Era un día plácido de playa, de esos en los que el sol te empuja a refrescarte en un mar limpio y sin olas. Los niños jugaban en la orilla. Unos con la arena, otros buscando conchas, los perezosos en sus colchonetas y los más ávidos buceando entre pececillos plateados.
Cuando de pronto estalló una voz:
-¡Una medusa, una medusa. He visto una medusa!- gritó una adolescente.
Pocos se inmutaron. Ese verano ya habían tenido varias plagas de ellas.
-¿Dónde?- preguntó uno de sus amigos.
-Aquí, donde estoy. Acabo de verla. Es enorme- señaló al agua.
-¿Cómo de grande?
-¡Así!- exclamó mientras dibujaba con sus brazos un círculo.
Hugo se lanzó corriendo al encuentro de Paula, salpicando a su paso, y cuando la alcanzó quedó paralizado. Entonces confirmó ojiplático:
-Es verdad, es gigante.
-La madre de todas las medusas. Te lo dije- aseguró orgullosa de su descubrimiento.
-Hay que sacarla. No vaya a picar a alguien- concluyó el chaval.
-Sí, sí; pero con cuidado.
-Espera, voy por algo.
Resuelto, regresó a la orilla y preguntó entre la gente que ya empezaba a acercarse curiosa.
-¿Alguien tiene una red de pesca? Es muy grande para meterla en un cubo.
-Yo tengo, yo tengo- saltó de la nada un niño, resuelto con su palo por el aire como si de un cazamariposas se tratara- Toma.
Ambos volvieron a mojarse dispuestos a protagonizar el rescate. Para entonces Paula ya había avanzado hasta la orilla al ritmo del animal, que ignoraba la suerte que le esperaba.
Cuando llegaron un grupo de personas se arremolinaron a su encuentro.
-Esta no es como las otras medusas que hemos tenido este verano- observó una señora entrada en carnes.
-Digo. Esta no es de las chiquitajas marrones- corroboró su vecina.
-Aquí a este bicho le decimos “aguacuajá”- afirmó el abuelo de alguno de los chiquillos que ya rodeaban al cuerpo gelatinoso y trasparente despanzurrado sobre la arena.
Los más rápidos hacían fotos al ejemplar con sus móviles e incluso “selfies” que compartían en redes, mientras el resto opinaba de lo que hacer.
-Habrá que enterrarla, ¿no?- buscó reprobación una de las madres.
-Mejor depositarla en una papelera- añadió otra.
-Chiquillo, tú no te acerques que es venenosa- chilló la que parecía embarazada.
-Métela en este cubo- propuso un joven que parecía experto en estos lances.
-Me temo que no cabe- afirmó un señor con pinta de padre.
Así fue. Parte del tejido inerte del cuerpo y los tentáculos se desbordaban, como si la medusa insistiera en asomarse a aquel mundo sin agua en el que se asfixiaba bajo los implacables rayos del sol. Aunque lo peor de aquella agonía fueron las repetidas estocadas que a Hugo se le ocurrieron dar, ensartándola en un palo de sombrilla.
-¡Dejadla ya! Al fin y al cabo es un ser vivo- recriminó el más viejo de los presentes- Tampoco es necesario ensañarse de esa manera- añadió.
Se hizo el silencio. Paula cargó con el peso del recipiente infantil hasta una papelera donde lo volcó. De paso, quiso tirar el mal sabor de boca que le dejó la escena de los últimos minutos. Esa que pudo haber evitado de no haber gritado. Sentía pena. Intentó reconfortarse pensando en las posibles víctimas que había evitado al borde del mar de rozarse con el primitivo organismo. Pero en su retina aún seguía flotando aquella hermosa criatura marina que, de no cruzarse con ella, aún seguiría armoniosamente nadando entre aguas cristalinas.
Texto y foto de @gemamoreno
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