Puede que escribir sirviera para pagar la hipoteca y los estudios de los niños, pero eso era aparte. Yo he escrito porque me hacía vibrar. Por el simple gozo de hacerlo. Y el que disfruta puede pasarse la vida escribiendo. Ha habido momentos de mi vida en que escribir ha sido como un pequeño acto de fe, como escupirle a la cara a la desesperación.
Escribir no es cuestión de ganar dinero, hacerse famoso, ligar mucho ni hacer amistades. En último término, se trata de enriquecer las vidas de las personas que leen lo que haces.
Stephen King
LA LITERATURA EN LOS SIGLOS XX Y XXI
Asimismo, en el siglo XX se considera la literatura como una gran tradición histórica que abarca desde Homero, pasando por Dante, Shakespeare, Cervantes, Flaubert hasta manifestaciones más contemporáneas como Roberto Bolaño o Stephen King. Lo que cuenta la literatura se entiende en el siglo XX como mitos de la experiencia humana del mundo y del yo, y se conciben como preciadas posesiones de la cultura, en el supuesto de que son proposiciones universales de una razón humana esencial y fija. En ese sentido, imaginación, creatividad, estilo, mito, entre otros asociados, son términos claves para apreciar la literatura.
En el siglo XXI la experiencia lectora empieza a ser recategorizada por la influencia de la electrónica en combinación con las nuevas tecnologías, de ese modo, el siglo se inicia con la amenaza de la recategorización del concepto de literatura, la amenaza de la desaparición del libro y, al mismo tiempo, con la publicación masiva de libros como nunca antes en la historia. La literatura, en el inicio de este siglo, se enfrenta, debido al avance tecnológico, a una era totalmente audiovisual.
El cine y la tv, desde finales del siglo XX, han venido sustituyendo a la literatura, lo que supuso en un momento la desaparición del concepto de literatura, que tiene que ver más con una actitud, comunicativa fundamentalmente, que con libros de por sí. En ese sentido, en vez de literatura, podría ser más preciso hablar de medios audiovisuales, medios electrónicos o, todavía mejor, ciberliteratura.
Desde hace al menos treinta años se viene discutiendo en el mundo académico y cultural en general el destino del libro y la literatura. Y es lógico que de un tiempo a esta parte se haya convertido en una preocupación para el mundo intelectual considerando lo esplendoroso que ha sido, en nuestra era, el desarrollo del mundo de las tecnologías, en particular la computadora y la internet.
Generalmente, a lo largo de su historia el hombre ha propiciado la elaboración de las tecnologías, entendida, en la concepción de Marshal McLuhan (1969), como extensiones de nuestros propios cuerpos, de nuestros sentidos, lo que implica un encadenamiento de consecuencias psíquicas y sociales, ya que toda tecnología tiende a crear un nuevo contorno para los seres humanos.
En nuestra era, la galaxia Internet, es la síntesis, de un modo simbólico pero también literal, entre la imprenta y la computadora. El internet, además, abarca e implica todas las tecnologías anteriores, sus mejoras, de un modo sofisticado.
Sin embargo, hay voces que temen los cambios que implican estos avances tecnológicos. Como David Nicholas, profesor e investigador del University College de Londres, para quien los adolescentes están perdiendo la capacidad de leer textos largos y de concentrarse en la tarea absorbente de leer un libro. O para Sven Birkerts, quien es pesimista acerca del futuro de la lectura en la era electrónica, pues sostiene que las nuevas tecnologías pueden estar distorsionando nuestra condición humana, fragmentando nuestra identidad, erosionando la profundidad de nuestra conciencia.
No obstante, es posible mirar la situación con otra perspectiva y no ver en las nuevas tecnologías la muerte de la cultura y la literatura sino evaluar en qué medida las altera, ya que, como sabemos, la Humanidad se caracteriza por su capacidad asimiladora en lo referente a las nuevas tecnologías. Ahora mismo, por ejemplo, existen experimentaciones del tipo bibliotecas de modalidad mixta, donde conviven libros digitales y físicos.
Desde esta óptica, Umberto Eco percibe un sincretismo cuando se proyectan imágenes adornadas de números y letra. Asimismo, Janet Murray ve en la experiencia de los videojuegos la posibilidad de narrar y construir historias; así justifica esa asociación en el fundamento lúdico del arte, de la literatura, de la ficción y la “voluntaria suspensión del descreimiento”, explícito tanto en Schiller como en Coleridge.
También Neil Postman concibe en que si la imprenta creó nuevas formas de literatura cuando sustituyó al manuscrito, es posible que la escritura electrónica haga otro tanto. En ese sentido, Darío Villanueva precisa que tres son los géneros principales que se van configurando en el universo de la ciberliteratura. El ciberdrama; la narrativa hipertextual, compuesta por diferentes relatos conectados entre sí mediante enlaces que pueden incluir, incluso, elementos multimedia como el sonido, la imagen fija o la cinemática; y la ciberpoesía, poesía electrónica o poesía digital que como ocurría ya con los caligramas, se adentran en el terreno del diseño gráfico o el arte visual.
De manera que es posible suponer que el ciberespacio será capaz de integrar todos los procedimientos y recursos que los seres humanos han ido desarrollando a lo largo del tiempo (oralidad-escritura, manuscrito-impresión), para comunicarse intersubjetivamente, y para transmitir, en condiciones de fiables y operativas, el acervo de su conocimiento y de su productividad cultural, dimensión en la que la literatura sigue siendo un sustento irrenunciable.
Las variaciones de la cultura (en singular, para entenderla como un fenómeno humano y no particular) son , muchas veces, vistas como la expresión de una crisis. Los más dramáticos hablan de muerte, de las costumbres, de los valores, de los libros, de Dios, de la lectura...
Eso dice del apego al pasado y, lo que podría ser lo mismo, del miedo al futuro...
Yo creo que la gente, en general, lee ahora más que antes con los dispositivos electrónicos, si de lo que se trata es de cantidad de lectura, o de gente leyendo... (aunque me alarma un poco la actual tendencia a escribir con stikers). Lo de la profundidad y extensión es otro tema...
Efectivamente, coincido con usted, y me gusta mucho esa sintética expresión: la cultura como expresión de la crisis. Y justo por ser consecuencia de un proceso incierto (la crisis) es que se justifican los temores. En ese sentido, también parece cierto que se lee mucho más que antes, pero sin duda son otras las maneras de leer y eso, definitivamente, conducirá a otras maneras también de expresión. Nos guste o no. Muchos de esos cambios los estamos viendo pasar. Por cierto, tiene que ver con el epígrafe. Una de las razones de anteponer a King al texto es que hasta no hace mucho era considerado como un producto cultural popular, y ahora mismo, parece que le miramos con otros ojos.
Buen adelanto de la reflexión necesaria sobre estos dilemáticos aspectos actuales del libro, la literatura y la lectura. Saludos, @morey-lezama.
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Tu artículo concentra aspectos diversos de complejo tratamiento, sobre los que apuntas interesantes opiniones de otros o propias.
Efectivamente, siempre estaremos expuestos a los cambios y deberíamos estar abiertos a ellos. Ahora bien, no creo que porque sea futuro todo esté bien; creo que, sin tener una mirada pasadista, en el curso del devenir humano (más en esta etapa tan acelerada) hemos perdido muchas cosas.
No sé hasta dónde es verdad que hoy se lea mucho o más que antes. Cierto que se lee, ¿pero qué? Quizás estemos llegando a una concreción de la distopía de Fahrenheit 451 donde ya no hace falta quemar los libros, pues ya no existen, son solo un recuerdo (ojalá como en la novela-filme haya unos rebeldes que conserven la memoria de ellos).
Saludos, @morey-lezama.
Si deducimos por las actividades comunes que hacemos hoy y que tienen que ver con tecnologías (teléfono, tv, computadora, etc.) es fácil apreciar que sí se lee, pero efectivamente su pregunta tiene mucha validez: ¿qué se lee?
Yo apuesto por creer que a pesar de las voces agoreras existirá siempre una manera, podríamos llamarla de resistencia, que hará frente a todas esta embestida hacia lo cultural, su legado tradicional, y se erigirá de un modo permanente. Pensemos, por ejemplo, ya no en el libro en su condición física, sino en su carácter de transmisor cultural y en hallar cuánto de ello hay en lo que procuramos hacer en esta plataforma; digo, no sé, podríamos intentar pensar en esa mirada y esa posibilidad.