Enzo siempre fue diferente. Todo el tiempo desde que era un niño, siempre resaltó por no seguir a nadie: su hermano mayor no era influencia para él. Los primos nunca fueron influencia para él. En la escuela, no se le "pegaban" las costumbres de nadie. Siempre pareció estar guiado por algo superior que tan solo él conocía.
En casa, su papá y mamá tenían una mezcla de sentimientos encontrados y preocupaciones por esta personalidad del pequeño Enzo. Por un lado, a Gianna, la mamá, le preocupaba que fuera tan serio y siempre tan concentrado -nadie sabía exactamente en qué- y que los otros chicos lo rechazaran por ello, cosa esta que tampoco parecía incomodarle al propio Enzo. Fue en vano que lo inscribieran en equipos de fútbol, natación, kárate y otra media docena más de actividades complementarias para que se viera sometido a mayor trato o interacción con más niños de su edad, o que compartiera, al menos, con algún amigo afín, aunque fuera sólo uno.
Por su parte Mario, su papá, estaba muy orgulloso de su aplomo, a pesar de sus cortos 9 años. A veces sí le preocupaba su silencio y análisis constante de todo lo que le circunda. Esto no podía ser normal para un niño. De cualquier manera, aunque le preocupaba, su natural espíritu competitivo y un tanto infantil -el de Mario-, hacía que soslayara sus preocupaciones porque le permitía presumir con sus amigos de que su hijo era casi un superdotado y los hijos de sus amigos eran críos normales, con aptitudes normales y juegos pueriles.
En realidad, los amigos de Mario, en lugar de que sintieran que sus hijos estaban en desventaja con respecto de Enzo, terminaban quitándole la competitividad y acabando con su buen ánimo al decirle que, en realidad, lo que para él era un orgullo, a ellos les parecía algo de lo que se debería ocupar, porque, como le decían: - Es que, y nos vas a perdonar, Enzo, es bastante... como extraño... Esto, obviamente, dejaba preocupado a Mario, sin embargo, eran su espíritu competitivo y su orgullo los que en realidad salían golpeados.
Todo esto tenía sin cuidado a Enzo, quien, a pesar de su particular manera de ser, siempre lograba calar, cuando él quería, en los grupos que él quería. Cada idea suya era aceptada por el resto de la "muchachada" y siempre les parecía que sus ideas eran las mejores, sus juegos, al final de cuentas eran los más entretenidos y divertidos y terminaba captando más atención de lo que se pensaba.
Una tarde de juegos, los chicos estaban harto aburridos, a alguien se le ocurrió llamarlo para jugar. Pues se convirtió entonces en la mejor tarde de juego. Y siempre ocurría igual cuando participaba.
Enzo era el típico niño de cualquier familia: su concepción fue planifica y preparada; nació el 04 de junio de 1.912, en el hospital de la ciudad, sin complicaciones, con un estado de salud óptimo, con la estatura y peso promedios para un varón neonato. Nada fuera de lo común. Fue, durante sus primeros meses de vida, un bebé más bien muy tranquilo en comparación con sus hermanos. Gianna siempre tenía la sensación de que Enzo le entendía a cabalidad lo que ella le decía, a diferencia de sus otros hijos, o como cualquier niño. Cuando Gianna le decía: - A ver Enzo, vamos a darte tu tetero... Enzo la miraba y casi parecía decirle a su mamá que le esperaba. Luego demostró precocidad en el desarrollo del habla: a los siete meses ya pronunciaba mamá, papá, tetero y varias otras frases más.
En la escuela, Enzo parecía no tener que esforzarse en lo más mínimo para sacar adelante sus asignaciones escolares. Todos los deberes eran cumplidos con una puntualidad y pulcritud insuperables. Era ya habitual que Gianna no se preocupara de los deberes de él, no así con sus hermanos, los que eran bastante dispersos, poco prestos a realizar los deberes sin que Gianna les ejerciera la presión que siempre les debía aplicar para alcanzar hacer los deberes escolares de casa. Esto hacía resurgir los sentimientos encontrados de su mamá, que, no pocas veces se sentía que no era importante en la vida de su hijito menor. Enzo notaba esto y en su perspicacia adelantada para su edad, en algunas oportunidades, deliberadamente hacía algo mal, y se lo comunicaba a su mamá para que esta lo "ayudara".
Mario y Gianna, en una noche cualquiera, conversaban de los temas de casa, los proyectos y los niños. Trazaban líneas de acción para alcanzar las metas de la familia y para evaluar cómo iban las cosas. Era, de entrada, lo trivial: el pago de la hipoteca; el pago del auto nuevo; la reparación del parque del de los chicos... - Y ya que hablamos de los chicos, comentó Mario, esto es un poco incómodo, peroooo... ¿Quién de tu familia era así como es Enzo?... Ante esta interrogante un tanto acusadora, Gianna viró su cabeza violentamente, clavando su mirada en los ojos de su marido: - ¿Me explicas a qué te refieres al decir "como es Enzo..."? Mario, un poco temeroso de la reacción de su esposa, y para tratar de atenuar su zahiriente comentario le dijo: - Cariño, no es que tenga nada malo, es que, como ya lo hemos conversado, él es bastante distinto al resto de nosotros, y pues, en mi familia nadie es así. Es por eso que pregunto si alguno de tu familia sí lo era... Y abrazándola con ternura -y mucho de disimulo- trató de soslayar la situación que él mismo había creado. Pero Gianna no estaba a gusto ni un poco, con lo que había insinuado su esposo -tal vez porque guardaba algo de cierto-. Esto causó que la conversación terminara en un incómodo silencio.
A la mañana siguiente, Gianna, aún molesta con la escena de la noche anterior, se decía a sí misma que su hijo era perfectamente normal. Él no es diferente a los demás chicos. Aunque, reconocía que, tampoco era tan igual... Es más, tal vez sí era un poco diferente. Bueno, está bien, Enzo es muy distinto a todos los niños que ella conoce o ha conocido. Y en cuanto a lo dicho por Mario, no le faltaba sentido, porque, en la familia de él, todos eran ganados hacia el deporte o las interminables juergas. Haciendo un poco de memoria, en su familia estaba su abuelo y su padre, quienes eran personas reservadas y profundas y, haciendo un ejercicio de honestidad rotunda, eran un tanto misteriosos, de mirada penetrante y una voz que hacía retumbar los oídos de los presentes: ronca, áspera, bronca, pero de gran corazón y muy espirituales.
Habían pasado ya algunos días de aquellas especulaciones de Gianna con respecto a su árbol genealógico. Se acercaban los días de navidad y eso los tenía bastante entretenidos. La compra de los adornos, la compra de las provisiones para la cena de navidad, la compra de los presentes para la familia de Mario, para la familia de Gianna, la compra de los obsequios de los chicos... Los chicos... ¿Qué querrá Enzo ahora este año? era la pregunta que se hacía...
El año anterior había pedido un calidoscopio. En su cumpleaños pidió un espectómetro -¿Qué padre puede saber lo que es un espectómetro, por Dios?-. Este año, probablemente pediría un viaje a Marte.
Con la misión de adentrarse de una vez en ese extraño mundo de Enzo, Gianna le encargó a Mario que conversara con él y le preguntara qué le interesaba para el regalo de navidad de este año. Mario, para tal fin, organizó una salida de "los hombres de la casa": una tarde de ir a ver un partido de fútbol universitario en el estadio local, al salir, algunos helados, golosinas y, ya en un ambiente distendido y de apertura, los chicos le dirían lo que querían para esta navidad.
En efecto, todos se prepararon y salieron. Estadio, fútbol, helados y mucha conversación. Luego de esta receta, Mario comenzó a preguntar a cada uno sus deseos: - Yo quiero una nueva bicicleta, dijo uno. - Yo un móvil nuevo, dijo el otro y, bueno... Ya sabemos quién faltaba: - Papá, yo quiero la Biblia y El Corán. ¡¡¡PLUUUUFFFF!!! Mario trató de no caer de bruces e hizo el esfuerzo de entender un poco mejor lo dicho, pero Enzo corroboró: La Biblia y El Corán. Mario desconcertado y consternado pensó para sí: - Qué hice en mi vida pasada para tener un hijo así...
Llegó la navidad y los chicos comenzaron a abrir sus presentes: Una nueva bicicleta. Un nuevo móvil para la habitación y... Una patineta para Enzo. La recibió, lo agradeció genuinamente y se retiró a su habitación. A la mañana siguiente, "la muchachada" estaba encantada de que le prestasen la patineta para jugar. Nada parecía importunar a Enzo, nada.
Para el año nuevo, recibirían la visita de los padres del Gianna, exactamente el 02 de enero.
Ese día, llegaron puntual, como lo habían acordado, a las 10 en punto de la mañana. Por la distancia que separaba a Gianna de su familia, hacía al menos unos 15 años que no se visitaban. Sus padres estaban expectantes puesto que tan solo conocían a uno de sus nietos, y al menor, al pequeño Enzo, aún no lo conocían. Eso los tenía emocionados. Eran abuelos consentidores y necesitaban el objeto de su cariño.
Anna, la madre de Gianna, era una elegante abuela: ropa en perfecta combinación, bolso de mano nada altisonante, su cabello bien arreglado y metido dentro de su sombrero. Por su parte, el abuelo Armando, era reservado, misterioso y muy profundo.
Terminando de entrar los abuelos, comenzaron a presentarle a los niños. Todos estaban muy alegres: hijos, abuelos, padres. Entre Enzo y el abuelo se dio una conexión inmediata. Armando, el abuelo, sentía que el menor de sus nietos era parte de su vida entera y tan solo lo estaba conociendo. Al día siguiente, Armando le indicó al niño: - ¿A ver, me enseñas el vecindario? - Claro abuelo. Caminemos y te ire enseñando todo.
Los 2 salieron a caminar. El niño se sentía muy cómodo en presencia de su abuelo. Conversaban alegremente y de muchas cosas. Le comentaba los sitios donde juagaba, dónde quedaban los árboles con las mejores manzanas, las más frescas y jugosas, cuáles eran las casas de sus amigos, el arroyo. Su conexión se hizo sólida y eterna en ese corto espacio de tiempo.
Cuando volvieron a casa, Armando le comentó a Anna y a Gianna lo especial que le resultaba ese ser tan increíble que era su nieto Enzo. Decía: - Todos son grandes chicos, pero él, Enzo, tiene algo que no sé cómo definir, pero lo hace diferente. Gianna lo miró con ternura y pensó para ella: Enzo es diferente, igual a tí, particular, único y misterioso.
Los días pasaron rápidamente y se dio el momento en que los abuelos debían regresar a su casa. Se hizo un especial almuerzo y se compartió en un ambiente muy especial, cargado de nostalgia y cariño. Cuando ya se disponían a salir, el abuelo Armando llamó aparte a Enzo. Le dio un pequeño regalo: era una pequeña bolsa de terciopelo verde, no más grande que la pequeña manita del niño. Su contenido no se podía apreciar. Le dijo: - Esto nos mantendrá conectados. No la abras, hasta que sea el momento, y solo tú determinarás cuándo lo es. Cada vez que quieras conectar conmigo, frota la pequeña bolsa y, te prometo, estaremos conectados. Ambos se abrazaron cual si fueran viejos amigos y se estrecharon las manos, como cerrando un pacto.
Esa visita fue impactante para el niño, y aún mas para el abuelo, quien, 3 días luego de su visita, fallecía apaciblemente en su cama. En la noche previa a su fallecimiento, cenó frugalmente, como era su costumbre. Tomó un pequeño trago de Bourbon, como de costumbre y, nada lo alteraba ni lo hacía parecer que sufriera algún malestar, también, como de costumbre. Se despidió de Anna, amoroso y con el aire de impasibilidad que siempre lo caracterizó, se arropó y se quedó dormido.
La noticia llegó muy rápido a casa de Gianna y Mario. Casi todos estaban muy tristes en casa. Solo Enzo estaba extrañamente en paz. Su familia lloraba, estaban muy tristes, pero él los veía y no decía nada. Observaba, oía, sentado entre el tercer y cuarto escalón de las escaleras que conducen al segundo piso de la vivienda familiar, cual si fuera un director de cine. Su madre, muy consternada, dolida y molesta por la actitud de quien hacía pocos días había hecho una "supuesta" conexión especial con el abuelo Armando, no podía comprender su apacibilidad. Pero el llanto y el dolor no la dejaban pensar con claridad, así que decidió no decirle nada al chico.
La familia, entre la consternación y el llanto comenzó a prepararse para emprender el largo viaje a la casa de los abuelos, que quedaba a 5 horas de camino, para apoyar a la abuela Anna y darle el adiós a Armando. En el proceso, Enzo, cuando su madre Gianna, le ayudaba a preparar su equipaje y la ropa del viaje, la tomó del brazo y con una increíble sensibilidad y una ternura infinita, le dijo:
-No te preocupes, tu papá, mi abuelo Armando, está muy bien. Él terminó su labor y siguió su camino a otros lugares donde también le necesitan. Tú siempre serás su niña mimada y la única que, para toda la eternidad, le hará sonreír como más nadie lo sabía lograr. Quiero que te sientas bien, porque el abuelo te ama y eso no se rompe con la partida física.
Gianna sentía escalofríos. No comprendía a fondo las palabras de un niño de algo más de 9 años. No sabía qué sentir, ni cómo reaccionar. Ese nivel de intimidad lo conocían solo Armando y ella. No entendía cómo su papá le habría podido comentar eso a su hijo. Su papá no era un hombre al que le gustara expresar sus emociones y menos comentarlas con un niño. Estaba consternada. Atinó a abrazar a su pequeño y besarlo infinitamente diciéndole que lo amaba. Los preparativos terminaban de alistarse y todos se subieron al auto para marchar a casa de los abuelos.
Durante el camino Gianna le comentaba a Mario el episodio con Enzo antes de la partida. Mario, aunque sorprendido, era un tipo medio superficial y no le prestaba atención profunda a muchas cosas, así que esto tampoco lo impresionó demasiado. El trayecto se hacía lento y pesado por la expectativa y el deseo de llegar cuanto antes. Pasadas un par de horas, el pequeño Enzo le dijo a su padre:
-Mario, escríbele a tu madre. Ella también se va a acompañar a tu padre... Con estas palabras, Mario casi pierde el control del auto. La voz del niño había cambiado, se había vuelto muy engolada, muy ronca. Su expresión facial era transfigurada. Ahora sí la superficialidad de Mario se esfumó. Su rostro se tornó blanco como la nieve y su habitual puerilidad se fue por la ventana con las primeras palabras pronunciadas por el niño, o más bien, a través del niño. fue tal la impresión que tuvieron que parar por espacio de una hora, mientras Mario y Gianna se recuperaban de la impresión.
Luego de esa necesaria parada, el silencio se apoderó de la familia que viajaba en el auto. Tanto así que todos los chicos se durmieron. Cuando Mario y Gianna se sintieron en cierto grado de privacidad ante la siesta de los chicos, conversaron sobre las cosas que decía Enzo. ¿Será que está enloqueciendo? -Decía Mario- Eso no puede ser cierto, le replicó Gianna, no está loco, pues, a mi, lo que me dijo en casa, es algo que solo lo sabíamos papá y yo. Lo cierto es que vamos a llegar a casa de mis padres y luego, iremos a casa de tu madre, comentó Gianna a Mario. -Eso que dijo el niño, no es para tomarlo ligero. Por las dudas, y ya que nos queda muy cerca de casa de mamá, pasaremos luego a ver a la tuya.
Al poco tiempo de esto, se volvió a hacer el silencio entre ellos hasta que llegaron a casas de Anna. Ella estaba triste, pero satisfecha -según decía ella misma-. -Él siempre fue una persona misteriosa, incluso conmigo. Y eso siempre me atrajo de él, un hombre enigmático. Aunque confieso que en no pocas oportunidades me daba mucho qué hacer su excesivo silencio, a pesar de eso, siempre fue especial conmigo y fue mi gran compañero. Siempre me preparó para este momento. Siempre me dijo que no debíamos amar las formas, ni la presencia. Debíamos amar la esencia. Y eso, fue eso lo que más amé de él: su esencia -en este punto, el llanto le quebró la voz-. Gianna la abrazó y permanecieron así un momento muy íntimo y especial.
Ya en la casa de los padres de Gianna, y después de que cumplieron los protocolos que dicta un acontecimiento tan triste, partieron rumbo a la casa materna de Mario. Allí encontraron a su madre, otrora una mujer inmarcesible, un poco estropeada. Había estado padeciendo de fuertes alergias y agotamiento constante. Ella comentó que estuvo donde el doctor y este le había recomendado mucho descanso y un cóctel de vitaminas. Ya la mujer se veía en el ocaso de la vida. Mario y Gianna recordaron las palabras de Enzo y se quedaron anonadados. Definitivamente el chico podía ver más allá de lo que los demás percibían.
Al cabo de pasar tres días en la ciudad que los vió crecer, volvieron a casa. Mario, un poco imprudente le preguntó sin ambages a Enzo: - Enzo, ¿Cómo es que sabías todo lo que nos dijiste de camino a casa de los abuelos? ¿Cómo es que sabías de la condición de mi madre? El chico le respondió:
-Papá, desde hace mucho me visita un señor que no conozco, pero que me demostró que no me haría daño. Al principio me daba miedo, pero conversando con él me dí cuenta que me quería y me cuidaba. Mario lo interrumpió, - ¿Y por qué lo dejaste pasar? ¿Cómo es que tu mamá no sabe nada? ¡ESO ES MUY PELIGROSO! ¡YA MISMO VOY A LLAMAR A LA POLICÍA! Pero Enzo lo tranquilizó diciendo:
-Papá, no me entiendas mal... Ese señor que me visita, no es como nosotros. Él aparece cuando quiere y desaparece luego de hablar conmigo. No es malo... Mario estaba frío y confundido. - ¿Pero cómo lo conociste? ¿Cómo llegó hasta tí? No comprendo nada... Enzo, con mucha tranquilidad le dijo, - ¿Recuerdas cuando vino el abuelo Armando? Mario asintió con la cabeza. - Bueno, él me explicó que él sabía de esas visitas y me dijo que ese señor siempre lo había acompañado a él y que en todo momento lo había llevado a hacer lo que era correcto y necesario para su bien y el de todos. Luego me dió la pequeña bolsita de terciopelo verde -le dijo señalándola sobre la mesa de la habitación-, y me dijo que no la abriera hasta que yo supiera que era el momento. Cuando el abuelo murió, supe que ese era el momento de abrirla. En ella había un par de aves de oro, como unas golondrinas, con sus alas desplegadas, unidas por sus picos. Cuando la abrí, al verlas, una lágrima calló en una de ellas y desapareció.
El señor que me visitaba, continuó Enzo, esta vez me comentó: Enzo, ahora eres tú el guardián de la familia. Siempre te cuidaré a tí y a todos... Supe de inmediato que se trataba de mi Abuelo Armando. Me dijo también que, cuando llegara el momento oportuno, conseguiría a otro guardián y se regeneraría una nueva golondrina en el dige para que, cuando me toque mi momento de partir, la entregue. En el mundo, todos estamos rodeados de guardianes silenciosos papá. No temas...
Pasó mucho tiempo luego de estas revelaciones.
Enzo se había recibido de médico, especializado en cardiología. Siempre fue así: presto para ayudar a otros a vivir, a mantener la salud y a ser luz en cada vida que tocaba.
Un buen día, fue invitado por su nieto a conocer al hijo de este. Enzo contaba ya con ciento tres años, pero se mantenía fuerte como un roble y lúcido como ninguno.
Cuando llegó a casa de su nieto, le presentaron a su tataranieto, de diez años, quien llevaba por nombre Armando. Enzo entonces, le pidió que le enseñara el vecindario. En el transcurso del paseo, Enzo le regaló a su tátaranieto una peculiar bolsita de terciopelo verde muy bien cerrada, y con el regalo le advirtió: la abrirás cuando sea el momento oportuno, y tú solo sabrás cuándo será...
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Hola @nanodj , buen post , (la abrirás cuando sea el momento oportuno, y tú solo sabrás cuándo será... )esta parte me hace pensar que no esperará al momento oportuno , nosotros los seres humanos somos curiosos por naturaleza ,bueno yo no esperaría :)
Qué bueno que te haya gustado.
Me hace gracia lo que dices,jajaja... Somos curiosos por naturaleza. Es muy cierto, suelo ser igual, jajaja. Gracias por tu lectura y tu comentario.
Te deseo una feliz noche y muchas bendiciones