Hace más de veinte años, cuando ni en mis más audaces fantasías me veía casado con Rosita (la más bonita), comencé a trabajar de cajero en un banco. En esos días había una chica que yo atendía con cierta regularidad, casi todos los días ella pasaba por mi caja. Recuerdo que conversábamos, reíamos y, tal vez, flirteábamos...
Una vez pasó por la caja vecina. Yo la vi y le dije: "¡mira! ¡mira!"
Ella volteó a mirarme, y yo le susurré:
"Me gusta tu nariz"...
Su nariz tenía algo que capturaba mi atención, me parecía cautivadora y especial. Pero no imaginaba que al final de ese día iba a quedarme la impresión de que, tal vez, ¿quién sabe?, a lo mejor, ella tenía un pequeño conflicto de autoestima relacionado a la curiosa fisonomía de su nariz.
Me miró con cara de grave indignación y me dijo:
"Pues, ¿sabes qué?, me la voy a operar..."
Ya su semblante pintaba la escena como algo muy grave. Ella movía las manos rápido para recoger sus planillas, cuando terminó de hacerlo se dio la vuelta y me gritó:
¡¡¡Y LAS TETAS TAMBIÉN!!!
Salió por la puerta como alma que lleva el diablo. La cajera que la atendía abrió los ojos como platos, me miró y dijo:
—¿Qué le pasó a esa loca?
y yo contesté: "Quisiera yo saber"...
Nunca más volví a ver a esa chica ni a su nariz particular. Misterio profundo.
Me acordé de esa historia mientras escuchaba cantar a Barbra Streisand, la chica de la foto:
Amaponian Visitor (@amaponian)
Imagen acreditada a pie de foto