Cada mañana hace su entrada al salón de clases, casi siempre impuntual, aproximadamente media hora después del timbre que indica la entrada, su mirada a veces desorientada, triste, sus labios blancuzcos, su piel algo amarillenta, en ocasiones saluda con un “buenos días”, otras veces su aparición es poca percibida por el resto del grupo, se dirige a su lugar, el último de la cuarta columna junto a la pared, con apenas 11 años pero con una apariencia de 9, su nombre, Miguel.
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Es un niño con una gran madurez, hablar con él es conocer mucho de Dios puesto que asiste asiduamente con su familia a una iglesia cristiana evangélica cercana a su casa, y así lo hace saber a sus compañeros, y a pesar que estos les dan poca importancia al tema, él, pues hace el intento. Cada día representa un reto para Miguel, tras ser el quinto de nueve hermanos no es fácil ser el mayor en la escuela y estar al pendiente de los más pequeños.
Llegaron las 7.45 DE LA mañana, hora del desayuno, pueden comer!- señala la maestra-quizás es el momento más incomodo, su actitud es de disimulo, de ignorar lo que le rodea, la razón? no hay merienda que sacar de su bolso, solo se levanta de su pupitre, se acerca a la maestra y le pregunta “¿qué cuaderno usaremos Mae?” emanando junto con sus palabras un aliento algo fuerte producto del hambre, de la necesidad, característico de un estómago vacio…al percatarse de ello pregunta su maestra con discreción y con poca voz-¿has comido algo Miguel?- este, bajando la cabeza, quizás con vergüenza, y con sus ojos enrojecidos respondió: “No maestra, en mi casa no hay que comer, pero yo tome agua, mi mama nos dijo que mi tía, a las nueve y treinta, nos traería algo a mí y a mis hermanos”. ¡Compartamos con quien lo necesita, quizás mañana alguno de ustedes no tenga que merendar!- señala la maestra, mientras se levanta de su escritorio haciendo énfasis en la importancia de compartir y como Dios siempre recompensa estas acciones, mostraba temple en su voz, pero con el corazón “arrugado” de impotencia y tristeza. Sophia, una de sus compañeras, siempre solidaria, sonriente y amigable inmediatamente se acerca y le ofrece una cuarta parte de su arepa untada con algo de queso fundido. Sus ojos brillaron, y bueno, algo de color llego a su cara…
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Cabe señalar que casi todos los días Miguel se habría convertido en el compañero de su maestra en la hora del receso, en realidad le cuesta integrarse y jugar con sus compañeros, tal vez por su madurez, o quizás físicamente no tiene energía para correr y saltar como muchos de ellos, solo observa, en ocasiones lee un libro, o sencillamente es el compañero de conversación de la maestra, el tema? La biblia, Jesús, Dios… algo de lo que la maestra poco sabia o había profundizado, ella siempre le escucha con detenimiento y aprende con el pequeño cada día, de 9:30 a 10:00 mientras hace su guardia de receso…
Esa mañana, mientras conversaba con su maestra en la hora del recreo ésta percibía la espera de Miguel impregnada de ansiedad del prometido desayuno de su tía, quien vive en las adyacencias a la escuela, mostrando a su vez preocupación principalmente por sus hermanos…estos se acercaban a él y les decía: “ya debe venir por ahí, esperemos”, sin embargo la espera de esa media hora fue en vano…¡10:00 am! culmina el receso, el timbre hace su estruendo sonido para los oídos de Miguel, el desayuno no llegó, su caminata por el pasillo que une la cancha con el salón de clase fue mas larga que de costumbre, lenta,caminaba tan despacio, como si no quisiera llegar, mientras miraba hacia atrás con la esperanza de ver a su tía asomarse en la reja de la escuela, pero no fue así…
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Llegada las 11:30 am, media hora antes de la salida, terminando de realizar operaciones con divisiones de dos cifras, por cierto las preferidas de Miguel, se acerca a la maestra para la corrección de los ejercicios, su responsabilidad es una característica resaltante en él, el cumplimiento de las actividades en el aula de manera cabal era un deber y así lo hacía sentir a su maestra y al resto de sus compañeros, sus ejercicios perfectos, como siempre. Mientras su maestra plasmaba un excelente en su cuaderno de matemáticas, al mirarlo para felicitarlo, este con un hilo de voz y con lágrimas en los ojos exclamo: ¡Maestra me siento mal, tengo hambre… e inmediatamente se desvaneció al suelo, su expresión era fría, gélida, su palidez muy evidente… gritos, desesperación, irrumpieron en el salón de clases; calma, espacio y ayuda pedía la maestra con un supuesto control de la situación, pero muerta de miedo en su interior, mientras lo sostenía y levantaba sus piernas al aire. Llegó el alcohol y el algodón! - Gritaba Sophia con su voz aguda e incisiva- con lo que reaccionó al cabo de 2minutos aproximadamente. Débil, desorientado, sin entender aun lo que sucedía, pero de regreso!…
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Al cabo de media, hora luego de varias llamadas telefónicas, llego su madre! Algo agitada, preocupada, pero a su vez aliviada al ver a su hijo despierto aunque muy desalentado. ¡Maestra no tenemos nada que comer en casa, mi esposo no le alcanza el dinero, no sé qué paso con su tía, quizás olvido el favor que le pedí!- esas fueron sus palabras, como pidiendo disculpas por lo ocurrido, como justificando lo sucedido. Un silencio reino el momento, ¡no se preocupe yo entiendo! fue solo lo que pudo decir la maestra quizás sin poder encontrar las palabras idóneas para tan difícil momento, con un beso en la frente se despide de su alumno, este con su fragilidad desprende una ligera sonrisa apenas visible…
Dos días han transcurridos, son las 7: 45am hace nuevamente su entrada al salón de clases Miguel, sus compañeros con expectativa le preguntan cómo se siente, se acercan y hasta bromean con un “no te vayas a desmayar hoy” el sonríe, aunque con algo de vergüenza. Desayunaste Miguel? Era la pregunta más importante y hasta obligada por la maestra, a lo que respondió: “no maestra, a la hora del recreo nos traerán el desayuno, pero yo tome agua.” ¿Qué cuaderno vamos a usar?...
Hoy escribo este post con mucha tristeza impotencia e indignación, tras 13 años impartiendo clases, enseñando, y hasta aprendiendo de mis pequeños, nunca había sentido tanta desesperación y sosiego en ellos, en sus padres y hasta en mis compañeros de trabajo, la realidad ya muchos lo saben, Venezuela pasa por la crisis mas fuerte de su historia y su gente, sufre las consecuencias. Este es el día a día en una escuela de Venezuela, 3 niños desmayados como promedio a la semana, lagrimas, hambre y deserción, son los principales protagonistas, poco hablo de estos temas aunque nos afecten, pero hoy sentí la inmensurable necesidad de hacerlo al tener tres situaciones diferentes en un mismo día, mis pequeños tienen hambre y nada puedo hacer…”Miguel” es uno de ellos y este relato es una realidad que se vive diariamente en Venezuela. Es la verdad! Oremos por Venezuela, y por todos los que necesitan alimento en el mundo, allí seguramente estará Dios! Bendiciones…
Gracias a Dios que por lo menos tiene una maestra preocupada y que de alguna manera le provee algo de ayuda, aunque no logre solventar la situación. Realmente es deprimente ver una y otra vez repetida esta escena, no solo en la escuela sino en la calle, en el metro niños, adolescentes, jóvenes y adultos se desmayan a cada instante. Horas sin ingerir alimentos. Igual tambien es deprimente observar en los colegios que proveen alimentos, personas con zapatos rotos, remendados, o simple sin suelas, niños jugando deporte, pertenecientes a las selecciones de estado jugando con zapatos rotos o desgastados, y ni hablar de la ropa, del aseo personal, en fin quisiéramos parar de sufrir, pero no todos tenemos la dicha o la oportunidad de salir y encontrar nuevas opciones para vivir. Para algunos Crisis para otros no Crisis, y unos cuantos Oportunismo, viveza trampa, delincuencia, estos últimos, aquí están viviendo y comiendo mejor que quienes tienen aun ímpetu de trabajar, estudiar y luchar para no morir aun en el intento de seguir viviendo en Venezuela. Dónde quedó mi patria? Dónde?
No las han quitado, pero con el Favor de Dios la vamos a recuperar, Gracias por tu comentario @lalechuza
saludos amiga @luces realmente tu relato es bueno y me llega al corazón todos los días despido a mis hijos con un beso y les doy la gracia a Dios por darme el sustento se por mi esposa e hijo que todos los días se desmaya un niño en la escuela y es lamentable, no poder hacer algo eficaz para parar esta crisis en nuestro país.
gracias, así es, son muchas las historias reales que nos toca conocer y vivir de nuestros pequeños y bueno, a veces solo queda respirar, tragar grueso como dicen y darle una palabra de apoyo, a ellos y muchas veces a sus padres, esta semana ha sido fuerte, cada día hacemos una oración por quienes no tienen sustento en su mesa.
Por Dios santo. Soy docente y esto de verdad me llega al alma. Es nuestra realidad diaria para aquellos que estamos en un salón de clases. Pero no nos vamos a rendir. A la barbarie se le combate con EDUCACIÓN.