Ese día estaba escribiendo en mi computadora, la boca me apestaba por haber desayunado pescado y había recibido hacía dos semanas la noticia puñal. “Mano de obra no calificada” fue la miserable razón de mi despido, -vaya destino- me dije. Pero mi mente estaba divagando en otra cosa, en que no tenía dinero, en que quería ser independiente y en la vieja que me había alquilado la habitación.
La mujer cara de pescado no la soportaba, era tan hipócrita, mostraba una sonrisa de mentira y luego hablaba pestes al darse la vuelta, finalmente harto de los revoloteos de mi mente llegó un punto donde me dije, - ya no más, debo poner en orden las cosas-.
-Nadie la extrañará, no tiene familiares vivos-. Me repetía todo el tiempo para darme ánimos y no titubeara en lo que iba a hacer a continuación.
Sabía donde estaba, en la iglesia a unas 2 cuadras de la residencia, sí, ese sitio de mala muerte donde los muertos en vida van a chismosear y mentir, mentiras putrefactas como el olor que había en mi boca.
Salí de mi guarida para ir a la cocina, no se porqué en ese momento pensé en que la escritura me salvaría más adelante, supongo que eso me dio el valor para tomar un cuchillo y ver en el reflejo de su hoja mi piel blanca, casi sin vida.
Pese a que el tiempo iba lento llegaron las 11am, -ya vendrá- me dije, ¿cuándo lo hago? ¿cuándo entre? ¿cuándo esté sentada? ¿cuándo este a mis espaldas? De repente mi mente se calló y me dije que era una idea inútil. -si tan solo pudiese quedarme con esta casa- tristemente me dije.
De repente volví a poner el cuchillo en su gaveta y en la comisura de mis labios se esbozó una sonrisa angelical, una felicidad apenas comparable cuando tomo dos sorbos de ese ron de Dioses.
Al leer el título de un periódico sobre el mesón; “Virus vuela por la ciudad, viejitos están en la guillotina”, sabía que un germen vengador andaba suelto y despojaba de sus bienes a esos hipócritas que tenían más que los “no calificados”.