Pronto los arboles fueron escaciando hasta que dieron espacio a pastizales y pequeñas lagunas. «Estoy cerca» pensó.
Vio aves de colores brillantes, de patas largas y picos grandes, así como muchos insectos voladores de diferentes tamaños. Plantas que le llegaban hasta los tobillos y otras que sobrepasaban su altura. Las lagunas se hicieron más frecuentes hasta que no tuvo otra opción más que atravesarlas. Algunas solo la cubrían hasta las pantorrillas, otras la dejaron empapada hasta la cintura.
Luego de atravesar una gran aglomeración de hierba alta, vio la choza de caña tal como la describían: hecha de palos y ramas de caña amarilla sobre una isla en medio de una laguna rodeada por hierbas altas. A su alrededor habían ramas de cañas apiladas formando pequeños montones aquí y allá.
Se metió al agua y se acercó poco a poco provocando ondulaciones en la superficie.
Cuando salió de la laguna, el sonido de un chapuzón la hizo voltearse, pero no vio nada. Cuando regresó la mirada a la choza, vio a una vieja en la entrada. Le provocó un salto del susto.
–Pe..perdón señora –Dijo nerviosa.
–No te disculpes niña. –Respondió la vieja–. Te estaba esperando.
–¿Es...es usted la... madre de los waca..wata..wacataos? –Preguntó titubeante.
–Esa misma.
–He..he escuchado que me podría ayudar. He huido de.. mi casa, creo que está creciendo un bebé dentro de mi y... si mi familia se entera, seré una deshonra y...
–Tranquila niña. –Interrumpió la vieja–. Ya lo sé.
–¿Lo sabe?
La vieja asintió con expresión maternal. Un movimiento a un lado de la choza llamó la atención de la chica. Se trataba de un niño chorreando agua.
–¿Quién es él?
–Ah, el pobrecillo. Su aldea fue atacada y se está quedando conmigo. Es algo tímido –sonrió–. ¿Quieres algo de beber?
Comió y bebió lo que le ofreció la vieja. El resto de la tarde descansó y se bañó en el estanque con plantas para quitarse impurezas. El niño la observaba, y por más que trató de sacarle algunas palabras; no lo consiguió.
Pasó la noche dentro de la choza. Las paredes y el techo estaban adornados con plumas y picos de las aves que vio esa mañana. Cuando abrió los ojos al amanecer se encontró con el niño observándola, pero esta vez, su cara brillaba de felicidad.
–Tu vas a ser mi madre.
–¿Cómo? –Respondió confundida.
–Al otro lado. –Dejó escapar una risita.
En ese momento apareció la vieja sosteniendo una taza con ambas manos.
–Esta es la solución a tus problemas –se arrodilló a su lado–. Bébelo.
–¿Qué es eso? –Miró extrañada el contenido de la taza.
–El remedio. Agua de plantas especiales.
La chica bebió. No tenía sabor u olor alguno. Salió de la choza y cayó de rodillas. El dolor era asfixiante.
–Se está riendo. –Dijo el niño.
–Está feliz de que ya van a partir. –Respondió la vieja entre risas– Ahora es tu turno niño, bebe el agua mágica.
Bebió. El niño se dirigió al cuerpo de la chica. Le dio un beso en la frente y se acostó a su lado. El agua subió hasta cubrir los cuerpos y cuando retrocedió, se llevó los regalos de la vieja.
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