La olla era inmensa, de esas que llamaban en casa "cuartelera", porque ahí podían preparar comida para un batallón. Era la que se ponía en el fogón cada vez que había una reunioncita. Mientras la guardaba recordé la última vez que la usamos: mi abuela la había montado con un guisado de pollo que parecía más un asopado. Los olores tenían inundada la casa que estaba llena de mis amigos del liceo. Mamá me dijo que me pasé de la raya porque vinieron cerca de 30 personas. Lo que me salvó (o eso pensé al principio) es que no vinieron con las manos vacías, sino que trajeron varios pollos, papas, arroz, refrescos y chucherías; de haber llegado con las manos vacías, mamá los hubiera echado a escobazos y a mí me castiga por un año entero (hubiera sido mejor eso que lo que pasó después).
El plan original era una salida a la playa (a la que por cierto yo no iba porque reprobé química y no me dieron permiso), iban a una playa rocosa que estaba de moda en ese momento, pero el bus que alquilaron para el viaje se averió y fueron a parar todos en mi casa, que era la única con un patio lo bastante grande.
Estaba observando a la abuela mover el guiso y sacar una cucharada para probar si ya estaba listo, cuando de repente—¡Zas!—la dentadura postiza de la abuela fue a parar dentro de la olla. Todo pasó tan rápido que no estoy muy seguro de como pasó. A ella, parecía que se le iban a salir los ojos del terror, así que corrí a su lado. Nadie más parecía haberse percatado del accidente. Empezamos a remover el guiso, pero entre la salsa, las papas, los aliños y las presas de pollo, no se podía identificar la dentadura.
Mi mamá se acercó a preguntar si todo estaba listo y ninguno de los dos se atrevió a decir nada. Ya estaba de mal humor por aquella invasión, para qué empeorar las cosas (al menos eso pensamos en ese momento). Mejor ponernos a servir la comida y quizá así la encontraríamos por el camino. Nos pusimos a servir.
La mitad de aquel guiso se repartió sin que aparecieran los dientes de mi abuela; los nervios no me dejaron probar bocado; sin embargo, la abuela, a pesar de no llevar sus dientes, se chupó hasta los huesos. Un grito repentino nos alertó de que algo andaba mal y entonces lo vimos: mi mamá sostenía entre sus dedos los dientes de la abuela, los miraba con asco y rabia al mismo tiempo. Estaba como paralizada y yo sí que estaba paralizado, pensaba cómo era posible que le hubieran caído precisamente a ella, pero entonces recordé que ella misma se sirvió un segundo plato.
Los gritos de horror de mis compañeras se mezclaron con las risas de mis compañeros y vi la furia de mi mamá crecer en sus ojos. Era hombre muerto. Está de más que les diga que en ese instante se acabó la fiesta, además estoy castigado hasta el fin de los tiempos y menos mal que voy en el último año de bachillerato porque no soportaría un año más de burlas en el colegio.
acá el link a la convocatoriaEsta es mi participación de esta semana para: "Cuentame una historia". Me divertí muchisimo creando esta escena, por eso invito a @nancybriti1 y @felixmarranz a que nos cuenten una historia ellos tambien. Les dejo
Imagenes de mi autoria, tomadas con telefono Redmi 9a
Disfruté mucho tu historia. Te atrapa desde el primer momento. Gracias por compartir.
Gracias! Me encanta que te gustara, me motiva a continuar esforzándome por mejorar mis textos. Un abrazo!
No sé si aceptar el reto, pero recibe mis aplausos @isauris, por tu gran imaginación.