Asomándose por la ventana de un restaurante de lujo, un anciano es sorprendido por un guardia de seguridad. Sin decirle nada, el guardia pide refuerzos por la radio como si un delincuente peligroso hubiera cometido un crimen. El anciano no dice nada, desdobla el periódico que traía bajo el brazo, se recarga en el dintel de la puerta ignorando la presencia del uniformado. Este al ver que el anciano no se inmuta lo observa fijamente. El anciano da la vuelta al periódico que traía, luego observa la hora. Un minuto para las 7 de la mañana marca el reloj. El encargado del restaurante abre las puertas saludando al anciano que esperaba por el almuerzo. Unos minutos más tarde el uniformado observa al anciano a través de la ventana. El anciano solo continúa almorzando sin decir una palabra.
Cerca de ahí, uno de los meseros que observó todo, se acerca a uno de los cocineros.
Otro en su lugar se hubiera molestado, no crees.
No, la verdad no lo creo, contesta el cocinero. Más bien Creo que cada quien estaba en lo suyo. Lo que pasa es que tal vez el narrador tenía una opinión sesgada.
Historia corta y pintura