Salí de vacaciones de la universidad y decidí irme a la casa de mis abuelos, me encantaba ir a visitarlos porque era un pueblo muy tranquilo, además te desconectabas de la tecnología y del estrés de la ciudad.
Después que mis abuelos me recibieron con una rica cena, decidí tomar mi libro y me senté en el patio de la casa, a pesar de que estaba cercado, era muy grato estar allí, porque se escuchaban los grillos, podía observar la luna y las estrellas.
De repente, se las gallinas empiezan a cacarear, tome mi linterna para ver lo que pasaba, y allí estaba un zorro rojo, escondido detrás de una lámina de zinc, estaba muy silencioso, muy cauteloso, tratando de no ser visto, se encontraba asustado, una de sus patas sangraba, yo me acerque y él no se alejó, quizás quería que lo ayudara.
Fui a la casa, le dije a mi abuela que me prestara el botiquín de primeros auxilios, y salí nuevamente al patio, el seguía allí, se dejó tocar la pata, tenía una cortada el cual le impedía moverse, se la cure, y el en señal de agradecimiento me lamio la mano. Yo fui a casa busque un poco de comida, realmente no sabía que darle, tome unas frutas que tenia mi abuela en su nevera unos huevos y agua. Lo deje tranquilo para que descansara.
Al día siguiente al despertar salí al patio para ver si el zorro rojo estaba bien, pero ya se había marchado.


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