—Despertar de una siesta en verano me suena a título de un cuadro de expresionismo abstracto. Veo una instalación en la que un robot sin atributos humanos, de línea de montaje de Volkswagen, se levanta de una cama redonda en medio de una habitación con esfera reflectante encima. Se acerca al amplio ventanal que da al pasillo y se agacha, por lo que los humanos lo ven de cerca. Su estampa resuena a contemplación de un horizonte de enquistación y rutina. Yo me acerco por ese aséptico pasillo del Museo a la ventana de la instalación siguiendo una fila de personas indiferentes. Cuando llego a la ventana el robot repite de nuevo la rutina. Me fijo específicamente en sus sensores y lucecitas y me explota en la cabeza la idea de que la instalación artística somos nosotros, los que caminamos por el pasillo, no él. El robot no es que sea un esclavo en un zoo museístico, es un espía que esta indexándonos según caminamos junto a la ventana. Es entonces cuando intento romper el cristal, me puede el irrefrenable deseo de destruir la obra. Según estoy aporreando la ventana despierto. Ese es el sueño.
—¿Por qué dices al principio que es un cuadro de expresionismo abstracto?
—El sueño se concreta en esa narración pero proviene de un caldo, de un batiburrillo anterior en el que contemplo un cuadro de pintura salpicada en primer plano y rectas minimalistas cruzándose en rectángulos en una segunda pantalla. Y luego viene todo esto que te acabo de contar.
—Entiendo. ¿Es parte de la génesis de ese sueño en concreto o de más?
—Solo de este. En todo momento tengo una sensación muy potente de habitar un museo de arte abstracto.
—¿El cuadro lo miras, es externo a ti, o por el contrario te imbuye?
—No lo tengo tan claro. No llego tan atrás, los recuerdos se volatilizan.
—Bien. Bueno, es una pesadilla filosófica. Un terror distópico muy cercano a la vigilia que transita las capas altas de tu inconsciente. El cristal que aporreas es un espejo infinito de reclusividad de tu identidad. En un sueño no tienes la fácil posibilidad de reírte para escapar, de tomártelo a broma y salirte por esa tangente para liberar la tensión. Quedas recluido en la pesadilla al no saber si estas dentro o fuera. No te decides entre ver al mundo como una cárcel o un paraíso. O quizás tu inconsciente sospecha que el materialismo es la Verdad y reacciona así. Luchas. Hacerlo consciente te puede ayudar.
—Normalmente no suelo ser muy apocalíptico y si bastante optimista con el devenir del mundo.
—"Normalmente" es la clave. Creo que reprimes algo a tu inconsciente y por ello este sueño se ha vuelto recurrente. Ese vector necesita salir a la luz.
—Tres veces. Tampoco son tantas.
—Sigues reprimiéndolo.
—Me pondré a pensar sobre ello. No me considero tampoco materialista. Arrastro desde mi niñez una buena ristra de esas anclas supersticiosas de las que tanto me hablas. Incluso la astrología.
—Se nos ha acabado el tiempo. Recuérdame en la próxima cita que hablemos sobre el título que le pones al cuadro/instalación. Me parece significativo.
Se dan formalmente la mano al levantarse de los sofás. El menudo treintañero con gafas y hombros caídos sale de la consulta de Fermín Broz en el mismo momento en el que su hermano Sergio entra de la calle en la sala de espera.
—Tengo todavía tres pacientes mas. Vas a tener que esperar.
Sergio asiente sin llegar a mirar a su hermano mayor a la cara. Dos horas después, y eso que uno de los pacientes no duró ni dos minutos, se inicia la conversación entre hermanos. La voz de Fermín es tan monótona como la de un jubilado ocioso que se pare a leer aleatoriamente y sin justificación los horarios de salida de los autobuses mientras da un paseo mañanero. Apenas conversan sobre la salud de la tía Enriqueta y algunas facturas de la luz del caserón todavía no pagadas.
Fuente de la imagen
Texto propiedad de @chejonte
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Tal vez debiéramos enviarle a los antiguos 'centros de salud' clásicos, donde los sacerdotes curaban a través de las experiencias oníricas de los pacientes. Y es que, como muy bien dice Jacobo Siruela, existe todo un mundo bajo los párpados.
Un mundo que debería ser un tesoro, no un dragón al que tenerle miedo.
Ese es el principio de todo mito: el dragón que tiene que vencer el héroe para alcanzar el tesoro. En este caso, el dragón es fiero, pero el tesoro merece la pena.
muy interesante historia,cuando iba leyendo pensaba parece que esta en una consulta con un psicólogo,saludos
Así es @mavel Gracias por comentar.
Cuando estoy inmerso en uno de estos relatos, no sé si me encuentro en un sueño dentro de otro sueño, si es al revés, o es todo lo contrario. El universo de Broz se amplía.
A mí ese título me recuerda a esos que usaban Dalí o Magritte en sus cuadros: Sueño causado por el vuelo de una abeja...
Mi truco es escribirlos en un estado muy particular en el que se escriben solos. Sin forzar. No siempre me sale. A ver si pronto voy metiendo algún hilo narrativo que lleve estas pequeñas cápsulas, que disfruto creando, a alguna parte. A ampliar el universo, como bien dices.