Spanish Freewrite. Mensaje diario de 5 minutos: "Juan Descalzo"

in Freewriters4 years ago
Nadie había caminado más que Juan Descalzo por aquellos parajes que rodeaban al pueblo. Nunca se detenía; quien necesitaba algo con urgencia, en seguida lo llamaba porque sabía, con una seguridad despampanante, que no había otra forma de hacerlo más rápido. Su empecinamiento y sus ganas de servirles a los demás, le habían creado fama de buen muchacho entre todos los vecinos. Su última proeza fue, hace apenas una semana, cuando salvó a Doña Eloína del virus terrible que se ha instalado en el mundo entero y no deja en paz a nadie.

La fiebre, la tos y ese ahogo que ya parecía que se quedaba en el intento por volver a respirar, tenían a Doña Eloína postrada en una cama sin poder hacer nada. Ambrosio Rojas, su marido, con la desesperación en el rostro, ya no hallaba qué menjurje darle para que mejorara, pero nada le prestaba. Fue entonces que, como mandado por Dios, pasó por el camino un viejo yerbatero que venía de San José del Paraíso y le dijo que la única forma de que su mujer se recuperara era haciéndole un guarapo de sábila con berro ‘e sapo. Lo único malo era que en el patio de su rancho había casi todos los vegetales medicinales, menos aquellos dos. La angustia de Ambrosio llegó hasta donde no podía más, porque en el último acceso de tos que tuvo Doña Eloína, el ahogo le agotó el aire de los pulmones y quedó completamente desmadejada, con apenas un suspiro delgadísimo de respiración… En ese momento apareció Juan descalzo.

En cuanto se enteró de lo que necesitaba la enferma para mejorarse, cogió camino hacia un cerro denominado Rincón Frío. Ojalá te dé tiempo, mijo, le dijo Ambrosio que estaba consciente de que el sendero era largo y empinado; en seguida vuelvo, ya usted verá, le dijo Juan Descalzo, mientras partía con sus largos trancos a cumplir con su misión. En menos de media hora estaba de regreso con varias pencas de sábila y berro ‘e sapo suficiente para curar a un ejército, y traía también los pies calzados con unas botas altas, casi nuevas, que le cubrían toda la pantorrilla, pero en los primeros momentos nadie se dio cuenta de este último detalle. Doña Eloína se tomó la cocción que le dio, poco a poco, su marido y en seguida comenzó a estabilizarse su respiración, la fiebre bajó hasta desaparecer por completo y se observaba cierta tranquilidad en todo su cuerpo. A partir de ese instante fue que Ambrosio también se relajó y una luz de esperanza apareció en su rostro… Y reparó, al fin, que Juan Descalzo no estaba descalzo, sino que ostentaba unas botas imponentes que le aportaba otro aspecto a su figura. ¿Y esas botas? le preguntó intrigado al buen muchacho. Me las encontré al pie de una mata de ceiba altísima antes de subir el cerro, contestó él; vi para todos lados a ver si tenían dueño, pero nadie andaba por esos parajes; si no las encuentro no hubiera llegado tan rápido porque la lluvia dañó todos esos caminos. Esa te las mandó Dios, aseguró Ambrosio persignándose.

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Excelente relato, muy bien logrado el tema. Me gustó mucho la parte:
Fue entonces que, como mandado por Dios, pasó por el camino un viejo yerbatero que venía de San José del Paraíso y le dijo que la única forma de que su mujer se recuperara era haciéndole un guarapo de sábila con berro ‘e sapo. Lo único malo era que en el patio de su rancho había casi todos los vegetales medicinales, menos aquellos dos.
Creo que me enganchó, ja, ja, ja. Saludos.

Gracias por su comentario. Me alegra que el relato le haya gustado. Es agradable saber eso y nos motiva a seguir escribiendo.

Un relato corto y bien logrado sobre la bondad humana, tenemos mucho que aprender de los "Juan descalzos"

Así es. Debemos tomar el ejemplo de Juan Descalzo. Gracias por leer y comentar. Es agradable saber su opinión sobre esto.