all we need is a little bit of sea, a little bit of peace and to remind ourselves that we can always pause, breathe and start again.
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All the photos are taken and edited on Snapseed by me.
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