VI.Luna
El día ha sido agotador, cuando creía que por fin había terminado, el director viene y pide otro informe, nada de salir temprano. En estos días apenas puede darle calor a la casa, solo va a dormir, por eso a ratos se alegra de estar sola, su rutina no tiene espacio para nadie más. Una cita, una fiesta, simplemente es algo que no podría permitirse. En realidad este trabajo no es algo que le guste, pero entre el pago de la renta y los demás gastos no hay muchas opciones para elegir.
Una vez terminado el trabajo no tiene ganas de ir a casa, necesita cambiar de aires. Hay un café que le hace camino así que decide llegarse hasta allí, es un sitio bastante tranquilo, ponen buena música y además preparan un excelente cappuccino. Es hipnotizante revolver la canela
sobre la espuma hasta que va tomando la forma de un espiral, de sólo imaginarlo Luna apura el paso.
La tarde expira sus últimas luces y como por capricho el clima comienza a volverse húmedo, el asfalto se va estampando con la llovizna que es muy fina y no molesta, por el contrario, refresca, se siente bien.
En el bolso suena el teléfono, es Lucy.
– Dime pelúa, voy camino del café Paris, a ver si desconecto.
– Uf me encanta ese sitio, pide el cappuccino. – ¡Obvio!
–Ah, y te haces una foto para mí frente a la pared de la Torre Eiffel jajaja.
– Lu, hoy no estoy de ánimo para fotos, no te prometo nada.
La llovizna se ha vuelto más fuerte y obliga a Luna a guarecerse bajo un corredor.
– Acá ha comenzado a llover, espero que pase rápido, ¡He tenido un día de aquellos! ¿Qué tal el tuyo?
– Mi día normal, te llamo por otra cosa. – ¿sí, qué pasa?
– Es muy probable que yo conozca al muchacho del que me hablaste esta mañana.
– Lu, eso es imposible, ¿sabes cuanta gente vive en esta ciudad?, aún si conocieras a la mitad, sería una locura que fuera él.
– A ver, es una corazonada, tengo un amigo que vive ahí mismo y le sucedió igual que a ti esta mañana.
– ¿Cómo es él?
El rostro de Luna parece atravesado por un rayo de esperanza
– Bueno yo solo le he visto en fotos, pero me parece alto, trigueño con las cejas muy pobladas y barba, eso sí, siempre tiene la mirada triste, no sé, es difícil describir a una persona que no conoces personalmente.
Luna no puede creer lo que está escuchando, Lucy le retrata por teléfono exactamente al mismo muchacho que vio en el bus por la mañana, de quién hasta hace unas horas se cuestionaba si acaso sólo había sido una treta del destino y del que nunca más iba a saber, solo que atesoraría la imagen de sus ojos en el recuerdo. Pero ahora parece que está ahí, al alcance, aún no puede creerlo.
Luna interrumpe a Lucy desde el celular
– Lucy, espera, espera. ¿Me estás diciendo que el muchacho del que me hablas es el mismo que yo vi esta mañana en el ómnibus?
– Eso parece.
– ¡No puede ser! ¿Cómo se llama?
– Chris...
Luna sonríe, y su sonrisa es de un brillo tan alegre que contrasta con la transparencia de la lluvia.
– Christian –dice como si acabara de adivinarlo–
– Sí, Christian, es lo que acabo de decirte, estás como ida...
– Es que tiene cara de llamarse Christian, jajaja –Jajaja, tú estás más loca
– Es que es de locos
– Bueno y ¿qué vas a hacer ahora?
– Yo nada, y tú tampoco
– Jajaja
– ¡No te rías! Hablo en serio, no vayas a decirle nada, que te conozco, deja que las cosas sucedan por sí solas, si van a suceder. Oye, te dejo que está escampando, a ver si llego.
–Vale, luego hablamos
Luna cruza la calle y sigue su camino, todavía le cuesta creer en lo que dijo Lucy, tiene un poco de temor. Se sintió muy bien que él la mirara e intercambiaran esa pequeña intimidad, pero ese muchacho es un completo desconocido y sabe que ahora correrá el riesgo de querer conocerlo y quizá también el de crearse una imagen equívoca de él, como ya ha
sucedido en otras ocasiones. Una decepción a estas alturas es lo que menos necesita.
Mientras reflexiona casi no se da cuenta que está frente a la puerta del café, el sitio pintado de gris asemeja la niebla, el snob parisino. El olor le invita a pasar y para su sorpresa, sentada cerca del umbral se encuentra Lisandra, una vieja amiga de la universidad, quien lee una novela frente a una taza humeante. Luna se alegra infinitamente de verle y va hasta su encuentro.
– Liz, ¡Cuánto tiempo!
– Muchacha, pero qué linda estas y ¿cómo se te ocurre andar de blanco con este tiempo? Jajaja
Las dos amigas se abrazan, hace más de un año que no se ven, pero coincidir en este sitio les hace recordar infinidad de anécdotas de la universidad cuando, todavía la ciudad no se había llenado de lugares como este y sólo existían dos o tres a los que ir, todos llenos de viejos intelectuales o de la “frikitud” como le gustaba decir a Lisandra.
– Ay Luna, cuánto tiempo ¿eh?, dime, ¿qué es de tu vida? ¿Estás casada, soltera?, con hijos no, eso es seguro, una no pare y se queda con esa figura.
– Pues, soltera, y nada de hijos por ahora, somos el club de los 30 ¿recuerdas? Jajaja… ¿y tú?
– Yo soy una mujer independiente y soltera, un alma libre. Aprovecho para entretenerme con el equivocado mientras aparece el indicado a moverme el piso jajaja…
–Jajaja estás como otra Lisandra a la que yo conozco, que dice que es una P.P.S y S (Pinareña, Periodista, Soltera y Sabinera)
– Sí, me faltaba lo de Sabinera, igual que tú. Oye y quién es esa tocaya mía que yo no conozco.
– Es una periodista que escribe un blog sobre sexualidad los jueves, se llama Intimidades y está buenísimo, te la recomiendo, estoy segura de que te va a gustar su estilo.
– Pásame luego la dirección.
Lisandra es interrumpida por el teléfono.
– Discúlpame, tengo que atender.
– No te preocupes
«¿Sí?... bueno, está bien, no te muevas de ahí, voy enseguida»
– Siento tener que irme tan rápido Luna, ya sabes trabajo a última hora, ¿qué ibas a pedir? Yo te invito.
– De eso mismo vengo escapando yo, no te preocupes, me alegro muchísimo de verte.
– A ver, déjame adivinar, ¡un cappuccino!, no has cambiado nada, tenemos que vernos más, qué lástima que no pueda quedarme.
– Sí, tenemos que ponernos al día.
– ¿Qué tal la semana que viene? –Lisandra hace señas al mesero– Un cappuccino y la cuenta por favor… –dirigiéndose de nuevo a Luna– ¿Viste qué buenas opciones tiene este lugar? Y la barba le queda espectacular, yo la verdad voy a venir más seguido a este sitio.
Las dos se ríen más alto de lo que deberían, todo el mundo se voltea a mirarlas.
– ¡Eres lo peor Liz! ¿No cambiarás nunca verdad? Creo que sería genial vernos la semana que viene.
– Está bien, lo haré, y ya quedamos, yo te llamo, ¡chao!
– ¡Chao!
Se abrazan y Luna queda sentada observando algunos cuadros, reproducciones de Cosme Proenza, firmadas por él –siente un poco de envidia sana, ella misma conserva una reproducción de la serie Los Dioses escuchan que es su tesoro más preciado, piensa que ojalá la suya estuviera firmada–.
Ha sido muy bueno ver a Lisandra, ella es de las personas que siempre levantan el ánimo, por muy estresada que se sienta, Liz es una inyección de energía positiva, igual que Lucy, solo que vive muy lejos.
El mesero se acerca con su taza
– Que lo disfrute
– Muchas gracias
Sobre la espuma del cappuccino, hecha con canela hay una pequeña Torre Eiffel, tan bien dibujada que tiene lástima de romperla con la cucharilla, pero necesita ese café y añade azúcar mientras continúa observando los cuadros de la pared fascinada con la genialidad de Cosme. La música ha estado muy variada, desde Pancho Céspedes con Remolino, hasta los de la nueva trova, Pablo, Silvio y algunos franceses y españoles… ya extrañaba a su Rey Sabina cuando suenan los primeros acordes:
Algunas veces vuelo
Y otras veces
Me arrastro demasiado a ras del suelo…
Luna piensa si no podría ser otra canción, todavía recuerda que la escuchó anoche después de aquella pesadilla, le encanta, pero no es el mejor momento.
Los labios buscan el borde de la taza, está bien caliente, pero no llega a quemar, el sabor recorre su paladar en un sorbo cálido, el olor de la canela mezclado con el del café es exquisito… Luna cierra los ojos… está sentada frente al umbral de la calle donde otra vez ha comenzado a llover.
Luna posa suavemente la taza sobre la mesa, levanta la mirada y un escalofrío le recorre por todo el cuerpo. Afuera, empapado está Christian, vestido de negro y mirándola como esta mañana, cuando aún no tenía nombre, ahí están los mismos ojos escrutándola pero esta vez más brillantes, dicen muchísimo más y sonríe y ella no puede evitar sonreír también
– Esto debe ser obra de Lucy, ¡Yo la mato!–
El muchacho avanza, se aparta el pelo mojado de la frente, negrísimo, así como sus cejas anchas, Christian camina hacia ella y Luna lucha por sostenerse en el asiento, sabe que sus mejillas están al estallar de rubor pero no puede dejar esos ojos… Sabina continúa como si cantara solo para ellos.
…Cuando el alma necesita
un cuerpo que acariciar…
Este es el capítulo 5 de #QueSeLlamaSoledad una mini novela que escribí en 2018, ya casi se acerca su final, pero todavía queda alguna que otra escena emocionante así que te invito a acompañarme hasta el verdadero final de esta aventura.
Imagen de 愚木混株 Cdd20 en Pixabay.com
Muy fresca la historia y sobre todo me gusta como manejas los diálogos, es algo que me gusta trabajar en los cuentos, Saludos.
Muchas gracias amigo!
Genial ese capítulo. Gracias por compartir Bro